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Parroquia de Santa Maria Micaela (Melilla)

Publicado: 01/06/2014: 649

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada en la parroquia de Santa María Micaela el 1 de junio de 2014.

PARROQUIA DE SANTA MARIA MICAELA

(Melilla, 1 junio 2014)

Lecturas: Hch 1, 1-11; Sal 46 2-3.6-9; Ef 1, 17-23; Mt 28, 16-20.

1.- Queridos sacerdotes: D. Roberto, el Vicario, padres Ángel, Amador y Nacho, quiero agradecer a los sacerdotes su trabajo y entrega diaria en esta parroquia de Santa María Micaela y también en la ciudad de Melilla. Ellos están a vuestra disposición en el ejercicio ministerial; por eso quiero agradecer esa tarea que llevan a cabo entre vosotros.

A vosotros, feligreses, pediros que sigáis siendo una comunidad viva que asume las tareas de la nueva evangelización, a la que nos han llamado los últimos papas, y que sigáis dando el testimonio de creyentes que cabe dar en Melilla, en una situación especial por la presencia dialogante y fraterna de personas de otras religiones, de otros credos.

Animo, siempre que vengo a Melilla, a que el estilo de convivencia fraterna, pacífica, serena entre personas diferentes que profesan religiones distintas, sea un modelo transportable a otros lugares. Eso es tarea vuestra. Lo estáis haciendo ya muy bien y os animo a que prosigáis en ese sentido.

2.- La liturgia de hoy, Solemnidad de la Ascensión del Señor, comienza con el primer capítulo del Libro de los Hechos de los Apóstoles; y el inicio de los Hechos empalma con el final del Evangelio de San Lucas.

Él dice que hace referencia a otro libro en el que escribió las cosas de Jesús; en ese otro libro, que es el Evangelio de Lucas, en el último capítulo, el veinticuatro, narra el encuentro de Jesús con los de Emaús, narra la experiencia de Pedro ante la tumba vacía de Cristo resucitado y el pasaje de la Ascensión.

El primer capítulo del Libro de los Hechos engarza con ese tema y toca la Ascensión del Señor y el tema de las apariciones. Y dice: «Se les presentó él mismo –Jesús– después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios» (Hch 1, 3).

3.- Las apariciones del Señor son pruebas de su Resurrección. Jesús resucitado se aparece a los discípulos y esa aparición da prueba de que está vivo, de que ha resucitado; y, además de ser prueba de resurrección, es un envío; les envía a predicar, les envía a bautizar. Jesús se va, asciende a los cielos, pero, tanto en el Evangelio de Lucas al final, como al principio del Libro de los Hechos, dice lo mismo a los discípulos: «No os alejéis de Jerusalén porque hay una promesa del Padre de enviar el Espíritu». (Lc 24, 49; Hch 1, 8)

¿Dónde recibieron los Apóstoles y los discípulos el Espíritu Santo? Cuando Jesús muere, Pedro, el jefe de la barca, se fue a pescar y los demás le acompañaron. Jesús muere en Jerusalén y la pesca de Pedro con la barca se hace en Galilea, al norte de Palestina. Y Jesús le dijo a María Magdalena que esperaría a los discípulos en Galilea, al norte. Pero Jesús les insiste en que no se alejen de Jerusalén.

4.- Jerusalén es donde nace la Iglesia oficialmente, donde muere y resucita Cristo y donde reciben el Espíritu Santo. ¿Dónde ocurre eso ahora? ¿Dónde nace uno a la fe de Cristo, recibe el bautismo y el Espíritu Santo? En la Iglesia. "No os alejéis de Jerusalén" se puede traducir como "no os vayáis de la Iglesia", porque sólo en la Iglesia Cristo te hace hijo de Dios. Cuando nos referimos a la Iglesia no lo hacemos pensando en el templo. En nuestro lenguaje coloquial hablamos del templo como la Iglesia, pero la Iglesia es la institución fundada por Jesucristo.

Santa Teresa de Jesús, después de haber sido perseguida, haber tenido problemas incluso con la Inquisición y haber recibido críticas, al final de su vida dice: «Gracias a Dios, muero hija de la Iglesia»; como diciendo que no le habían sacado de la Iglesia, no había sido excluida y no se había ido de la Iglesia. Murió siendo parte de la Iglesia, hija de la Iglesia.

5.- Hemos hecho el gesto de la aspersión con el agua bendecida, recordando nuestro bautismo por el que se nos introdujo en la Iglesia. El bautismo nos hace hijos de Dios, nos perdona el pecado original y los pecados que hubiéramos cometidos si somos adultos, y nos hace miembros de la Iglesia. ¡No os vayáis jamás de la Iglesia!

Cristo actúa y nos salva en su Iglesia. Hay gente que tiene tentación de tener nuevas experiencias, sensaciones, sentimientos y abandona la Iglesia para ir a otras “instituciones”, otras “fuentes”. Hay gente que ha hecho un periplo y al final de su vida se ha dado cuenta que donde ha encontrado a Cristo es en la Iglesia, de donde salió. Importancia pues de la Iglesia.

6.- Toda la salvación es una acción conjunta de Dios Padre, de Jesucristo el Hijo y del Espíritu Santo. La Creación, la Historia salvífica, todo es acción conjunta de la Trinidad que celebraremos próximamente.

