NoticiaSeglares Ponencia final del Congreso Nacional de Laicos Publicado: 17/02/2020: 10816 El Congreso de Laicos terminó con la Eucaristía y la ponencia final, comunicada por Mons. Antoni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona, y Ana Medina, periodista. El texto fue elaborado a partir del trabajo de los congresistas del sábado. UN PENTECOSTÉS RENOVADO PONENCIA FINAL DEL CONGRESO DE LAICOS TEXTO 0. Premisa En la dinámica de nuestro Congreso, la Ponencia final tiene un doble objetivo: de un lado, presentar las aportaciones que, en un ejercicio de discernimiento, los Grupos de Reflexión han formulado tras el recorrido de los cuatro itinerarios que constituyen el eje central de nuestro encuentro; de otro, ofrecer un escenario de futuro inmediato que nos permita profundizar en las prioridades que, en un ejercicio de sinodalidad, hemos podido identificar durante este proceso. El pueblo de Dios en salida El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta el testimonio de los primeros cristianos y cuenta cómo se extendió el Evangelio por el mundo entonces conocido. En los Hechos de los Apóstoles vemos con claridad que en Pentecostés el Espíritu Santo abrió el tiempo de la Iglesia y de la misión. “En Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a entender en su propia lengua” (EG 259). El pueblo de Dios misionero y santo La Iglesia nace del misterio de Dios y camina en la historia como pueblo; para pertenencer a ella se necesita el bautismo y para mantenerse en ella es fundamental la eucaristía. La Iglesia es el pueblo de Dios, misionero y santo. Este pueblo estaba formado por hombres y mujeres, cristianos que venían del judaísmo y cristianos que venían del paganismo, apóstoles y maestros, profetas y diáconos, pastores y fieles. Es un pueblo en salida por expreso mandato de Jesús resucitado. La Iglesia es Iglesia en salida y, por eso, en toda época la misión renueva a la Iglesia. En esencia la misión consiste en dar vida. “Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión” (EG 10). ¿Quiénes forman parte de este pueblo misionero y santo? Este pueblo está constituido por hombres y mujeres con diversidad de vocaciones, carismas y ministerios. Este pueblo se caracteriza porque sus miembros tienen un mismo bautismo, una misma llamada para ser seguidores a Jesús, un mismo mandato para llevar el Evangelio hasta los confines del mundo, unos rasgos identificadores como son la vida comunitaria, la celebración litúrgica, especialmente la celebración de la eucarística, y el servicio generoso para el bien del mundo. Hay diversidad de ministerios pero una misma misión. Este es el fundamento del apostolado laical y de cualquier apostolado. Los laicos somos una parte fundamental del pueblo de Dios. También los laicos somos discípulos misioneros de Jesús. No somos una cosa o la otra, sino discípulos misioneros, sin separaciones, sin divisiones, sin compartimentos estancos. Somos discípulos misioneros: con la mirada puesta en Jesús. Somos hombres y mujeres de fe que miramos a Jesús y queremos mirar la vida con la mirada de Jesús. “La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver” (LF 18). conscientes de nuestra propia vocación. Somos hombres y mujeres agradecidos por el regalo de la vocación que el Señor dibuja en nuestras entrañas. “Porque la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno” (ChV 252). Deseosos de vivir en comunión con los cristianos que tienen otras vocaciones dentro del Pueblo santo de Dios. con una vida entregada a los demás. Nos gustaría sacar fuera lo mejor de nosotros para la gloria de Dios y para el bien del mundo. Decimos “aquí estoy Señor”, porque queremos acoger el don que nos hace el Señor, y colaborar con Él en la misión. En un contexto secular y pluralista También nosotros, fieles laicos, somos una misión. “La misión en el corazón del Pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar (EG 273). Estas acciones son importantes llamadas del Espíritu. Junto con las otras vocaciones, los laicos formamos parte del pueblo de Dios en una sociedad secularizada y plurireligiosa. El pluralismo se ha extendido en todos los órdenes de la vida. Se deja ver en distintos estilos de vida, modos de pensamiento, cosmovisiones, sistemas de orientación. Todos vivimos al mismo tiempo mundos muy diferentes en la familia, el trabajo, la esfera pública, la economía, las diversiones, las relaciones. En este sentido, saber situarse en este complejo contexto no es fácil y es para los cristianos un importante reto. No hay otro lugar para la misión que este mundo con toda su complejidad. Creemos que el icono bíblico de Babilonia puede ser inspirador. En Babilonia el pueblo de Israel se diluye en el contexto, excepto un pequeño resto, una parte pequeña del pueblo que no sucumbe a la propuesta de los ídolos, se mantiene fiel a la Alianza, y continúa esperando en las promesas de Dios. La pregunta es inmediata: ¿Cómo ser un resto