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Aniversarios sacerdotales...

Misa Crismal en la Catedral de Málaga // E. LLAMAS
Publicado: 30/06/2020: 19881

El mes de junio es prolijo en aniversarios de ordenación sacerdotal. He tenido la dicha de compartir, en este mes, varias celebraciones de aniversarios de dos, cinco, siete, hasta veintisiete años de sacerdocio de distintos hermanos y amigos. Este año marcado por la pandemia, también le ha dado un sello especial a la celebración: menos abrazos y más sonrisas... el disimulo de la mascarilla pero la misma fraternidad sacerdotal.

Comentábamos en una tertulia, a dos metros de distancia pero oyendo el latir del corazón del otro, la experiencia vivida como sacerdotes en este tiempo de confinamiento. También los curas hemos estado confinados... aunque no el ministerio, que lo hemos ejercido como hemos podido: muchos en la normalidad callada del cada día, algunos con una presencia más notoria en algunos puntos candentes. Y, también, los curas tenemos que iniciar la desescalada: cada uno personalmente y como pastores, acompañando a la comunidad confiada.

¿Cómo ha vivido el cura el confinamiento? De pronto, te das cuenta, como todo hijo de vecino, que no te han bloqueado la puerta pero te han prohibido la salida, que no han tapiado las ventanas pero te han robado el paisaje... Una mano invisible ha echado la llave, un brazo poderoso ha corrido las cortinas, ocultando ladinamente su rostro, confundido con un anónimo fantasma con ínfulas de realeza: corona virus...

Todos hemos sufrido el aislamiento: no porque no pudiéramos salir de la vivienda sino porque no podíamos recibir en el hogar a nadie a quien abrazar. Las cuatro paredes, quizás multiplicadas como una colmena humana, se han blindado en un color oscuro, evitando la luz natural y dejando entrar solo el juego virtual de las pantallas, que han invadido los recitos más íntimos: solo el móvil o la tablet han trasparentado la verdad del mensaje del cariño. Los ordenadores se han recalentado y las máscaras de la ausencia han bailado ante nosotros...

Blindado el exterior, sólo quedaba mirar hacia dentro y encontrar nuevas luces: explorar el espacio interior del alma, descubrir el tiempo olvidado del recuerdo, abrir el viejo álbum familiar y jugar a identificar los rostros amables que nos precedieron o el cambio precipitado por la edad de los que aún nos acompañamos. Hemos vuelto a desempolvar viejos libros... y hasta a colocar cada hora en su sitio, gozando de esta hermosa oración de la Iglesia que hace del paso del tiempo liturgia de las horas. Y por qué no, incluso hemos imaginado el próximo viaje., sin riesgo de confiarnos a un billete.

También el sacerdote ha estado confinado en las paredes de su vivienda, aunque con alguna furtiva salida hacia el templo, simplemente para constatar que el Sagrario seguía fiel en su soledad, custodiado por la cálida mirada de la imagen de la Virgen. Desde el mirador de su corazón, el pastor ha sufrido al contemplar los pastos devastados, el rebaño dispersado y cada oveja blindada en el propio redil, ante la furtiva presencia de la alimaña...

No hay herida mayor que la de separar al pastor de su rebaño, no existe drama más doloroso que un rebaño disperso y distante de la voz de su pastor. Aislado el pastor de su rebaño, hemos jugado al requiebro de las presencias virtuales... pero son sucedáneos que no satisfacen: sin asamblea reunida, sin intercambio de perdón y de paz, sin comulgar, sin despedida misionera, la Eucaristía es simplemente un deseo sin satisfacer plenamente, una suplencia que no colma el amor de Dios que nos entrega a su Hijo como alimento; la despedida del ser querido difunto, sin la calidez del abrazo, sin la oración gratificante del Funeral, sin duelo, ha ahondado el sufrimiento con una doble ausencia: la del ser querido que se va y la de los seres cercanos que no podemos acompañarnos; los Bautismos, no han podido certificar el segundo nacimiento; las Bodas, han dejado en suspenso las fechas, quizás sin ahondar más en el amor; los pequeños de la casa, han visto secuestrada la ilusión de la Primera Comunión en una fecha sin calendario; el ejercicio de la Caridad, con miedo, ha retraído la mano; las procesiones suspendidas por una tormenta seca... Y la Resurrección ha estallado en fina lluvia de primavera que cada cual ha contemplado desde su propia ventana... o quizás hemos mirado todos a la ventana de Francisco en la soledad de la plaza de San Pedro en Roma.

Cuando falta la presencia, la inventiva brota a borbotones descontrolados: muchos sacerdotes han disparado videos, otros han consumido las llamadas, algunos con la escritura, hemos intentado seguir con olor a oveja, quizás con más amor de pastor que pericia de escritor. Cada sacerdote es testigo de muchas historias ocultas de pandemia, relatos imaginarios arrancados a la verdad de la vida que fija la mirada en diversas edades y circunstancias: infancia, adolescencia, familia, ancianidad, muerte y vida... 

Y, ahora nos toca desescalar: el pastor invita al rebaño a  volver de nuevo al redil y escuchar del único Buen Pastor consejos que emanan de su Evangelio y que nos indican el verdadero camino para salir de la oscuridad de lo excepcional a la claridad de la normalidad de la vida. Pero el pastor y el rebaño, secretamente saben que no será como antes: pastor y rebaño estamos llamados a reinventar una nueva pastoral, que al menos debe estar custodiada por estos centinelas de la aurora: sencillez, cercanía, acompañamiento personal, mano tendida al más pobre, corazón cercano al más aislado, enseñar con paciencia al más ignorante. En síntesis hay que reinventar una «pastoral del corazón», confinando muchos papeles. 

Leía en una hermosa novela: «podemos perdonar fácilmente a un niño que tiene miedo a la oscuridad. La verdadera tragedia es cuando los hombres tienen miedo a la luz». Huyamos del auto confinamiento, «desescalemos» a lomos de la esperanza: detrás de la tormenta, el sol  siempre brilla aun más radiante... El pastor al frente del rebaño, volverá a encontrar los pastos de la normalidad de los sacramentos, de la cotidianidad de la catequesis y la urgencia de la caridad... Pero no será como antes... ¡Seguro! Hay que reinventar una pastoral del corazón.

Queridos hermanos sacerdotes, ojalá que el próximo año, celebraremos el aniversario de nuestra ordenación con más olor a oveja y menos olor a lejía... Y que el rebaño y el pastor nos afanemos en perfumar la comunidad con olor a santidad.

Alfonso Crespo

Párroco de San Pedro Apóstol de Málaga

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