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Dedicación del altar de la parroquia de San Patricio (Málaga)

Publicado: 03/07/2015: 257

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la dedicación del altar de la parroquia de San Patricio (Málaga) celebrada el 3 de julio de 2015.

DEDICACIÓN DEL ALTAR

DE LA PARROQUIA DE SAN PATRICIO

(Málaga, 3 julio 2015)

 

Lecturas: Neh 8, 2-6.8-10; Sal 18, 8-10.15; Ef 2, 19-22; Jn 20, 24-29.

1.- La parroquia de San Patricio data de 1891, erigida canónicamente por el Beato Marcelo Spínola Maestre, entonces Obispo de Málaga. Era la adecuada respuesta a las necesidades pastorales de los miles de personas que se iban instalando, en casas o en chabolas, en la extensa zona suburbial del oeste de la ciudad, junto a las fábricas y a lo largo de las playas y de la carretera de Cádiz.

En el barrio existía ya una pequeña Iglesia, que la familia Huelin había construido en 1875 junto a una fábrica de azúcar de su propiedad.
Aquella primitiva capilla dedicada, en sus comienzos a la Virgen de los Dolores, fue la sede de la Parroquia de San Patricio, durante sus primeros cincuenta años.

En 1955 se inauguró el nuevo centro parroquial de San Patricio, siendo Mons. Emilio Benavent Obispo Auxiliar de la Diócesis. Hoy tenemos el gozo de poder consagrarlo al Señor de manera solemne.

2.- Damos gracias a Dios por diversas efemérides, que concurren hoy en esta celebración: además de la dedicación del templo, nuestro querido D. Francisco Acevedo cumple cien años de vida; y el actual párroco, D. Adrián Troncoso, cumple cincuenta años de sacerdocio. También el Señor me concede celebrar hoy treinta y nueve años de sacerdocio.

Según el libro de Nehemías, después de reconstruir la ciudad de Jerusalén, las murallas y el templo, se congregó todo el pueblo y el sacerdote Esdras leyó el Libro de la Ley ante los miembros de la comunidad que tenían uso de razón: «Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura del libro de la ley» (Neh 8,3).

También hoy proclamamos la Palabra de Dios en esta asamblea, para que ilumine nuestras mentes y mueva nuestros corazones para servir al Señor, nuestro Dios.

3.- La Palabra de Dios no debe ser interpretada privadamente. Como dice el apóstol Pedro: «Ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, pues nunca fue proferida profecía alguna por voluntad humana, sino que, movidos por el Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios» (2 Pe 1, 20-21).

            Por eso se le explica al pueblo de Israel el sentido de la Escritura: «Leyeron el libro de la ley de Dios con claridad y explicando su sentido, de modo que entendieran la lectura» (Neh 8, 8).

            La Palabra de Dios tiene su sentido y el Magisterio de la Iglesia es quien tiene la misión de explicar el sentido de la Palabra divina. Los “ecos” que suelen hacerse en las comunidades neo-catecumenales no tienen garantía de la autenticidad magisterial; por eso deben tomarse como simples reflexiones personales al hilo del texto bíblico.

            Las iglesias del mundo protestante permiten que cada cual interprete a su gusto el texto bíblico. De este modo puede haber muchas interpretaciones de un mismo texto y no ser auténtica ninguna de ellas.

4.- Cuando Nehemías congregó al pueblo y leyeron el libro de la Ley, el gobernador, el sacerdote, el escriba Esdras y los levitas instruían al pueblo y les amonestaban diciendo: «Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis» (Neh 8, 9), invitándoles a comer buenos manjares y sabroso vino, alegrándose de que el Señor era su fuerza (cf. Neh 8,10).

También hoy la comunidad parroquial de San Patricio en Málaga celebra un día grande, haciendo fiesta por la dedicación del templo parroquial. A partir de hoy todos los años venideros, tal día como hoy, tres de julio, celebraréis la dedicación de este templo parroquial.