significativo en nuestro contexto actual? La propuesta de un Congreso de laicos En la base de la experiencia cristiana está la convicción de que Dios está actuando en el mundo, en la Iglesia, en nosotros, en todo hombre y en toda mujer. Y porque Dios está actuando podemos buscar los signos y las huellas que Dios deja. Esta convicción ha estado muy presente en la convocatoria de este Congreso. Estamos convencidos que el Espíritu Santo busca la manera de renovar nuestras Iglesias y utiliza acontecimientos como este mismo Congreso. Este es un Congreso de todo el Pueblo de Dios que peregrina en nuestras iglesias de España y de manera particular es un Congreso de laicos. Llegamos aquí después de haber recorrido un estimulante camino de preparación. Ponerse en camino ya ha sido causa de alegría y podemos afirmar que estamos viviendo este proceso como un acontecimiento de gracia. En estos meses de preparación hemos podido ver cómo el Espíritu Santo iba despertando a muchos laicos, generaba ilusión e inquietud en no pocos, curiosidad en otros, ilusión en todos, nos ponía en movimiento, creaba espacios de diálogo y de comunión. Por eso, podemos afirmar que en estos meses hemos vivido una experiencia de sinodalidad. Sinodalidad es caminar juntos. La Iglesia sinodal, gracias al Espíritu Santo, cultiva relaciones, pone en valor la vocación de cada fiel, favorece los carismas y el sentir con la Iglesia, se caracteriza por la comunión. El proceso sinodal que hemos vivido ha estado caracterizado por: la escucha. Queremos ser una Iglesia que escucha con la misma actitud que Jesús. La escucha tiene un valor teológico y pastoral. “Una Iglesia a la defensiva, que pierde la humildad, que deja de escuchar, que no permite que la cuestionen, pierde la juventud y se convierte en un museo” (ChV 42). el discernimiento. Queremos ser una Iglesia de discernimiento. “ (Este) nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer” (GE 169). la corresponsabilidad y la participación. Queremos ser una Iglesia caracterizada por la corresponsabilidad y la participación de todos los bautizados, cada uno según su edad, su estado de vida y su vocación. El camino de preparación nos ha traído a laicos de todos los rincones de nuestras Iglesias que peregrinan en España hasta este Congreso; también a obispos, sacerdotes y consagrados. En estos días nos hemos puesto en las manos del Espíritu; hemos podido compartir reflexiones, talleres y experiencias, charlas de pasillo, oraciones, la celebración de la Eucaristía y momentos de fiesta; hemos disfrutado de la comunión y de la diversidad de vocaciones y carismas. Preguntemos al Espíritu: ¿hacia dónde vamos? ¿qué caminos hemos de iniciar? Sembrar semillas y cosechar espigas de sinodalidad Nada crece si no se ha sembrado. En este Congreso estamos sembrando las semillas necesarias para renovarnos y dinamizar el laicado en España; al mismo tiempo, estamos cosechando ya los primeros frutos de los cuales saldrán nuevas semillas de sinodalidad. Si aceptamos el reto de la siembra tenemos la esperanza de que gran parte de la simiente caiga en terreno bueno y fértil. De hecho, somos conscientes de estar ya contemplando brotes de sinodalidad. La Iglesia en salida es una Iglesia sinodal El fundamento de la sinodalidad lo encontramos en la eclesiología del pueblo de Dios que “destaca la común dignidad y misión de todos los bautizados en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios” (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 6). Para hablar de sinodalidad el papa Francisco utiliza varias imágenes. Unas veces habla de una pirámide invertida donde los ministros están al servicio de todos; otras veces de una canoa donde todos reman en una dirección; y en ocasiones prefiere usar la imagen del poliedro. “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad” (EG 236). Esta diversidad nos complementa. “En la Iglesia sinodal toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales más conformes con la voluntad de Dios. Para llegar a formular las propias decisiones, los Pastores deben escuchar entonces con atención los deseos de los fieles” (La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 68). En el ejercicio de la sinodalidad todos nos ponemos a la escucha del Espíritu y hacemos juntos el camino pero cada uno desde su propia responsabilidad. La conversión pastoral y misionera Para recorrer este camino necesitamos estar abiertos a la conversión pastoral y misionera, comunitaria y personal. En esta ocasión puede servir de inspiración el icono bíblico de la predicación de Jonás en Nínive. Vemos en esta historia la importancia que tiene la conversión. El relato bíblico cuenta que gracias a la predicación de Jonás los ninivitas se convierten. Esta historia tiene otras enseñanzas: los ninivitas se convierten, incluso Dios cambia su decisión, pero curiosamente Jonás se obceca y se cierra a la conversión. El relato muestra a un Dios rebosante de misericordia