«La democracia es un valor que no puede imponerse»

Publicado: 03/08/2012: 4210

•   II Carta a Valerio

Querido Valerio:

Esperé con ilusión tu felicitación navideña por su conocida origina­lidad. Y no has fallado. Original en la reproducción de un cuadro casi desconocido; y más original aún, en la frase que le acompaña. Me parecía una broma. Conociéndote, sé que eres incapaz de no tomarte en serio el tema navideño.

Cuando ayer, la mostré a un amigo, al contemplar la estilizada figu­ra de Cristo, látigo en mano, expulsando a los mercaderes del templo, me preguntó si se trataba de una felicitación navideña o cuaresmal.

Pero, lo que realmente le sorprendió, como antes me había sor­prendido a mí, fue la frase: «Impongamos la democracia». Sospecho lo que intentas expresar. Pero no aciertas. Ni en la comprención del gesto de Jesús, ni en la idea de la democracia.

Democracia aceptada en libertad

En la carta que me adjuntas con tu felicitación manifiestas tu desa­cuerdo, cercano a rebeldía: «¡Esto no va!...». La expresión está cargada de exigencia e impaciencia a la vez. En lo primero eres de admirar. Porque bien sé yo todo lo que pones de tu parte. En eso me gustaría parecerme a ti. En lo segundo, la impaciencia, se notan tus todavía fogosos veintiocho años, o tu incapacidad de respetar la marcha, a veces lenta pero obligada, de los acontecimientos.

Los hombres no somos máquinas. Las vivencias profundas se asi­milan poco a poco. Quizás después de varias generaciones.

Esto no quita ni disminuye el deber concreto e intransferible de cada persona y de cada generación en un momento y lugar dado no debe ser pospuesto. Pero, de ahí, a pedir resultados inmediatos... O te sobra exigencia impositiva o te falta perspectiva histórica.

La democracia jamás deberá imponerse. Debemos trabajar para que sea conocida y aceptada en libertad. Y esto, a pesar de los abusos.

Desencanto

Me ha sorprendido adivinar entre las líneas de tu carta un cierto desencanto. No te es propio. Debes seguir contagiando el optimismo que nace en parte de tu manera de ser, y en otra, de tu fe cristiana.

No me extrañan tus repetidas quejas contra algunos militantes del partido. No todos van «con el corazón en la mano», como decimos co­múnmente. A pesar de todo, estoy convencido que hay más sinceridad de la que tú supones.

Tengo la impresión que confundes la disciplina del partido con la posible imposición caprichosa de algunos dirigentes. Cualquier grupo humano tiene sus reglas de juego. Esto es honesto y necesario. Lo que no me parece acertado es «endiosar» la disciplina de manera que, bajo su peso, caigan militantes sinceros y honrados. Si esto sucede, es que algo falla. De ahí que, a mi manera de ver, cuando la disciplina deja de ser un medio real de ayuda a los miembros del grupo, debe revisarse. Aunque pueda parecerte fuera de lugar.

El valor de la crítica

Tiempo atrás decíamos que la fe cristiana, por el hecho de apuntar hacia una meta que siempre supera al hombre, potencia el sentido críti­co. Nos da una mayor capacidad para una crítica respetuosa y valiente a la vez, sin caer en la crítica sistemática, que paraliza cualquier proyecto.

A mi manera de ver, esto es válido no sólo dentro de la sociedad humana y, por tanto, dentro de cualquier grupo político, sino también para la misma comunidad eclesial. En ella, precisamente, es donde la crítica adquiere todo su valor y su fuerza. Porque entre los cristianos, la crítica nace siempre del amor, se expone respetuosamente y quiere ser un servicio al bien común.

Los santos, «iconos» (imágenes) de Dios para los hombres, han ejer­cido la crítica que podríamos llamar evangélica. Lo han hecho a través de sus palabras y sus escritos. Pero, sobre todo, de sus vidas. Estoy conven­cido que el Espíritu Santo sigue purificando a su Iglesia por la crítica sincera, respetuosa y desinteresada de algunos cristianos.

