NoticiaCuaresma Día 2. Charlas Cuaresmales. ¿Sabemos orar como conviene? Publicado: 17/03/2020: 17017 CRISIS CORONAVIRUS Durante esta semana, y ante la imposibilidad de que los fieles de la diócesis participen en las conferencias de Cuaresma, ofreceremos los textos de las charlas cuaresmales que el sacerdote Alfonso Crespo Hidalgo iba a impartir en la parroquia Stella Maris, organizadas por el Movimiento de Apostolado Familiar San Juan de Ávila, bajo el lema «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. Señor, enséñanos a orar». II. «MI ALMA TIENE SED DE DIOS, DEL DIOS VIVO». ¿Sabemos orar como conviene? La pregunta nos puede extrañar. Si llevamos ya rezando desde nuestra infancia; si todos los días rezamos, ¿nos vamos a preguntar, ahora, si sabemos rezar? Los obispos españoles nos han dejado una Carta: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,3), en la que nos invitan a reflexionar sobre la calidad de nuestra oración. 1. Situación espiritual de hoy La sed de Dios acompaña a todos y cada uno de los seres humanos durante su existencia. Así expresa san Agustín esta experiencia universal: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Hoy todos tenemos un deseo acuciante de silencio, serenidad y paz interior. Algunas personas acuden a técnicas que les produzcan bienestar, equilibrio emocional y serenidad interior. Algunas de estas técnicas tienen su origen en religiones ajenas al cristianismo e incluso, algunos abandonan fe cristiana para seguir estas «espiritualidades difusas». Hoy, debemos preguntarnos: ¿La oración es un encuentro con uno mismo o con Dios? ¿Es una técnica para el autodominio de los sentimientos o emociones o una auténtica relación con Alguien? Esta relación personal es una clave fundamental para discernir si nuestra oración es realmente cristiana o no. Si queremos que todos conozcan y amen a Jesucristo y, por medio de Él, puedan llegar a encontrarse personalmente con Dios, la Iglesia no puede ser percibida únicamente como educadora moral (que da unas leyes y normas) o defensora de unas verdades (que enseña unos dogmas), sino ante todo como «maestra de espiritualidad» que nos invita a una experiencia profundamente humana de relación con el Dios vivo, como maestra de oración. Conviene, pues, aprender a orar bien: orar como auténticos cristianos, con creatividad en las formas y, al mismo tiempo, con fidelidad a la tradición cristiana. Recordemos unas verdades teológicas fundamentales La fe y la oración son inseparables, ya que «la Iglesia cree como ora» y en lo que reza expresa lo que cree. Si nuestra fe está confusa, nuestra oración lo estará también. Tres cuestiones a tener en cuenta, para no distorsionar nuestra oración: - Jesús es el Hijo de Dios, Maestro y Señor. La persona de Cristo se ha oscurecido: lo hemos reducimos a un buen hombre, a un gran líder, a un modelo de justicia y no lo contemplamos como el Hijo de Dios, el Maestro y Salvador. - Dios tiene rostro: su Hijo Jesucristo. El encuentro del cristianismo con otras religiones, especialmente asiáticas, ha dado lugar a un cierto «da igual una que otra», y reducimos a Dios a una «fuerza anónima», un Dios sin rostro: el rostro de Dios es para nosotros Cristo, el Hijo de Dios, nacido de María. - Dios nos salva y nos promete la vida eterna. Se ha sustituido, en nuestra cultura la idea cristiana de la salvación, que nos viene de Dios y no de nosotros, y que mira a la vida eterna, por el deseo de una «felicidad aquí y ahora», un bienestar de carácter material, el progreso de la humanidad, que dependería de nuestro esfuerzo. Nadie puede «auto salvarse»: solo Dios salva. Estemos atentos a algunas influencias que pueden desvirtuar nuestra oración Hay corrientes espirituales, especialmente venidas de Oriente, que pueden desvirtuar la oración cristiana. He aquí, algunas actitudes que se pueden filtrar en nuestra oración: 1ª) Orar para encontrarme bien y en paz. La metodología del budismo zen promueve un dialogo consigo mismo, todo es pura meditación para pacificar el propio sujeto: para sentirme bien, en quietud y paz. «No hay un Tú con el que hablar, sino que hablo conmigo mismo». Como técnicas de relajación son buenas, pero no confundamos estar relajado con estar orando: Orar es tratar con Dios, hablar y escucharle, sobre todo por medio de su Hijo Jesucristo. 