La imagen de la viña es recurrente en las Escrituras. Sacerdotes del Templo y escribas, que cuestionan a Jesús su autoridad para enseñar, conocían perfectamente que la viña expresaba el misterio del Pueblo de Dios. Por eso, Jesús recurre a esta imagen para confrontar las dos actitudes que se adoptan ante el llamamiento del dueño de la viña a trabajar y sacar los frutos de justicia que se espera de ellos. Por un lado, personas alejadas de lo religioso (pecadores, prostitutas), hijos que con la boca dicen: ¡No voy!, por tener otras prioridades antes que agradar a Dios, pero que al final recapacitan y se ponen manos a la obra... y por esa razón “ya van por delante”. Por otro, los muy religiosos y cumplidores, los que se sienten seguros de agradar a Dios cumpliendo ritos y llenándose la boca de discursos y palabras bonitas, pero, en el fondo, una simple “pose”, externa e hipócrita, vacía de obras de justicia.

Jesús, con su vida de entrega, de ahí su autoridad, amplió el significado: La viña no solo es la Iglesia, sino el mundo entero (CL 1). Todos somos llamados a “salir” a trabajar, a ser “Iglesia en salida” a las periferias, en el mundo del trabajo, de la familia, de la escuela, de la enfermedad, de los pobres, de los alejados... No es cuestión de grandes palabras: “Sí, voy”, sino de “ir”. Porque “Obras son amores, y no buenas razones”, y “del dicho al hecho, hay un trecho”. ¡Con su gracia, sí podemos!