NoticiaHomilías de Don Fernando Sebastián Jueves Santo, Misa de la Cena del Señor (Catedral-Málaga) Card. Fernando Sebastián El cardenal Fernando Sebastián, en la Catedral de Málaga, en la Cuaresma de 2014 Publicado: 24/03/2016: 5560 Homilía pronunciada por el Cardenal Fernando Sebastián el 25 de marzo en la Misa de Jueves Santo, Cena del Señor, en la Catedral de Málaga. JUEVES SANTO MISA DE LA CENA DEL SEÑOR (Catedral-Málaga, 24 marzo 2016) (Card. Fernando Sebastián Aguilar) Lecturas: Ex 12, 1-8.11-14; Sal 115; 1 Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15. Hoy es el día de la intimidad, el día de las confidencias entre Jesús y sus discípulos. En el jueves santo Jesús descubre, primero a sus discípulos, y con ellos a los cristianos y al mundo entero el sentido verdadero de lo que va a ocurrir al día siguiente. Esta revelación la hace Jesús en dos momentos diferentes: el lavatorio de los pies y la institución de la Eucaristía. El lavatorio de los pies. Si nos emociona ver al Obispo lavando los pies a unos hermanos, ¿qué sería si viésemos al propio Jesucristo arrodillado delante de nosotros y lavándonos los pies como un criado? “Me llamáis Maestro y tenéis razón porque lo soy” “Haced vosotros lo mismo.” “También vosotros tenéis que lavaros los pies unos a otros”. Nos lo dice Juan con palabra emocionada, “Sabiendo que había llegado al final de su vida, Jesús, que amaba a los suyos, los amó hasta el fin”. Los amó sin medida, absolutamente. Esta es la gran enseñanza y el gran mandato de Jesús. Lavaos los pies unos a otros. Dejad el amor propio a un lado, no os ignoréis ni os despreciéis unos a otros, poneos al servicio de los demás, ayudaos en todo, poned todo vuestro interés en el bien de los demás, en el servicio de los más necesitados. Poned el honor de vuestra vida en amar y servir a los demás. No vivimos así, no nos duelen los sufrimientos del prójimo, nos aislamos, nos tapamos los ojos con mil razonamientos para no tener que atender las necesidades de los demás. El mandato de Jesús es el amor, porque el amor es la vida verdadera, la verdadera justicia, la garantía de la paz y de la felicidad. Dios es amor, Jesús es amor, y la salvación de nuestra vida está en el amor. El amor es la vida eterna. La Institución de la Eucaristía. En la Cena pascual Jesús vive por adelantado la verdad profunda de su muerte. Su cuerpo es un cuerpo entregado; y su sangre es sangre derramada. Él sabe lo que está a punto de ocurrir y lo vive interiormente como la consumación de su amor y de su obediencia al Padre del cielo. Jesús vive su muerte como amor obediente a Dios salvación de la humanidad. Por eso nos la entrega como renovación de nuestra existencia y camino de salvación. “Tomad y comed”, “Tomad y bebed”, uníos a mí y venid conmigo al encuentro del Padre celestial, dejad las seducciones de este mundo y poned vuestra vida conmigo en manos de Dios. La Eucaristía es la permanencia de la muerte de Jesús como un torrente de piedad y de adoración en el que podemos entrar cada día para llegar con El hasta el trono de Dios. Es la vuelta al Paraíso, el abrazo de reconciliación con Dios nuestro Padre que nos acoge en su Casa y nos reviste de su Gloria. En la Eucaristía encontramos el amor de Dios que desde la Cruz de Jesús sostiene y envuelve nuestra vida, perdona nuestros pecados y nos abre la puerta de su Casa. Y en la Eucaristía aprendemos a amarnos unos a otros, a vivir como hermanos, a tomar como propias las necesidades de los demás. La Eucaristía es un momento celestial, un momento de salvación. Hoy es un día grande, día de grandes revelaciones y de grandes encuentros. Tiene que ser también un día de grandes propósitos. El propósito fundamental de vivir unidos a este Jesús cuya vida y muerte son el único camino de redención y salvación, el único alimento de la verdad y la grandeza de nuestra vida. Salgamos de nosotros mismos y acudamos al encuentro de Jesús en la Eucaristía. Él nos ofrece cada día el gran Amor de Dios, ese amor que es el origen y el fin de nuestra vida, ese amor que es la forma más alta y verdadera de vivir, en el cual está el remedio de todos nuestros males y la garantía más segura de nuestra felicidad eterna. Con el papa Francisco, con los cristianos del mundo entero, con la Virgen María y con los santos pedimos a Dios que este amor divino que llenaba y llena el corazón de Jesús se difunda por toda la tierra, que cambie nuestras cabezas y nuestros corazones, que suprima los enfrentamientos, que nos enseñe a vivir en paz con la mirada puesta en los bienes de la vida eterna.