Gracias a este cura, hoy soy licenciado en Psicología y enseño a futuros técnicos sociosanitarios, aportando mis conocimientos de psicología para atender lo mejor posible a tantos mayores que se encuentran en situación de dependencia absoluta.

Con veinte años y estudiando psicología me planteé dejar de estudiarla porque entendía que “ciencia y fe” no podían ir juntas. Criado en una familia con una importante transmisión de la fe y viviendo en una comunidad cristiana, me surgió la duda de si estaba haciendo lo correcto.

Así que un día entré en la parroquia y el párroco me invitó a ir con él a “un mandao”… ¿Quién me iba a decir a mí que me iba a aclarar todas mis dudas? Lo acompañé a ese “mandao” y terminamos en el Seminario Diocesano de Málaga, subiendo por la cuesta de las Nazarenas, paseando entre las sombras de los frondosos árboles que lindan el camino hacia el seminario.

Durante la charla, me dijo una frase que recuerdo y que marcó mi formación como psicólogo y como creyente: “La Iglesia necesita psicólogos cristianos”. Que un cura me diga que la psicología no solo no pondría en peligro mi fe, sino que al contrario, me fortalecería aun más y me ayudaría a ejercer mi profesión y a ayudar a las personas necesitadas con mayor fuerza y profesionalidad, fue clave para seguir estudiando y licenciarme como psicólogo.

Cada vez que me veía en la parroquia me preguntaba cómo me iba en la facultad. Siempre me hablaba con mucho cariño, sinceridad y preocupándose por mí, mis estudios y mi familia

Hoy doy gracias a Dios por ponerme a este cura en mi vida y hacerle caso. Y lo más curioso… también fue director espiritual de mi padre cuando estudió en el Seminario Menor. Gracias por estar ahí siempre que te necesitaba.