Las palabras de Jesús son espíritu y vida pero resultan duras y exigentes para quienes están acostumbrados a la comodidad, a hacer lo que les place, a vivir una religión a su medida y al margen de las enseñanzas de la Iglesia. La falta de fe, el egoísmo de pensar siempre en nosotros mismos hacen que nos cueste comprender el sentido de las enseñanzas de Jesús.

Cultivar la vida del espíritu dando la importancia que merece a nuestro trato y relación íntima con Dios nos llevará a pensar siempre en el bien y la felicidad de los demás, a encontrar nuestra felicidad en la búsqueda de la felicidad de los otros. Cuando nos olvidamos de nosotros mismos encontramos la verdadera felicidad porque Dios que es amor se nos da cuando nos damos a Él o a cualquiera de sus queridas criaturas. 

Jesús nos ofrece, como reconoce Pedro, palabras de vida eterna. Esta vida se acaba pronto, lo material sacia temporalmente pero la vida del espíritu que cultiva quien cree en Dios y cuida su amistad con Él nos trae una felicidad que el mundo no puede dar. 

Creer más en Jesús, seguir sus enseñanzas y alimentar nuestro espíritu nos debe llevar a fomentar la lectura del Evangelio, mejorar nuestra propia oración y recibir con frecuencia la comunión.