Comentando este pasaje del Evangelio, san Agustín explica de dónde proviene el deseo humano de alabar a su Creador: nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti. Él es nuestro descanso. En Él encontramos la paz y el sosiego. Un filósofo de nuestros días se refería al ser humano como homo agitatus. Situaba este autor el mal de nuestra sociedad en la incapacidad que esta encuentra para la quietud, el sosiego y la soledad. El homo agitatus busca. Pero no encuentra la paz. Quizá porque no busca lo que debe. O no lo busca como se debe.

El Señor en este pasaje del Evangelio nos dice que pedirá al Padre para nosotros otro Paráclito. Nos promete el consuelo, el Espíritu de la verdad. En la verdad del Verbo Encarnado está nuestra paz, nuestro consuelo. Porque Él no nos dejará huérfanos. Él está junto al Padre. Y nosotros en Él y Él en nosotros por el Espíritu. San Pablo VI, en una audiencia general, comentando este mismo pasaje, explicaba que vivimos, en muchas ocasiones, demasiado volcados hacia el exterior, no sabemos meditar, no sabemos orar, no sabemos acallar todo el ruido. Somos víctimas de la agitación. Debemos, usando sus palabras, preparar en nuestro corazón un sitio privilegiado, silencioso, tranquilo para recibir el fuego de Pentecostés. El Paráclito, que viene en nuestra defensa, nos enseñará a orar y donará paz y sosiego a nuestros corazones agitados.