y a un profeta cargado de amargura. ¡Qué necesaria es la conversión, también la conversión de los profetas! Este relato nos interpela a todos nosotros. La conversión pastoral y misionera exige la implicación de todos, cada uno desde su propia vocación. “El gran desafío para la conversión pastoral que hoy se le presenta a la vida de la Iglesia es intensificar la mutua colaboración de todos en el testimonio evangelizador a partir de los dones y de los roles de cada uno, sin clericalizar a los laicos y sin secularizar a los clérigos, evitando en todo caso la tentación de un excesivo clericalismo que mantiene a los fieles laicos al margen de las decisiones” (Comisión Teológica, 104). Finalmente, la conversión exige humildad. Solo podemos ser humildes si reconocemos que nunca estamos totalmente convertidos. Siempre podemos volver nuestra mirada a Dios para que Él cambie nuestra mente, purifique nuestro corazón y nos haga recorrer su camino. En este proceso hemos reconocido errores, sombras y carencias. El camino de la humildad es necesario: hace que el perdón y la misericordia de Dios lleguen a nosotros; propone hacer memoria agradecida de la obra que Dios ha hecho con nosotros; invita a dejarnos acompañar por la Iglesia que hoy está proponiendo el camino de la sinodalidad. La importancia de la cultura Hace ya cuarenta años el Papa Pablo VI afirmaba que el compromiso evangelizador atiende una doble fidelidad: “Esta fidelidad a un mensaje del que somos servidores, y a las personas a las que hemos de transmitirlo intacto y vivo, es el eje central de la evangelización” (EN 4). Esta fidelidad al Señor y a las personas lleva a reconocer el valor de la cultura. “El ser humano está siempre culturalmente situado: naturaleza y cultura se hallan unidas estrechísimamente. La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe” (EG 115). La cultura que vivimos trae nuevas preguntas. El Sínodo sobre los jóvenes habló sobre algunos desafíos antropológicos y culturales a los que estamos llamados a enfrentarnos en nuestro tiempo: el cuerpo, la afectividad y la sexualidad, el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad; los nuevos paradigmas cognitivos y la búsqueda de la verdad; los efectos antropológicos del mundo digital; la decepción institucional y las nuevas formas de participación; la parálisis en la toma de decisiones por la superabundancia de propuestas; ir más allá de la secularización. Estas son algunas de las preguntas de nuestro tiempo, que se suman a otros retos que llevamos enfrentando años y que nos siguen exigiendo una respuesta. Necesitamos tomar conciencia de estos cambios para poder responder a los nuevos retos del tiempo y de la historia. Los discípulos de Jesús siempre nos hemos preguntado cómo ser cristianos en el tiempo. San Pablo propuso dos criterios: “No os acomodeis a este mundo” (Rom 12,2) y “examinad todo y retened lo bueno” (1Tes 5,21). San Mateo expresó esto mismo de manera distinta: “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo” (Mt 5,5). Según el evangelista, los cristianos están en medio del mundo como sal y, al mismo tiempo, tienen algo que ofrecer como luz que ellos mismos han recibido. La Iglesia sinodal quiere ser sal y luz En esta cultura la Iglesia sinodal quiere ser sal y luz. Hace tres años, en las aportaciones de los jóvenes españoles para el Sínodo sobre los jóvenes, éstos soñaban con una Iglesia misericordiosa, acogedora, cercana y abierta al mundo de hoy y, sobre todo una Iglesia fiel a Jesús y su Evangelio. Para ello es importante: Salir hasta las periferias. Salir hasta las periferias no consiste en esperar a que vengan quienes están en ellas, sino que lleva ponernos en camino y acudir a su encuentro con actitud humilde para acoger y caminar juntos. Diálogo y encuentro. El modo a través del cual la Iglesia se asienta en el mundo es por medio del diálogo y el encuentro. “La Iglesia está llamada a asumir un rostro relacional que sitúa la escucha, la acogida, el diálogo y el discernimiento común en el centro de un proceso que transforma la vida de quienes participan en él" (DF 122). Vivir desde la oración y los sacramentos. Una vida sostenida en la oración y los sacramentos va acompañada del coraje, de la fuerza que dan una y otros. “Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (EG 259). Apertura a quienes buscan. Queremos ser una Iglesia de puertas abiertas, atenta a los buscadores. Lo que nosotros podemos ofrecerles es estímulo, luz y aliento. Esta preocupación es urgente, especialmente en aquellos contextos donde las huellas religiosas hayan perdido fuerza y vigor. Saber comunicarse con quienes buscan exige abrir puentes de relación. Cultivar las semillas del Verbo. En las semillas el Verbo ya está presente, aunque sea de manera incipiente. Por eso vemos muy útil una pedagogía de pequeños pasos. Solo desde lo pequeño podemos llegar a lo grande. Cercanía a los pobres y a quienes sufren. La Iglesia tiene entre sus pilares fundantes la predilección por los pobres. “Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos” (EG 50). Anunciar el Evangelio. Vivir la fe exige comunicarla, anunciarla, compartirla. No podemos callar la verdad del Evangelio. “Más allá de cualquier circunstancia, a todos (…) quiero anunciarles ahora lo más importante, lo primero, eso que nunca se debería callar. Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez” (ChV 115); estas tres verdades son: Dios te ama, Cristo te salva, El Espíritu da vida y acompaña en la vida. Estar a gusto con el pueblo. No somos de este mundo, pero vivimos en el mundo. “Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268). El Señor nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo. El protagonismo del laicado En la Iglesia de comunión sabemos que Dios regala sus dones a todos los fieles cristianos que ellos ponen al servicio de los demás y de la misión. Todos los cristianos estamos invitados a tener un papel activo en la Iglesia y en el mundo, cada uno según su propia vocación. Desplegar la vida desde la vocación Estamos llamados a desplegar la vida desde la propia vocación. La vocación es el regalo que Dios nos dona junto a la vida. Tiene mucho sentido vivir desde lo que soy porque eso es lo que ha soñado Dios para mí. Siguiendo la ruta trazada por el Concilio Vaticano II, el papa Francisco propone situar todas las vocaciones a la luz del bautismo y dentro del Pueblo de Dios. Este pueblo ha sido bendecido con distintas vocaciones. “Las vocaciones eclesiales son, en efecto, expresiones múltiples y articuladas a través de las cuales la Iglesia cumple su llamada a ser un verdadero signo del Evangelio recibido en una comunidad fraterna. Las diferentes formas de seguimiento de Cristo expresan, cada una a su manera, la misión de dar testimonio del acontecimiento de Jesús, en el que cada hombre y cada mujer encuentran la salvación” (DF 84). Este criterio nos iguala y, al mismo tiempo, nos diferencia. No podemos dejar de recordar, en este sentido, que la vocación laical es una auténtica vocación: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (LG 31). No es extraño entender la vocación como camino de santidad, como fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas y en nuestras comunidades, porque toda vida es misión. “Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión. Inténtalo, escuchando a Dios en la oración y reconociendo los signos que él te da. Pregúntale siempre al Espíritu qué espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que eso ocupa en tu propia misión. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23). Hay una continuidad inseparable entre vocación, misión y santidad. La llamada a la santidad es una llamada a la entrega, a la donación y a la alegría misionera. Profundizar la misión Vocación y misión están inseparablemente unidas, como la cara y la cruz en una moneda. Tenemos que constatar con alegría que en este tiempo crece la conciencia misionera en la Iglesia. No podemos olvidar nunca que la vocación y la misión nacen del Señor, de Él parte la iniciativa. La misión es del Señor, es Él quien llama y envía. No podemos entender la misión como una concesión generosa de nuestra parte. El Sínodo sobre los jóvenes habló de la sinodalidad misionera. Para poder llevar a cabo esta sinodalidad misionera es fundamental el cuidado de las relaciones. Puede afirmarse, por ello, que la clave está en las relaciones. “También con vistas a la misión, la Iglesia está llamada a asumir un rostro relacional que ponga en el centro la escucha, la acogida, el diálogo, el discernimiento común, en un camino que transforme la vida de quien forma parte de ella… Así, la Iglesia se presenta como “tienda santa” en la que se conserva el arca de la alianza (cf. Ex 25): una Iglesia dinámica y en movimiento, que acompaña caminando, fortalecida por tantos carismas y ministerios. Así es como Dios se hace presente en este mundo” (DF 122). Aquí están los fundamentos de la misión compartida, tan importante en muchas congregaciones e institutos religiosos. La misión compartida va haciéndose realidad. Es una gran alegría constatar la presencia de tantos laicos comprometidos vocacionalmente en la misión. Nos necesitamos unos y otros, cada uno con su propia vocación, para llevar adelante la misión. Un laicado en acción En este sentido, podemos hablar con rigor del protagonismo del laicado. Este protagonismo brota del don de la vocación laical y se hace concreto en la responsabilidad que toda vocación conlleva. Cuando posibilitamos y ejercemos este protagonismo, desarrollamos la sinodalidad. Esta se hace efectiva cuando todos los miembros de la Iglesia ejercen su responsabilidad en ella, según la vocación recibida. La responsabilidad de unos está unida a la responsabilidades de otros. Por eso hablamos de corresponsabilidad, que es más que de responsabilidad, porque implica una responsabilidad compartida y