NoticiaClero Ordenados en la Catedral, en un convento, en la iglesia del pueblo y en un estadio de fútbol Publicado: 29/04/2024: 28372 25 y 50 años de cura El 10 de mayo se celebró la fiesta de san Juan de Ávila, patrono del clero secular español. En fechas cercanas a esta fiesta, la Delegación para el Clero organiza el tradicional encuentro de sacerdotes, religiosos y diáconos en el que recuerda, de forma especial, a los sacerdotes que celebran en este año sus 25 y 50 años de ministerio, es decir, sus bodas de plata y oro. El encuentro tuvo lugar el jueves 9 de mayo y, con ocasión de la restauración del Sagrario de nuestro Seminario, se acercaremos a las enseñanzas de san Manuel González con una catequesis del rector del Seminario, Juan Manuel Ortiz Palomo, y la explicación técnica de la restauración que se ha llevado a cabo. A lo largo de la mañana tuvo lugar el reconocimiento a los sacerdotes que cumplen sus 25 y 50 años de ordenación y todos juntos concluyeron la jornada rezando en la Capilla del Buen Pastor ante el Sagrario que san Manuel González soñó, ante el que tantos seminaristas y sacerdotes han rezado durante los 100 años de vida, y que ese día se recolocaba tras el profundo proceso de restauración que ha vivido en los últimso 8 meses. 25 y 50 años de sacerdocio Manuel Ortiz González, Felipe Reina Hurtado, Fernando Motas Pérez SJ, Pedro Villarejo Pérez, Luis Aparicio Covaleda SJ y Lucas José Camino Navarro SDB celebran en 2024 sus 50 años de ministerio. Por otro lado, Danilo Cantillo Caballero IMC, Luis Miguel Aguilar Castillo, José Emilio Cabra Meléndez, Antonio Eloy Madueño Porras, Juan José Rodríguez Mejías OFM, José Agustín Carrasco Álvarez y Eduardo Enrique Chirinos Sivira celebran en 2024 sus 25 años de ministerio. En los próximos días, iremos conociendo unas pinceladas de estos sacerdotes homenajeados. Luis Miguel Aguilar Castillo: «La inquietud infantil de ser sacerdote maduró lo suficiente como para decirle al Señor aquí estoy» Luis Miguel Aguilar (Callao, Lima-Perú, 1957) es el párroco de Nuestra Señora del Carmen, en Estepona, y el capellán del Colegio Diocesano San Juan XXIII de la misma localidad. El próximo 24 de junio celebrará sus bodas de plata sacerdotales. El 24 de junio es la fiesta de san Juan, patrón de la Amazonía peruana «fiesta del pueblo, por esta razón escogí esta fecha para mi ordenación sacerdotal en la parroquia Misión Puinahua, en río Ucayali -Requena (Loreto-Perú). La presidió Mons. Fortunato Baldelli, nuncio apostólico del Perú». Los inicios de su vocación sacerdotal los recuerda así: «Cuando tenía 8 años y estaba estudiando en el Colegio Salesianos, manifesté mi inquietud de ser cura. Mis padres decidieron que continuara con mis estudios y así hice. Al terminar, ingresé en la Universidad, concretamente en la Facultad de Ciencias de la Comunicación, la especialidad de Periodismo. Durante aquellos años de estudiante, conocí y me integré en un grupo juvenil, la Comunidad Juvenil Cristiana, cuyos objetivos estaba basados en el servicio y el dar la vida por el amigo, aspectos que fueron asumidos en mi ser y en mi alma. Las acciones de este grupo me permitieron ahondar, sin darme cuenta, en la inquietud de mi niñez. Antes de terminar los estudios en la Universidad, tuve que realizar mis prácticas preprofesionales y pude hacerlo en la Conferencia Episcopal Peruana, dentro de la comisión episcopal de comunicaciones, en el área de prensa. Aquí comenzó una etapa de muchos años de gratitud al Dios de la vida, al cual muchas veces acudí a reclinar mi alma sorprendida y dolida: veía mis defectos en este ambiente humano que me llevaron a cuestionar mi ser y preguntarme “¿qué quieres de mí?”