Llega la Navidad, con olor a mazapán, resplandores intermitentes por doquier, nieve en belenes con ríos de plata y figuritas sonrientes, alegres berridos de «¡Ho, ho, ho!» y renos de narices luminosas, fotazas solidarias de ricos que comparten lo que les sobra y asociaciones con ánimo de hacerse ver, felicidades de plástico y bótox, hogareños fuegos de chimenea en pantallas gigantes cuatrokás, villancicos de letra necia y música ridícula...

Pues no. Llega la Navidad. Una familia sin techo que busca abrigo en una pocilga. Una banda de “donnadies”, presumiblemente merdellones, y varios frikis migrantes desde Oriente que sondean el infinito son los testigos de la vuelta de tuerca más asombrosa de la historia: mientras todos los de la navidad de escaparate permanecen en sus hogares, cada uno a su bola, estos asisten, con la boca abierta y el corazón henchido, al nacimiento de Dios hecho carne, recapitulando toda la humanidad y el espacio-tiempo en sí mismo, en el último lugar del mundo, que es el más universal, porque toda persona, por insignificante que crea ser, puede llegar hasta Él. He aquí el Misterio.

Yo le pido a Dios que me cambie el corazón para que quiera entrar, hacerme pequeño, caminar hacia las afueras, encontrarme con Él en ellos. Porque ha venido la Navidad, para salvarnos a todos. También de nuestras navidades de destellante pacotilla.