ejercida complemenariamente. En la Iglesia sinodal nos necesitamos todos. No podemos excluir a nadie y nadie puede excluirse. Nos gustaría ver este mismo protagonismo laical en los cauces de participación eclesial, siempre en clave de misión y no de poder. El papa Francisco decía en la exhortación Evangelii Gaudium: “En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, (el obispo) tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos” (EG 31). Dicho todo esto, también hay que afirmar opción por el laicado asociado y la importancia del laicado no asociado. Tanto unos como otros queremos dar importancia a la vida de cada día. Sería prolijo describir espacios de protagonismo laical. Este protagonismo se ejerce en la familia, las parroquias, escuelas, universidades, hospitales, programas de acción social, misiones ad gentes, medios de comunicación, política, mundo profesional, empresas, sindicatos, proyectos de investigación. Este protagonismo se ejerce en la calle, entre los vecinos, en la ciudad y en el campo. No hay realidad humana donde no se vea el protagonismo laical. Recorrer caminos de vida y resurrección En muchas de sus intervenciones el papa Francisco habla de la alegría. El Evangelio es siempre, en sí mismo Buena Noticia, un mensaje de alegría: Jesucristo, revelador del amor y la misericordia del Padre, nos lleva a recorrer caminos de vida y resurrección incluso entre dificultades. En esta vida, alegría y esperanza son un todo indisoluble. Junto a la alegría viene la esperanza. “La razón fundamental y decisiva para nuestra esperanza es la fidelidad y el amor de Dios. Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen a la felicidad de su gloria (cf. 1 Tim 2,4). Este Congreso quiere despertar nuestra alegría y esperanza. Viene bien este mensaje cuando constatamos que la tristeza y la acedia van ganando adeptos. Somos conscientes de que la tristeza puede ir ganando terreno en nosotros cuando los retos son mayores que nuestras fuerzas, las tareas resultan pesadas o el futuro es oscuro. Pero el Espíritu llama a nuestra puerta regalando alegría y esperanza. Queremos recorrer caminos de vida y resurrección. No partimos de la nada. Hemos seguido un proceso que, en sí mismo, a medida que íbamos soñándolo, concretándolo y poniéndolo en práctica, ha ido planteando un marco de referencia para nuestros próximos pasos. El Documento-Cuestionario, el Instrumentum Laboris, los contenidos y propuestas de los Itinerarios son el esqueleto sobre el que podemos construir el futuro inmediato. El Instrumentum Laboris como contexto de partida Nuestro ejercicio de sinodalidad nos ha conducido a identificar luces y sombras, a plantear líneas de acción, a concretar algunas propuestas; todo ello ha sido plasmado en el Instrumentum Laboris, que proponemos como marco de referencia. Su contenido sirve de orientación en cuanto a los caminos por recorrer. De manera resumida, conviene recordar que en él se propone: Encontrar cauces de crecimiento personal y comunitario. El IL propone una conversión personal (IL 69), una conversión comunitaria (IL 71), y una conversión pastoral y misionera (IL 73). Impulsar la corresponsabilidad en el seno de la Iglesia. Los fieles laicos estamos llamados a vivir la corresponsabilidad real. Hemos de ser actores de la vida eclesial y no simplemente destinatarios (IL 75). Asumir un mayor compromiso en el mundo. Entre otros temas se destacan tres de manera especial: el compromiso público (IL 81), la familia IL 82 y 83) y el cuidado de la casa común (IL 85). Ofrecer una renovada formación. En concreto, se habla de la formación vocacional, motivacional y misionera. Por eso no es extraño que hablemos de una formación del corazón a lo largo de la vida (IL 89). Las propuestas del Congreso: la centralidad de los cuatro itinerarios Además, el Congreso ha propuesto cuatro itinerarios que marcarán el camino de los próximos años. Los cuatro itinerarios son: el primer anuncio, el acompañamiento, los procesos formativos y la presencia en la vida pública. En cada uno de estos itinerarios nos hemos preguntado: ¿Qué actitudes convertir? ¿Qué procesos activar? ¿Qué proyectos proponer? Y lo hemos hecho en el contexto de las diferentes líneas temáticas que integraban cada uno de ellos, en las que se concretan diversas necesidades a las que hemos de dar respuesta como Iglesia, y con la ayuda de las experiencias y los testimonios que hermanos nuestros han compartido con nosotros, dándonos luz sobre cómo podemos actuar. Estos cuatro itinerarios responden a una lógica interna que los relaciona entre sí: representan el camino natural de nuestro proceso de fe y, al mismo tiempo, expresan la misión y la tarea que tenemos encomendadas como cristianos. 