NoticiaColaboración

La generación olvidada

Publicado: 15/10/2012: 1357

Los que andamos en la cincuentena hemos conocido a nuestras madres cuidando de nosotros desde pequeños, posteriormente cuidando de sus padres y casi sin solución de continuidad, empezando a cuidar de nuestros hijos mientras nos incorporábamos a la vida laboral, para terminar cuidando, en un elevado número de casos, a sus maridos (nuestros padres).

Nos desenvolvemos en una sociedad que presume de memoria o que, al menos, no olvida. Memoria histórica, declaraciones de políticos, las contradicciones que algunos (metámonos todos) cometemos, aquello que nos hizo el vecino o el compañero de trabajo y que tenemos “apuntado”… Aún más, si en algún momento algo no se recuerda bien tiramos de hemeroteca y, para los más avanzados tecnológicamente, de Google o cualquier otro buscador-recordador. Por todo ello, sorprende aún más que nos hayamos olvidado de una generación completa. Me refiero a la generación que no ha hecho otra cosa que consagrar su vida al cuidado. Es una generación que tiene número, el singular y sexo, el femenino. Efectivamente, en nuestro país el cuidar a personas dependientes se conjuga en femenino y singular, salvo honrosas al tiempo que escasas excepciones.

TOTAL DEDICACIÓN

Hay por tanto, una generación, esa generación, que no ha hecho más que vivir abnegadamente dedicada a ese menester, sin darle más mérito ni esperar otra cosa que la satisfacción de ser útiles a todos.

Pues sí, nuestra sociedad, la sociedad de la buena memoria se ha olvidado de ellas, nos hemos olvidado de ellas. Ya no sólo de reconocer la valía de lo que han hecho y hacen, no, sino de otras cosas más “humanas”. Nos hemos olvidado de sus padecimientos, físicos y emocionales, de sus necesidades de ocio y diversión, de sus necesidades espirituales.

En cierta ocasión, trabajando con un grupo de familiares cuidadores de enfermos de Alzheimer, una de las personas que asistían a la reunión mientras su marido estaba en terapia, nos comentó con cierto agrado que la semana transcurrida desde la reunión anterior había sido diferente y mejor a las del último año. Una sobrina se había quedado un rato con su marido, técnicamente le había dado “respiro”, mientras ella iba a un entierro. Poder ir a ese entierro había significado para ella algo que rompía su rutina y que le había permitido relacionarse con otras personas. Hasta entonces yo no había pensado nunca que ir a un entierro pudiera generar sentimientos, si no de alegría, de haber hecho algo que resultara casi agradable. Esa mujer, para todos en el centro, era la mujer de Pepe. ¡Que barbaridad!, la conocíamos por lo que hacía, más que por quién era.

LAS MUJERES DE "PEPE"

Permítanme que utilice esta tribuna para reivindicar, ellas no reivindican nunca ,que la sociedad vuelva la cabeza hacia esta generación olvidada, que cuando hablemos de cuidar al que cuida no tenga el interés espurio de que si claudican se acaba el cuidado. Permítanme que también utilice esta tribuna para pedir, ellas no piden nunca, que no olvidemos sus necesidades de todo tipo, que aunque parezcan sobrehumanas son “simplemente humanas”. Ayudemos a que se cuiden por el simple placer de que se encuentren mejor. A toda esa generación olvidada de “mujeres de Pepe”, para que nunca olvidemos sus nombres, sus caras y el amor y la entrega con la que han dedicado su vida a cuidar.

Autor: José Antonio Trigo, geriatra

Más noticias de: Colaboración