. El silencio me consumía. Hubo personas que supieron entenderme, como mis padres, mis hermanos y, sobre todo Mons. Augusto Vargas Alzomora, sacerdote jesuita y cardenal de Lima. En la calma de mi vida, esa inquietud infantil había madurado lo suficiente para dar el salto al Amor eterno y decir “aquí estoy, Señor, para ser tu sacerdote». El Señor se hizo presente en su vida de muchas maneras y, «en este caminar, tuve una fuerte experiencia de Dios que me llevo a verlo en el pan consagrado, en la mirada de aquellos que sufren, en el grito en la gente alejada de Él… la soledad y su silencio me siguen consumiendo, pero su Espíritu me lanza a labrar el terreno y a sembrar su Palabra. Y soy consiente que la cosecha es sólo de Él». Al compartir esta experiencia con los lectores de DiócesisMálaga, Luis Miguel se emociona: «surcan en mi mejilla lágrimas de gratitud y dolor: al volver la mirada de mi existencia veo cómo la misericordia pudo, a veces con suavidad y otras con dureza, dar fruto abundante y quisiera dar gracias al Pueblo de Dios y a mi familia, sobre todo a mi padre y a mi abuela ya fallecidos, y a mi amada hermana Chelita que dio su vida por el más pobre y desvalido de nuestro Perú y que ahora goza de la paz en Cristo Resucitado. Ellos fueron fundamentales en mi ser sacerdote». Sigue rezando cada día la oración de su ordenación: ¡Abba! Padre, te doy gracias porque antes de que naciera ya me habías consagrado como sirvo tuyo. ¡Abba! Padre, Tú me conoces y sabes de mi fragilidad. Aún así has surcado mi sangre con la de tu Hijo en las venas de mi pueblo que es suyo. ¡Abba! Padre, ayúdame a renacer cada día y permanecer en Ti, y Tú en mí en la misión de anunciar y acompañar a mis hermanos, en reconocer tu voz y formar juntos un sólo rebaño. × × × Luis Miguel Aguilar el día de su ordenación sacerdotal × Pedro Villarejo Pérez: «Aunque estuviera toda la vida que me queda de rodillas, no tendría suficiente para darle gracias a Dios» Pedro Villarejo (Córdoba, 1946) es el rector de la iglesia del Santo Ángel, en Marbella, y celebrará sus bodas de oro sacerdotales el próximo 28 de junio. Hace poco le preguntó un niño de su parroquia que se preparaba para recibir la Primera Comunión que cómo se dio cuenta de que quería ser cura, a lo que él respondió: «yo no sé si tengo vocación, lo que sí sé es que no tengo equivocación, es decir, que lo que he hecho hasta ahora me ha provocado una felicidad inmensa. La vocación es esa llamada que no es más que ir escuchando todos los días los silbidos del aire interior y ese susurro continuo de Dios que habla, que solicita, que convoca y que besa». El día 28 de junio de 1974 lo recuerda como un «momento extraordinario. Me ordené en Granada, donde había estudiado, y el entonces arzobispo, Mons. Benavent (también fue obispo de Málaga), que tenía que habernos ordenado, tenía que viajar ese día, así que le pidió a Mons. Buxarrais, que acababa de llegar a Málaga, que lo sustituyera y así fue como recibí la ordenación de sus manos, en Granada. Siempre me acuerdo de él en mis oraciones porque esas manos suyas fueron la mano blanda y el toque delicado que a vida eterna sabe y toda deuda paga». A sus 50 años, mira hacia atrás y afirma que, «aunque estuviera toda la vida que me queda de rodillas, no tendría suficiente para darle gracias a Dios. Es una gratitud inmensa. No he recibido en mi vida un don más preciado. Quizá no lo he sabido aprovechar bien, pero eso es