4.2.1. Actitudes a convertir “Es el pueblo convocado por Dios, que camina sintiendo el impulso del Espíritu, que lo renueva y le hace volver a Él, una y otra vez, para sentirnos cosa suya” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”). En los grupos hemos reflexionado sobre las actitudes que debemos convertir, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. En uno y otro caso, sabemos que la conversión tiene su fuente en Dios, gracias al impulso del Espíritu, mediante el encuentro con Jesús el Señor. Es el Espíritu quien envía a la misión, nos hace salir de nosotros mismos y de nuestra autorreferencialidad. Es el Espíritu quien nos acompaña por los caminos de la vida y de la historia. Es el Espíritu el auténtico formador de los formadores. Es el Espíritu quien nos ayuda a vivir la identidad cristiana laical en la vida profesional y social. El Espíritu es fuente de comunión, promueve y cualifica las relaciones en el Pueblo de Dios, envía a la misión. Podemos decir que Él nos une, nos ayuda a valorar nuestra peculiaridad carismática, las diferentes formas que tenemos de manifestar la fe en la Iglesia. No podemos abrirnos a los demás y seguir cerrados entre nosotros. La comunión no sólo consiste en compartir lo que nos une; exige igualmente superar lo que nos separa del Señor y también lo que nos separa a unos y otros. Para ser Iglesia en salida vemos que hemos de combatir nuestro individualismo, abandonar el derrotismo, el pesimismo y la tentación del clericalismo. Debemos comprender que el Señor ha querido confiar en nosotros y que contamos con su Gracia. Asumir nuestra responsabilidad como bautizados implica, ante todo, observar la realidad a la luz de la fe, ser conscientes de que debemos anunciar explícitamente a Jesucristo con nuestra palabra y con nuestras obras; y, siempre, desde la alegría. En los grupos de reflexión hemos recordado que una Iglesia en salida no es posible sin reconocer el papel de la mujer en la Iglesia, el protagonismo de los jóvenes en nuestras comunidades y la inclusión en ellas de personas con diversidad funcional. Observamos asimismo que es fundamental pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de misión. Ello exige abrir nuestros corazones y nuestras comunidades, ponernos en disposición de escucha, cuidar el lenguaje, reforzar nuestra capacidad para la empatía, acoger; solo así es posible el diálogo, premisa de todo lo demás. Pero el diálogo no es un fin en sí mismo; cuando es eficaz, nos lleva a la necesidad de acompañar desde la vida a la persona con la que dialogamos, valorándola en toda su dignidad, sin juzgar sus comportamientos y actitudes. 4.2.2. Procesos y proyectos Activar procesos supone partir de la realidad que queremos cambiar y tener claro a dónde deseamos llegar. A ello ayuda articular proyectos, iniciativas de especial significación, acciones privilegiadas que aglutinan y propuestas que permiten que los procesos se sustancien. Procesos y proyectos son necesarios porque en ellos vemos una herramienta eficaz de comunión. En este sentido, existen dos premisas que deben marcar el diseño de los diferentes procesos que hemos de activar y de los proyectos concretos que queremos proponer: el discernimiento como actitud y metodología; y la creatividad desde la escucha al Espíritu y como oferta al mundo. Además, en los grupos de reflexión se ha destacado el valor de la parroquia como espacio necesario para el primer anuncio, como comunidad de acogida y acompañamiento, como centro de formación y como fuente de envío para la misión. Esta ponencia sintetiza y recoge las propuestas más significativas. En este sentido, el diálogo tenido en los grupos es de gran valor y todas las propuestas nos ayudarán a seguir madurando en el camino que recorreremos en el postcongreso. a) El primer anuncio “Que el mandato del Señor resuene siempre en ustedes: Vayan y prediquen el evangelio” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”). Queremos redescubrir la necesidad de hacernos presentes, a nivel personal y comunitario, en los espacios públicos y en la vida de las personas para escucharlas, acompañarlas en sus anhelos y necesidades y anunciar el Kerigma con lenguajes adecuados a aquellos con los que se dialoga. En particular, deseamos proponer procesos como pueden ser: valorar la importancia del primer anuncio, la narración de la propia vida de fe y el testimonio creyente, en la vida diaria –la familia, el trabajo, las asociaciones, el barrio, el pueblo–. En los grupos hemos hablado sobre la necesidad de procesos de iniciación cristiana que favorezcan el encuentro personal con Cristo. También pedimos explorar formas para acoger y acompañar a los que buscan y a quienes se han alejado de la fe. Otro proceso sencillo nos llevaría a conocer las iniciativas de primer anuncio que se están desarrollando en muchos lugares. En referencia a los proyectos, la propuesta más significativa por parte de los grupos es la creación de Escuelas de evangelizadores y para el primer anuncio. b) El acompañamiento “Por lo tanto, no tengan miedo de patear las calles, de entrar en cada rincón de la sociedad, de llegar hasta los límites de la ciudad, de tocar las