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El Espíritu Santo, el gran desconocido

Publicado: 23/05/2012: 5170

Para muchos cristianos, el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, es el gran desconocido. Con motivo de la fiesta de Pentecostés, y Día del Apostolado Seglar el obispo emérito de Málaga D. Antonio Dorado ofrece una reflexión sobre esta solemnidad.

Como dice la Liturgia, la fiesta de Pentecostés es la plenitud de la Pascua; el día en el que la "nueva creación", iniciada con la Resurrección de Jesucristo, recibe el Aliento de Dios y empieza a fructificar con el corazón de sus hijos. Reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, los discípulos se mantenían a la espera, como les había ordenado el Señor, y repentinamente se vieron inundados de la misericordia divina, se sintieron perdonados, amados y transformados por un soplo y un estallido de vida desconocido.

Comprendieron entonces que se habían cumplido las antiguas promesas y que habían recibido al Espíritu Santo, el gran Don de los tiempos mesiánicos, como habían profetizado Jeremías, Joel y Ezequiel.

El libro de Los Hechos de los Apóstoles, que nos presenta en vivo el nacimiento de la Iglesia y sus primeros pasos, nos va mostrando cómo el Espíritu Santo pone en marcha al Pueblo de Dios, le da fuerza en las dificultades, le ayuda a encontrar caminos nuevos, lo impulsa a la misión entre los paganos, lo mantiene unido cuando surgen divergencias y lo enriquece cada día con su amor. Un amor que llamaba la atención de los no cristianos por su realismo y por su hondura; un amor que se sigue poniendo de manifiesto en el abnegado trabajo de nuestras Cáritas, de la entrega de miles de religiosos y de todos los movimientos auténticamente evangélicos. 

Como se dejaban llevar por el Aliento de Dios, por el Espíritu, las comunidades del Nuevo Testamento aparecen llenas de entusiasmo, audacia y alegría contagiosa. Tienen sus dificultades y defectos, como nosotros hoy, pero se muestran acogedoras, hasta el punto de que en ellas nadie se siente extraño; comparten lo que tienen, aunque surjan problemas a la hora de repartir; hablan un mismo lenguaje; y son profundamente creativas. Y es que el Espíritu es el alma de la Iglesia. Con palabras del Vaticano II, "Éste (el Espíritu), de tal manera da vida, unidad y movimiento a todo el cuerpo, que los Padres pudieron comparar su función a la que realiza el alma".

En el capítulo segundo del libro de Los Hechos de los Apóstoles, san Lucas narra la primera experiencia de la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad en Pentecostés. Es el relato que se proclama como primera lectura en los tres ciclos litúrgicos, dada su gran importancia, porque el Espíritu Santo era la gran promesa para los tiempos mesiánicos, y Lucas ve su plena realización en el acontecimiento de Pentecostés. Este pasaje nos cuenta en vivo el comienzo histórico de la Iglesia misterio, de la Iglesia comunión y de la Iglesia misión.

De la Iglesia misterio, porque es el Espíritu quien nos inserta en la vida trinitaria, mediante el amor de Dios que derrama en nuestros corazones. Con palabras del Vaticano II, "Cristo, el Hijo de Dios (...) amó a la Iglesia como a su esposa.

Él se entregó por ella para santificarla y la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del Don del Espíritu Santo", de tal manera que la dimensión más profunda de la Iglesia está constituida por el Espíritu, que sólo se vislumbra con los "ojos de la fe": Él es quien la guía y la vivifica sin cesar, de tal forma que "donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está también la Iglesia y toda gracia" (San Ireneo).

Esta convicción hará decir a Diogneto, en el s. II, que los cristianos "habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho".

COMIENZO DE LA IGLESIA COMUNIÓN

El comienzo de la Iglesia comunión, porque es el Espíritu quien nos inserta en la Santa Trinidad y constituye una comunidad a partir de personas y grupos diferentes. Sin anular las diferencias, que son enriquecedoras, logra que hablemos un mismo lenguaje. La comunidad cristiana es la nueva Jerusalén y la réplica divina a la dispersión de Babel. 

Con la venida del Espíritu, se derrumban las barreras y divisiones, sin caer en la uniformidad, y comienza la Iglesia como lugar de encuentro y de acogida. Frente al aislamiento y a los particularismos, nace un mundo que comienza a crecer en comunidad solidaria. Como dice san Cirilo de Jerusalén, "los que están unidos a Él (Jesucristo) e injertados en su persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (...). En Él y por Él, hemos sido regenerados en el Espíritu para producir frutos de vida, no de aquella vida caduca y antigua, sino de una vida nueva que se funda en su amor".

Por eso decimos que la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, porque "Cristo hizo de él una comunidad de vida, de amor y de unidad". Sus seguidores somos la Iglesia comunión y "la propia diversidad de gracias, de servicios y de actividades, reúne en la unidad a los hijos de Dios, pues todo esto lo hace el único y mismo Espíritu" (Vaticano II).

Es también el comienzo de la Iglesia misión, pues, en Pentecostés, los Apóstoles se sintieron llenos de la fuerza y de la sabiduría de Dios y se echaron a la calle. La misión del Hijo, que arranca del seno de la Santa Trinidad, se perpetúa visiblemente en la historia por medio de los Apóstoles y de todos los discípulos de Jesús. Pero es el Espíritu Santo el que constantemente nos capacita para hablar de forma que nos entiendan todas las gentes. Así se cumplió la promesa de Jesús, que había dicho a los suyos: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra". Y si una comunidad o un cristiano carecen de tensión misionera, hay que preguntarse seriamente si no carecerán también de apertura al Espíritu Santo.

Él es el soplo fresco de Dios, que nos devuelve al mundo, a descubrir su presencia en los signos de los tiempos. Frente a una visión negativa y desesperanzada del mundo moderno, Él viene a recordarnos que sigue presente en nuestro mundo hasta el fin de los tiempos; en nuestras ciudades postmodernas y en los pueblos del tercer mundo; navega por internet y duerme entre los "sin techo" del cuarto mundo; pasa hambre en África y está con los niños de la calle en las grandes ciudades sudamericanas. Él es el Espíritu santificador que se adentra en los campos del derecho, de la justicia y de la paz. Como dice el Vaticano II, "el Pueblo de Dios, movido por la fe, que le empuja a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios".

Autor: Antonio Dorado Soto, obispo emérito de Málaga

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