consecuencia de las limitaciones humanas. Ya he pedido que, cuando me muera, me pongan como epitafio: “Desde Dios, hice lo que pude, pero podría haberlo hecho mejor”. Ciertamente, Dios hizo todo por mí y yo no lo hice todo por Él. Pero Él sabe el barro del que estamos hechos y me pone siempre lo que falta». Pedro Villarejo el día de su ordenación sacerdotal × × Juan José Rodríguez Mejías OFM: «Antes de descubrir mi vocación sacerdotal, descubrí mi vocación franciscana» Juan José Rodríguez OFM (Ronda, 1970) es confesor ordinario de las Hermanas Clarisas del Convento de Santa Isabel de los Ángeles, en Ronda, y celebrará sus bodas de plata el próximo 24 de septiembre. Este religioso afirma que «antes de descubrir mi vocación sacerdotal, descubrí mi vocación franciscana. Puedo decir que una es consecuencia de la otra y ambas se complementan. Quizá, la sacerdotal fue por la necesidad de la Iglesia y la Orden. Esta necesidad me llevó a descubrir aquello de… “¿y por qué no?”». El 24 de septiembre de 1999 lo recuerda como un día «especial. Era viernes, aunque no sea día habitual para una ordenación. Fr. Carlos Amigo quiso venir a mi convento de Estepa a ordenarme y sólo podía un viernes, día 24 de septiembre, día de la Merced. Vi en ello una señal. Por la mañana asistí a mi trabajo, después almorcé con los frailes y con los primeros que se acercaban para el evento, me retiré y a su hora llegué a la celebración. Fui el único ordenando y me sentí en todo momento muy arropado por los hermanos, familiares y seglares. Fue todo muy solemne a la vez que sencillo y sentí cómo el Señor me signaba para enviarme». En estos 25 años de ministerio «ha habido un poco de todo. Casi se han pasado en un abrir y cerrar de ojos. El día de la ordenación le prometí al Señor, y a mí mismo, que nadie se daría cuenta nunca de si lo que hacía me gustaba o no. He atendido en este tiempo muchas áreas distintas. En realidad en todo he disfrutado mucho. Veo cada día la mano de Dios en la Eucaristía, en el perdón de los pecados, en el servicio a todos y en la misma riqueza que supone ser sacerdote de Jesucristo». × × Danilo Cantillo Caballero: «Recibí la ordenación en el estadio de fútbol de mi localidad porque no cabía la gente en ningún otro lugar» Danilo Cantillo IMC (Cartagena Bolívar, Colombia, 1962) es el delegado diocesano de Misiones y capellán del Colegio Diocesano Cristo Rey. Este Misionero de la Consolata celebró el pasado 17 de abril sus bodas de plata sacerdotales. Así recuerda cómo descubrió que quería ser sacerdote: «Por aquellas cosas “raras” de la vida, cuando comencé los estudios de Secundaria el centro educativo donde estudiaba vivió una manifestación muy grande con quema de autobuses, y barricadas en las avenidas, un despliegue policial impresionante. Mi padre entró en pánico y, como era amigo del sacerdote de la zona donde vivíamos, hablaron y a los dos les pareció que el lugar más seguro para mis estudios era el Seminario (en realidad todos los que estudiamos allí no fuimos porque tuviéramos vocación para ser curas, pero la formación académica era una de las mejores de la ciudad y, por supuesto, celebrábamos la Eucaristía todos los días). Tengo que confesar que, viendo el estilo de los sacerdotes, tan atentos a los estudiantes más problemáticos, y, por la forma tan sencilla y espontánea con que nos acercaban a Dios con la oración de cada día al comenzar las clases- me llamaba la atención- y, con 15 años me planteé por primera vez la posibilidad de ser sacerdote, idea que fui madurando en la Pastoral Universitaria a la que