5.- En la carta de san Pablo a los Efesios se nos dice: «Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular» (Ef 2, 20).

Todos los fieles cristianos formamos un único templo, ensamblado y armonizado por el Espíritu Santo, que es consagrado al Señor (cf. Ef 2, 21). Todos nosotros entramos a formar parte en la construcción «para ser morada de Dios, por el Espíritu» (Ef 2, 22). Todos somos templos del Espíritu Santo, donde él inhabita. Desde el día de nuestro bautismo, que hemos recordado con el asperges del agua bendita, hemos sido hechos templos que acogen al Espíritu; él llena nuestros corazones y nos va conformando y configurando a imagen de Jesucristo.

            Todos somos «miembros de la familia de Dios» (Ef 2, 19); y consecuentemente, hermanos entre nosotros. Dedicar hoy este templo nos compromete a ser nosotros “templos” del Espíritu, porque somos templos dedicados y consagrados a Dios desde nuestro bautismo.

Somos piedras vivas que encajamos en la edificación de la Iglesia. Cada uno tiene una tarea, que, si no la hace, queda por hacer. El Señor nos ha hecho hijos suyos en el bautismo, nos alimenta con su Palabra y con la Eucaristía, nos da los dones del Espíritu, nos ha regalado la fe, la esperanza y el amor; y nos confía una misión a cada uno. Cada piedra viva de la Iglesia tiene una tarea, como cada piedra de este templo tiene una función propia: unas forman los fundamentos, otras las paredes, otras el techo. Todos estamos, de manera armónica, coordinados por el Espíritu y afinados como un arpa. Os animo a que asumáis cada uno la misión que el Espíritu os otorga, como fieles cristianos comprometidos y como testigos del Señor.

6.- En el Evangelio hemos visto al apóstol Tomás, que se resiste a creer en la resurrección de Jesús, cuando los demás apóstoles le comunican que han visto al Señor. Tomás, duro de creer, dice: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).

            No seamos como Tomás, que ponemos resistencia a la fe y a la acción del Espíritu en nosotros. ¡Dejémonos transformar y configurar a imagen de Jesucristo!

            Días después el apóstol Tomás pudo verificar las llagas de Jesús, ante la invitación del Señor que le dijo: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Jn 20, 27).

            Tomás, ante esta invitación del Señor exclama: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Es decir: creo que tú eres Dios, que eres Jesús de Nazaret resucitado, que eres el Señor de la historia. Ésta es la mejor confesión de fe, que aparece en el Nuevo Testamento, donde se proclama y profesa la divinidad de Jesús, el Hijo de Dios.

Cuando tengamos la tentación de huir de Dios, de alejarnos de la Iglesia, de no comprometernos con nuestro testimonio, recordemos esta profesión de fe de Tomás y digamos: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).

Hagamos profesión de fe personalmente y en comunidad, para poder transmitirla después a los paganos de nuestra sociedad. El Señor espera de nosotros que hagamos también esta profesión de fe; que creamos en su resurrección, en su señorío, en su divinidad.

            Jesús nos llama bienaventurados a los que crean sin haber visto (cf. Jn 20, 29). Ahí estamos nosotros. Somos bienaventurados porque creemos, aunque no hayamos metido nuestra mano en la llaga del Señor.

7.- Después de escuchar la Palabra de Dios y de participar en el banquete eucarístico del Señor, somos enviados a proclamar ante el mundo entero el Evangelio de amor y de luz, que es Jesús, el Señor: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio” (cf. Sal 116, 1-2). Id a nuestra sociedad y proclamad el Evangelio y anunciad que Jesús es el Señor, es Dios.

            Agradeciendo al Señor esta celebración, pedimos a la Santísima Virgen María, que nos acompañe en la meditación asidua de la Palabra de Dios (“lectio divina”), en la participación en el banquete de la Eucaristía y en nuestra misión de ser testigos audaces del Evangelio. Lo pedimos también por intercesión de santo Tomás apóstol, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia. Amén.

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