El regalo de la vida se debe compartir y vivir en familia, resguardado y volcado para con ella, con la familia cristiana. Me siento afortunado de formar parte de esta gran familia, me siento afortunado de haberme encontrado con muchos curas que me han guiado y acompañado desde pequeño en este proceso de crecimiento personal y espiritual, pero siempre hay alguien especial que te marca y al que tienes presente cada día.

Mi cura, nuestro cura, es un hombre de la Iglesia, un creyente audaz que con su ejemplo nos ha enseñado a aportar mucho de nuestra vida a los demás. Nos ha inculcado la esperanza, nos ha pedido que la transmitamos y que vivamos siempre en ella, a pesar de las circunstancias que nos rodeen.

Somos muchos, y de distintos rincones, los que hemos tenido la suerte de recibir sus enseñanzas, las que aprendió del gran maestro que es Jesucristo y que con tanta bondad y generosidad nos ha sabido transmitir a lo largo de su vida. Nos ha mostrado la alegría de la vida, la buena noticia de la vida, la suerte que tenemos de vivir en la fe. Una mirada profunda y sincera que llega al alma, que no se olvida, que te toca el corazón sin hablar, como si de un mago se tratase, el mago del amor, del amor de Dios.

Muchas gracias por ser un maestro, un padre, un abuelo.