pertenecí. Me hice enfermero. Contaba yo con 25 años, y mucha experiencia de sufrimiento, dolor, carencias, maltratos, vistas con mis ojos, sentidas en mi corazón, acariciadas con mis manos y rezadas en la Eucaristía diaria. El contacto con los enfermos y sus familias despertaron en mí con mayor fuerza la idea que me comía el coco y el corazón: ser sacerdote». Y así llegó el día de la ordenación ese 17 de abril de 1999, un día en el que Danilo recuerda que «estaba sereno, consciente de la gran responsabilidad que asumía y expectante. Las dos semanas previas a la ordenación estuve de ejercicios espirituales, acompañado por el arzobispo emérito de mi diócesis, D. Livio; y del retiro llegué directamente al “estadio” de fútbol de mi localidad, donde tuvo lugar la ceremonia, presidida por el arzobispo Monseñor Francisco Munera Correa, porque en la Catedral no cabían las personas que querían presenciar al primer sacerdote ordenado de esa comunidad. El ambiente era festivo y, al mismo tiempo, de recogimiento, pues todos oraban por mí. Es un día del que nunca me he olvidado ni me olvidaré. Ordenado sacerdote en mi pueblo, pero al mismo tiempo enviado a proclamar la Buena Nueva en otros pueblos». 25 años después, da gracias «por mi familia, mis padres principalmente, sin duda alguna plantaron la semillita de la vocación en mí. Por las personas y pueblos del mundo donde he misionado. Y por el sacerdote misionero que soy y me voy haciendo con la ayuda de Dios: esa persona que escucha con sus cinco sentidos agudizados, doliéndome en mis propias carnes, en mis entrañas, el dolor del otro y alegrándome con sus pequeñas y grandes alegrías. Miro, siento la llamada de Dios en estas realidades; me cuestiono, analizo cual es la raíz de todos estos males, rezo para que la fuerza del Espíritu Santo abra mi mente y corazón, también el de las de instituciones humanitarias, sociales y políticas y el de todo ser humano en el mundo entero y después de “escuchar”, respondo cada día a la llamada del Señor que me lanza, no en nombre propio sino en nombre de Dios Padre creador de todo cuanto existe, a acompañar todas estas miserias de ayer, de hoy y siempre, sabiéndome acompañado por la fuerza de Dios». Ordenación sacerdotal del Misionero de la Consolata Danilo Cantillo × Ordenación sacerdotal del Misionero de la Consolata Danilo Cantillo × Danilo Cantillo, Misionero de la Consolata y delegado de Misiones × Manuel Ortiz González: «Mis amigos han sido siempre los pobres, los campesinos... el pueblo» Manuel Ortiz (Canillas de Aceituno, 1944) cumplirá el próximo 5 de agosto 80 años de vida y el pasado 29 de marzo celebró sus bodas de oro como sacerdote. Natural de Canillas de Aceituno, Manuel afirma que «más que descubrir yo la vocación, fueron el pueblo y los pobres quienes me descubrieron a mí, empezando por la familia humilde de la que procedo. Sin ellos, yo no hubiera sido cura». El 29 de marzo de 1974 es un día inolvidable para Manuel y un día histórico para el pueblo de Canillas de Aceituno, pues se ordenaba sacerdote uno de sus vecinos en la iglesia del pueblo, «además me ordenó Mons. Buxarrais, para mí un gran profeta. Fue un día de fiesta grande para Canillas y para los pueblos cercanos», recuerda Manuel. Cincuenta años como sacerdote, siempre enviado a pueblos de la Axarquía, curiosamente, «comencé en Benamargosa, en el tiempo de diaconado, después me enviaron a Triana, Almáchar, Benamocarra, La Caleta, Almayate… y siempre trabajando con la gente del pueblo en el campo recolectando, escardando… en lo mismo que ellos hacían. También