El evangelio de hoy nos vuelve a acercar a una de esas explicaciones de Jesús acerca del Reino de Dios a través de una parábola.

Constantemente nos comparamos y ponderamos, valoramos a las personas según sus acciones y establecemos recompensas y sanciones. Son las ideas humanas de la justicia
y en torno a ella hemos construido costumbres, normas y leyes. Hoy en día, especialmente, asistimos a un constante y alocado juicio a través de las redes sociales de todo aquello que salta al ciberespacio público. Juzgamos, condenando o ensalzando, desde nuestras ideas de justicia.

Pero la justicia de los hombres jamás limitará el amor de Dios. Dios da su amor a todos como se da el amor: del todo. Un buen padre nunca establece diferencias en el amor a sus hijos,
no puede hacerlo, porque los quiere a todos totalmente. Al margen de sus logros y más allá de sus errores.

Y es un peligro, especialmente para las personas que vivimos dentro de la comunidad eclesial, poniendo nuestro empeño en acercar el Reino de Dios y su justicia, olvidar que nada de esto nos coloca en una situación de superioridad o ventaja. Esa no es la justicia de Dios, y así, con la rotundidad y claridad de la que siempre hacía gala, nos lo recuerda Jesús: los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

La justicia de Dios es su amor. Entender esto significa transformar la mirada y la vida entera. Significa Reino de Dios.