El evangelio comienza con la reacción de Jesús al ver a la gente. Su corazón queda afectado, algo se revuelve en sus entrañas. La compasión, la misericordia, que siempre es afectiva y genera un sentimiento ante la debilidad del otro, también es efectiva, ese sentimiento se traduce en una acción que trata de hacer algo por esas personas vulnerables que han provocado ese doble movimiento. En este caso, la acción es la llamada a los doce, personas concretas, con sus nombres, sus realidades, sus luces y sus sombres, a los que se les envía a proclamar el Reino que viene preñado de esperanza. 

El vocablo Palabra, dabar en hebreo, siempre tiene dos acepciones, la de los dichos y la de los hechos, por ello cuando Jesús envía a proclamar el Reino les manda que lo hagan con la palabra, pero también con los gestos, con las acciones: “curar enfermos, expulsar demonios”. Sólo así esa Palabra será creíble. Como canta Brotes de Olivo: “Si no vivo lo que canto, ¿para qué cantar?” 

Nuestro relato evangélico finaliza señalando también el cómo ha de hacerse esa predicación, ese anuncio. Puesto que ellos han recibido la Buena Noticia como un don, un regalo gratuito, como tal han de entregarlo: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis”. Así dice el papa Francisco: “El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión” (EG 9).