estuve 25 años como capellán en el Hospital Comarcal, en Torre del Mar. Y ahora vivo en la Casa Sacerdotal, donde estoy disponible para ayudar al compañero que lo necesite, en la parroquia que haga falta, como al Llamas en San Pablo». Y tiene muy claro que «mis amigos han sido siempre los pobres, los campesinos... el pueblo». Cuando se le pregunta por un consejo que daría a los curas jóvenes, Manuel respondo rápido que «yo no soy quién para darles consejos, pero sí les diría que siempre se dejen guiar por el Evangelio y que estén cerca del pueblo, de los pobres y de los que sufren, que esos fueron los consejos que nos dio el Maestro». «Todos los días le doy gracias a Dios», añade Manuel, «por mi familia, mi hermana que me ha ayudado mucho en el camino de ser cura, por la gente que me he ido encontrando, por los compañeros sacerdotes, que son mi familia también. Todos me han ayudado a ser muy feliz» Manuel Ortiz con su sobrino en brazos el día de su bautismo × José Emilio Cabra Meléndez: «Sigo siendo un aprendiz asombrado» José Emilio Cabra (Málaga, 1969) es el párroco de Nuestra Señora de los Remedios, en Málaga, el director de la Escuela Teológica San Manuel González y el capellán del Colegio Diocesano San José Obrero. El 18 de septiembre celebrará sus 25 años de ministerio sacerdotal junto a Antonio Eloy Madueño, arcipreste de San Patricio, párroco de María Madre de Dios y director del Departamento para la Causa de los Santos. La vocación José Emilio fue todo un proceso, así la recuerda: «Mirando atrás, veo que fue un descubrimiento lento, difícil de contar porque todo se iba moviendo por dentro. Entonces lo percibía a tientas y entre dudas, sin saber muy bien qué pasaba, y ahora uno ve más claramente la mano del Señor en la historia. Mis proyectos laborales iban resultando, pero en el fondo no me hacían feliz. Recuerdo que me preguntaba si querría seguir viviendo así cuando tuviera cuarenta años (por cierto, tener cuarenta años me parecía una edad ya avanzada… ¡y voy a cumplir cincuenta y cinco!). Junto a esa inquietud, veía la falta de sacerdotes y me repetía: “Hace falta un relevo”, hasta que de repente surgió una pregunta: “José Emilio, ¿y por qué no tú?”. Me la quité inmediatamente de la cabeza hasta que comprobé que seguía ahí y empecé a tomármela en serio». El 18 de septiembre de 1999 es un día que nunca olvidará y lo recuerda con mucha sinceridad: «Mi primer recuerdo del día no es especialmente “devoto”: me había pasado la noche casi sin dormir, de los nervios, así que a las seis de la mañana desperté a un compañero del Seminario, el pobre, para irnos a correr al paseo marítimo… Los nervios se me pasaron en la Catedral, en cuanto sonó la campana de la sacristía y comenzamos. A partir de ese momento, todo fue dejarse llevar. Recuerdo las letanías, como si se me volcara el cielo encima. Y las manos de don Antonio, al prometerle obediencia, que a la vez que recibían esa promesa, me sostenían. Y luego, abrazos y abrazos». Parece que fue ayer, pero ya casi han pasado 25 años y a José Emilio le parece increíble «que haya pasado todo este tiempo, pero más me admira descubrirlo tan lleno de vida, de rostros, de compañeros que han aparecido en el camino, ¡tantas historias…! Sigo siendo un aprendiz asombrado. Cada vez que termina el día, repaso encuentros, problemas, esperanzas que han sido un regalo del Señor. Y así un día tras otro. Y Jesús, fiel en su amistad, a pesar de mis caídas. Como para no dar gracias». José Emilio Cabra el pasado Viernes Santo × Ordenación sacerdotal de José Emilio Cabra ×