El texto del Evangelio de hoy no podemos separarlo de todo el contenido de la Palabra de Dios. En él nos damos cuenta de que Jesús no se libró de las tentaciones de riquezas, poder y prestigio, y tuvo que enfrentarse a situaciones conflictivas. Son las consecuencias de estar en el mundo, encarnación. Se le presenta un dilema propio del momento que le tocó vivir, bajo el dominio del Imperio Romano. A Jesús lo quisieron desacreditar ante el pueblo o ante las autoridades romanas. Su respuesta pone de manifiesto que para Él lo importante es el plan de salvación que Dios tiene para la humanidad que, respetando la autonomía de las realidades terrenas, pasa por ellas (Lc 17, 21), las interpelan (Mt 13, 33) y las trascienden (Ef 1, 10).

Este dilema se nos presenta también a nosotros, nos obliga a dar respuesta. Ante las circunstancias concretas, tenemos que plantearnos qué es lo que Dios nos pide, cómo hacer que prevalezca su plan.

“Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” no es evadirse de los problemas, ni encerrarnos en el intimismo religioso, ni utilizar a Dios como excusa para determinadas acciones, significa comprometernos en el plan de salvación en la línea del Reino, en la construcción de una sociedad donde se dé la fraternidad.

Exige conocer la realidad, discernir individual y comunitariamente para, libremente, elegir con coherencia. No tenemos recetas, pero sí su ayuda y cercanía (Jn 14, 25-26).