En este caso, Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo del Hombre, viene a este mundo para asumir nuestra naturaleza y divinizarla, pero aquí termina su misión. Jesucristo no iba a estar en la Tierra hasta hoy, como lo estuvo en tiempos apostólicos. Jesús, por tanto, viene, realiza su misión y regresa al Padre, a su lugar, a su sitio.

Estamos ahora en la etapa que llamamos del Espíritu Santo, que no quiere decir que actúa sólo el Espíritu Santo. A Cristo no lo tenemos de carne y hueso, pero ahora tenemos su Espíritu, que es quién conduce la Iglesia. Es el que nos da sus dones, el que nos llena con los carismas, el que nos transforma, el que confirma nuestra fe. Igual que los Apóstoles recibieron en Pentecostés el Espíritu Santo, en la Iglesia el sacramento de la confirmación es el equivalente a la acción de Pentecostés. Pentecostés es ahora para nosotros el sacramento de la confirmación.

Mientras uno no recibe el Espíritu Santo en plenitud, mediante el sacramento de la confirmación, no tiene fuerza y valentía suficientes para ser testigo del Señor. Cuando recibieron el Espíritu los Apóstoles se transformaron de cobardes en valientes y salieron a la calle a predicar.

7.- Uno de mis lemas pastorales es: “que no haya ningún cristiano adulto sin confirmar”; adulto me refiero a partir del uso de razón. Los catequistas, los cantores, los que tenéis tareas en las comunidades cristianas, en las parroquias, los Hermanos mayores, miembros de Juntas de Asociaciones católicas... Todos los que tengáis cualquier responsabilidad, ésta no se puede asumir si no se tiene la fuerza del Espíritu Santo.

¿Cómo puede uno enseñar a otro y ser testigo de la fe si no ha recibido el don del Espíritu Santo? Por tanto, “ningún bautizado de uso de razón sin confirmar”.

8.- El Señor Jesús prometió a sus discípulos que serían bautizados con el Espíritu Santo: «Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo» (Hch 1, 5).

Como dice san Basilio Magno, “el Señor, que nos da la vida, estableció con nosotros la institución del bautismo, en el que hay un símbolo y principio de muerte y de vida: la imagen de la muerte nos la proporciona el agua, la prenda de la vida nos la ofrece el Espíritu” (Libro sobre el Espíritu Santo 15,35)

El bautismo nos convierte en nuevas creaturas, transforma nuestro ser frágil y debilitado por el pecado, y nos concede vivir de modo renovado.

            El don del Espíritu –que recibimos en la confirmación– nos fortalece para ser testigos audaces y valientes: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra» (Hch 1, 8).

            En esta fiesta de la Ascensión, Jesús sube al cielo y nos deja; pero no nos deja huérfanos, pues nos envía su Espíritu y así se lo pedimos: que nos reconforte, que nos transforme, que nos cambie, que nos ilumine y que nos de fuerzas para ser verdaderos evangelizadores.

9.- El Espíritu Santo nos ayuda a penetrar mejor las cosas de Dios. En la Carta de Pablo a los Efesios, que hemos escuchado hoy, dice: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos» (Ef 1, 17-18). Necesitamos conocer en profundidad a qué estamos llamados, qué significa ser cristianos.

Estoy convencido de que, si mucha gente supiera la verdad de lo que es la Iglesia, no de lo que se imagina que es; de lo que es ser cristiano, no de lo que piensan lo que es ser cristiano; si supieran realmente qué es ser cristiano, qué es la Iglesia, quién es Jesucristo, se darían codazos por entrar en la Iglesia. Pero primero se crean una imagen distinta de lo que es la Iglesia, se inventan una imagen falsa y la rechazan; yo también rechazo esa imagen. La Iglesia no es lo que muchos dicen que es. Yo también estoy en contra de esa imagen de Iglesia que ellos se inventan, porque no corresponde a la Iglesia de Cristo.

Seguro que vosotros habréis recibido críticas contra la Iglesia, contra los cristianos; unas pueden tener razón, pero la mayoría de esas críticas son a algo que no existe. Lo que algunos dicen que es la Iglesia no se corresponde con lo que verdaderamente es la Iglesia de Cristo.

10.- Por tanto, es importante que profundicemos en lo que somos. Igual que nos pasa con la imagen de Dios. A veces, nos creamos una imagen de Dios en nuestra mente y en nuestro corazón que no corresponde a lo que Dios es. Nos enfadamos con Él, le pedimos cuentas, le recriminamos, pero es que ese Dios a quién criticamos no es el Dios de Jesucristo. Dios es quien nos ama infinitamente, quien nos invita a conocer su voluntad a través de los acontecimientos de nuestras vidas.

Pablo, en la Carta a los Efesios, nos está animando a descubrir al Dios verdadero, el verdadero rostro de Dios, y a conocer la vocación cristiana.

Vamos a pedir al Señor que nos envíe su Espíritu para conocer mejor nuestra fe, la imagen del Dios verdadero, el Dios Trino, el Dios de Jesucristo, la Iglesia, los sacramentos, la vida cristiana, etc.

11.- Pedimos al Señor que nos conceda la fuerza de su Espíritu para cumplir el mandato de evangelizar. Jesús nos dice: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20).

            Que tengamos la valentía de hacer lo que Jesús nos pide: predicar el Evangelio, anunciar la Buena Nueva y bautizar en nombre de la Trinidad, siendo verdaderos testigos.

            Se lo pedimos a Él y también por intercesión de nuestra Madre la Santísima Virgen María. Que así sea.

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