Los «fallos» de la democracia

Con el tono de exigencia que te distingue, en tu carta me dices, que, según tu manera de ver, ni la crisis económica, ni la falta de rodaje o inexperiencia, ni el tan traído y llevado período de tránsito o la dificultad de cambiar nuestro talante individualista... son razones convincentes para detener la marcha de la democracia; dices que «son justificaciones de los que mandan» para atrasar su definitiva implantación. Bien seguro que tu acusación no es compartida por muchos.

Yo diría que, además de otros fallos u obstáculos en el camino hacia una mayor y mejor democracia, existe el peligro de la «sacralización» de unos estilos democráticos determinados. Junto a éste, veo también el «par­tidismo» de ciertos grupos políticos. Añado, asimismo, la falta de clari­dad al proponer, en períodos electorales, las ideologías, programas y me­dios concretos de los partidos. Y, por si todo esto fuera poco, nos encon­tramos con las violencias físicas y dialécticas que nos incapacitan para desarrollar un programa de cara al bien común, sin esconder propósitos ocultos de anotar puntos a favor del partido.

Sin embargo, querido Valerio, tengo confianza en la democracia. Creo que es un auténtico valor social para nuestro tiempo. Porque a pe­sar de tantas lacras, ya se van viendo resultados positivos. Señalaría, por ejemplo, como algunos partidos van comprendiendo que son un servicio (no absoluto, sino relativo) al bien común. Crece, por otra parte, el senti­do de participación en el pueblo. Y, a pesar de tantos y descarados abu­sos, se va cimentando el ejercicio de las libertades personales y de grupos tanto en la expresión, como en la asociación y decisión.

En definitiva: vale la pena seguir caminando en esperanza hacia la democracia. Es un camino laborioso y largo. Pero, merece la pena recorrerlo hasta la meta.

Sólo me preocupa y me entristece que algunos de entre nosotros (quizás, un día, tú o yo mismo) sucumban en el camino, a causa del mal uso y abuso de la libertad. Esperamos que su sangre, como la de Jesús, caerá en los surcos de la historia, para que otros encuentren una sociedad mejor.

No a los juguetes bélicos

Me alegra, y te felicito de corazón, por el empeño en convencer a tus parientes y amigos que no compren juguetes bélicos para sus niños.

Llevas razón en decir que debemos educar las nuevas generacio­nes, desde la más tierna edad, a fin de que no sean violentos.

Aunque, en esto, no dejas de caer en una cierta contradicción: por una parte eres de los no-violentos; por otra, quieres imponer, aunque sea por medios no-violentos que también presionan, la democracia tal y como tú la entiendes. Cualquier presión, creo yo, es violenta. La verdad, ofreci­da en el amor, nunca presiona. Sólo se ofrece. Y se acoge libremente.

Volviendo al tema de los juguetes, creo que la sociedad española ha hecho un verdadero progreso. Cada día se ven menos juguetes bélicos y, en su lugar, se ofrecen los que entretienen, educando.

Por lo menos, en algo adelantamos.

El Papa que te sorprende

Antes de terminar, me permito sugerirte leas con detención el men­saje que, con motivo de la Jornada de la Paz, nos ha escrito el Papa Juan Pablo II, de quien dices «me desconcierta».

Una vez leído, me gustaría conocer tu opinión. Personalmente creo que, como su primera encíclica, el mensaje es un canto hermoso, claro y decidido a favor del hombre. Dudo que en estos momentos alguien pue­da decirnos algo mejor.

La idea central del mensaje es: La verdad como fuerza de la paz. Conviene que los cristianos lo comprendamos y vivamos. Y que tampo­co lo olviden los políticos.

Saludos a Mercedes. Ella, siempre atenta, ya te habrá preparado su regalo de Reyes. Y que el pequeño Jorge se divierta mucho con los jugue­tes que, bien seguro, no serán metralletas, ni tanques, ni aviones de bom­bardeo.

¡Feliz año 1980!

Un fuerte abrazo de tu amigo,

Málaga, Enero de 1980. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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