heridas de nuestra gente… esta es la Iglesia de Dios, que se arremanga para salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la mano, para sostenerlo, animarlo o, simplemente, para acompañarlo en su vida” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”). El acompañamiento tiene un gran protagonismo en la pastoral de nuestro tiempo. Esta tarea pone en acción la misión de compasión que ha recibido todo creyente para hacer presente al Señor y su Reino, mediante una relación caracterizada por la hospitalidad, la pedagogía y la mistagogía. Planteamos proponer procesos de acompañamiento como actitud pastoral básica en lo que hace referencia a las personas y a los grupos. En este sentido, se ha hablado de cuidar el acompañamiento de personas en situación de sufrimiento y vulnerabilidad, de los matrimonios y familias, de los jóvenes y, más en general, para el discernimiento de la propia vocación. Los proyectos asociados a estos procesos que pueden ayudar a desarrollarlos son, entre otros, la promoción de Grupos y Redes de Acompañantes, la creación de Grupos de Acogida en las Parroquias y la puesta en marcha de Escuelas de Acompañamiento y Discernimiento Espiritual. También valoramos como una propuesta importante la elaboración de un Plan de Formación en el Acompañamiento. c) Los procesos formativos “(El pueblo de Dios) está llamado a dejar sus comodidades y dar el paso hacia el otro, intentando dar razón de la esperanza, no con respuestas prefabricadas, sino encarnadas y contextualizadas para hacer comprensibles y asequibles la Verdad que como cristianos nos mueve y nos hace felices” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”). La formación, inherente a la vida espiritual, es elemento imprescindible para la experiencia de la fe y premisa del testimonio y del compromiso público. La formación ha de ser permanente e integral y deberá cuidar la vocación y capacitar para la misión. Hay que reconocer que la formación conjunta se presenta como un camino de futuro para la Iglesia sinodal. Vemos necesario activar procesos continuados de formación en la fe desde la infancia hasta la edad adulta en los que el laico sea el protagonista, incluyendo los sacramentos como ejes vertebradores. Una formación integral e integradora, que aúne espiritualidad, oración personal y comunitaria, sacramentos y profundización en la fe para dar razones de nuestra esperanza. En particular, la formación en Doctrina Social de la Iglesia se ha de hacer en diálogo con las realidades concretas y con las situaciones sociales que vivimos. Entre los diferentes proyectos planteados se ha hablado de la necesidad de difundir itinerarios de formación para toda la vida, de la creación de Escuelas de Doctrina Social de la Iglesia y de la promoción de Escuelas de Formación de Comunicadores Cristianos que nos ayuden a emitir adecuadamente el mensaje que propone nuestra fe. d) La presencia en la vida pública “Es la hora de ustedes, de hombres y mujeres comprometidos en el mundo de la cultura, de la política, de la industria… que con su modo de vivir sean capaces de llevar novedad y la alegría del evangelio allí donde están” (Mensaje del Papa Francisco al Congreso “Pueblo de Dios en salida”). Ser creyente no sólo exige preguntarnos quién soy yo sino, sobre todo, para quién soy yo. Toda persona bautizada, cualquiera que sea su vocación, vive la misión desde la eclesialidad y la secularidad. El fiel cristiano laico concreta de manera propia y particular estas dos dimensiones. En este sentido, la presencia en la vida pública adquiere gran importancia en la vivencia de la vocación laical. Hemos de activar procesos de diálogo con la sociedad civil y cuidar especialmente que nuestro compromiso en la vida pública no quede excluido del acompañamiento por parte de nuestras comunidades de referencia. También se ha valorado como fundamental articular procesos de diálogo entre la fe y la ciencia En cuanto a los proyectos concretos, la promoción de foros y espacios de encuentro para los católicos comprometidos en el ámbito de la política puede ayudar eficazmente en la opción por la transformación de la realidad para la construcción del bien común. Un proyecto destacado guarda relación con el cuidado de la casa común, y para ello se propone la incorporación en la vida diocesana de órganos y acciones específicas para promoción de la ecología integral. La presencia pública abarca igualmente internet y redes sociales. Promover, potenciar, profesionalizar y estructurar los contenidos de nuestra presencia en ellas a través de la generación de proyectos evangelizadores ha sido una de las propuestas más comentadas. Ello, sin olvidar las relaciones sociales ordinarias, que también son presencia pública. Un Pentecostés renovado Hemos vivido en estos meses una experiencia de discernimiento comunitario. Como Iglesia que peregrina en España, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu y hemos caminado juntos –Pastores, Sacerdotes, Religiosos y Laicos–, con humildad, pero con el firme propósito de renovar nuestro compromiso evangelizador en este momento de la historia. Creemos verdaderamente que los laicos estamos llamados a ocupar un papel central ante los retos que nos plantea este momento. Lo hemos experimentado en el proceso previo que nos ha traído hasta aquí. Es nuestro momento y somos nosotros los elegidos. Nos sentimos gozosos por sabernos llamados a través de la vocación bautismal a desarrollar nuestra misión y a descubrir cuál es el mensaje que Dios quiere seguir transmitiendo al mundo con nuestra vida personal y comunitaria. Sabemos que el camino no es sencillo. Pero a la vez es ilusionante. Así lo muestran las muchas horas de dedicación y los muchos desvelos de tantos laicos en las Diócesis y en Asociaciones y Movimientos que hemos trabajado con la finalidad de participar en este Congreso y con el deseo de vivirlo como un momento de gracia, del que debemos salir con el compromiso compartido de seguir potenciando el papel de laicado en la Iglesia que peregrina en España. La mies es mucha, ciertamente. Los Itinerarios que hemos recorrido en estos días nos han mostrado que existen nuevas preguntas sobre las que hemos de reflexionar, en comunión, para encontrar respuestas. Pero en ellos hemos podido contemplar la riqueza de la Iglesia, con muchas experiencias pastorales interesantes y necesarias que buscan dar respuesta a necesidades concretas, siempre en cumplimiento de la misión encomendada. Comunión, esa es la clave. Hemos de proponer caminos de manera unida, coordinada, desde una mirada profunda, aprendiendo los unos de los otros, creando espacios compartidos de escucha, estudio, trabajo, servicio, activando procesos y poniendo en marcha proyectos pastorales ricos y fecundos que nos ayuden eficazmente a reaccionar ante lo que Dios nos está pidiendo. Soñemos juntos. Recordemos las palabras que el Papa Francisco les decía a los jóvenes –y, a través de ellos, a todos los que formamos la familia de la Iglesia–, en el número 166 de Christus Vivit: “A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.” No perdamos la capacidad de seguir soñando juntos. Este proceso tiene ahora una clara continuidad. No hemos acabado con este Congreso, sino que constituye el punto de partida de nuevos caminos. Los cuatro itinerarios serán los hitos que habremos de desarrollar en los próximos años en la pastoral con el laicado y, concretamente, desde las Delegaciones de Apostolado Seglar. Tenemos que salir de este lugar donde hemos estado estos días con el propósito de llegar, en primer lugar, a todos esos hermanos nuestros de nuestras diócesis, parroquias, movimientos, colegios, instituciones, a los cuales representamos y tratar de comprender que hay un camino ya recorrido, pero que queda otro más importante aún por andar y que queremos hacer juntos, como Pueblo de Dios. Sin perder nuestro carisma, sin renunciar a nuestra espiritualidad, sin abandonar nuestros propios proyectos, pero soñando juntos. En las aportaciones al Documento-Cuestionario preparatorio del Congreso hemos detectado inquietudes compartidas; en el Instrumento de Trabajo, partiendo de ellas, hemos concretado líneas de acción; en las reflexiones formuladas en los grupos de reflexión hemos planteado nuevas propuestas. Ahora debemos dar forma a todo ello, siguiendo la misma metodología sinodal, para ir profundizando de manera organizada en los diferentes desafíos identificados, que nos planteamos a partir de este momento como objetivos que debemos asumir e ir abordando en los próximos años con periodicidad prefijada. No lo olvidemos, hemos iniciado un proceso. Un proceso que continúa abierto y nos exige seguir caminando como Pueblo de Dios en Salida. Somos conscientes de que ha sido y es un proceso guiado por el Espíritu, presente desde el principio. Valiéndose de nuestras virtudes e, incluso, de nuestras debilidades, ahora nos seguirá acompañando para llevar a nuestras realidades de procedencia lo que hemos vivido estos días. Sacerdotes, Laicos y Consagrados, guiados por nuestros Pastores, tenemos la tarea, que se nos encomienda hoy, de abordar la evangelización desde el primer anuncio, de crear una cultura del acompañamiento, de fomentar la formación de los fieles laicos, de hacernos presentes en la vida pública para compartir nuestra esperanza y ofrecer nuestra fe. Hemos vivido en estos días un renovado Pentecostés. Los miedos, dudas o prejuicios que hemos podido traer a este Congreso se han disipado al ver cómo el Señor, desde la sencillez de la Eucaristía, nos da fuerzas para la misión; al comprobar cómo el Espíritu, disponible para quien lo invoca sinceramente, actúa con eficacia; al sentir cómo María, siempre oculta pero presente, nos alienta y reconforta como en el Primer Pentecostés. Sigamos adelante. No estamos construyendo para hoy. No estamos trabajando para mañana. Estamos forjando un camino para la eternidad.