Yo he vivido la fe, entorno a las Cofradías de Semana Santa y, más concretamente, como Congregante de Mena, a la que pertenezco desde hace cincuenta y siete años. Han pasado por ella infinidad de curas con los cuales he tenido relación más o menos estrecha, pero aquí me voy a referir a mi periodo de Hermano Mayor, porque ahí es cuando te hace falta la palabra que te guíe o reconforte y esa es siempre la del cura amigo que el Señor pone delante de ti, en tu camino.

Lo conocí en un Triduo del Santísimo Cristo de la Buena Muerte que predicó, y ahí empezó nuestra amistad. En él he visto las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. “Arraigados y edificados en Cristo y firmes en la fe”, mi cura me enseña con este lema de las Jornadas Mundiales de la Juventud de Madrid 2011, la fe inquebrantable a Cristo nuestro Señor; en la esperanza, mi cura me dice que tenemos que confiar en la promesa de Cristo de alcanzar el reino de los cielos; en la caridad, mi cura me explica que esta virtud se basa en el amor a los demás: “Fe sin caridad no es fe y caridad sin fe no es caridad, y ni ésta ni aquella tiene vida, sino por el Señor”.

Mi cura es letrado y es también quien me enseña otras virtudes: las cardinales, porque si amas la justicia, las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza.Pero también mi cura es simpático y empatiza con la gente es una persona con la que se puede hablar de todo, bueno... de todo no sé porque él es del Madrid y yo del Barcelona.

En fin, es una persona comprometida con los demás y en él me miro como en un espejo para poder imitarlo.