2ª) Dirigirme a un Dios anónimo, igual para todas las religiones. Hoy nos rodean «muchas religiones»: Se puede caer en la tentación de que «da igual una que otra…», que la fe cristiana y católica es «una más». Estamos convencidos que nuestra fe es la verdadera. Nuestra fe cristiana se fundamenta en que Dios nos ha hablado por medio de su Hijo. Nos relacionamos con Dios a través de Jesús. Por eso, nuestra oración termina: Por Jesucristo Nuestro Señor. 3ª) Contemplar a Cristo como un modelo a imitar pero ajeno a mí. Cristo no se puede reducir a un «simple buen ejemplo», al lado de otros buenos ejemplos. No. Cristo no es solo un ejemplo a contemplar, él ha intervenido en nuestra vida: con su Muerte y Resurrección nos ha salvado y nos ha abierto las puertas del cielo. Con él puedo relacionarme, hablar, orar… 2. Cuáles son los elementos esenciales de la oración cristiana Vamos ahora a enumerar algunos aspectos fundamentales de la oración cristiana: Para discernir los elementos esenciales de la oración cristiana hay que dirigir, en primer lugar, una mirada a Jesucristo, el único camino que nos conduce al Padre. Su Evangelio es la norma principal de la vida cristiana. Él es el auténtico maestro de oración. La oración entabla una relación: dirigida al Padre La oración de Jesús es expresión de su relación filial con el Padre. Está, por tanto, dirigida a Dios y nunca es un ejercicio de introspección que termina en Él mismo, para encontrarse en paz, se dirige a un Dios que llama Padre, en una relación permanente y viva. «En la oración del Señor, el centro no son sus deseos ni la consecución de una felicidad terrena al margen de Dios, sino la comunión con el Padre. El criterio de autenticidad de la oración cristiana es la confianza filial en Dios, para aceptar que se haga siempre su voluntad, sin dudar nunca de Él y poniéndose al servicio de su plan de salvación. Vivir como si Dios no existiera es la mayor dificultad para la oración». (Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 23). Más allá de la pura técnica: sencillez exterior y sinceridad interior En este tiempo en el que parece que para muchos el primer problema de la oración es la cuestión de las técnicas para entrar en ella, llama la atención que Jesús no diera muchas instrucciones sobre esto. «Para Él es más importante la sencillez exterior y la sinceridad interior. Esta es la clave para entender las breves indicaciones del Señor a los discípulos sobre cómo orar que encontramos en los textos evangélicos: no se puede separar la vida y la oración (cf. Mt 7,21); por eso, para presentar la ofrenda en el altar, es necesario estar en paz con los hermanos (cf. Mt 5, 23-25); la oración que nace del amor de Dios incluye pedir por los perseguidores (cf. Mt 5, 44); para orar en lo secreto, donde solo el Padre lo ve, no se necesitan muchas palabras (cf. Mt 6, 6-8); pedir perdón a Dios exige perdonar desde el fondo del corazón a los enemigos (cf. Mt 6, 14-15); para que la oración sea eficaz, hay que confiar en que ya se ha recibido lo que se ha pedido (cf. Mc 11, 24); es necesario orar siempre sin cansarse (cf. Lc 11, 5-13; 18, 1); la oración que llega a Dios nace de un corazón humilde (cf. Lc 18, 9-14); el cristiano reza en el Nombre de Jesús (cf. Jn 14, 13-14) (Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 24). La enseñanza de Jesús sobre la oración «se concentra en el Padrenuestro». A contemplar esta oración, «que Jesús nos enseño», dedicaremos las dos charlas siguientes. La oración cristiana es gratuita, vale por sí misma «Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias». La oración cristiana es un gesto gratuito de reconocimiento a Dios, y no se puede instrumentalizar con otras finalidades. El centro y la meta es siempre Dios, a cuyo encuentro se encamina la vida del hombre. … nos adentra en el misterio de Dios Vamos a mirar a dos grandes santas del Carmelo: «Para Santa Teresa de Jesús, la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama” (Libro de la Vida 8.5). Recordando el amor de Dios se crece en el amor a Dios, ya que “amor saca amor” (Ibid., 22,14). Santa Teresa del Niño Jesús describe su experiencia de oración con estas sencillas palabras: “Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de gratitud y de amor tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús” (Manuscritos autobiográficos, C, 25). Este amor “ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 5)… Él siembra en nosotros la semilla del amor a Dios que se alimenta en la plegaria y es también el maestro interior para conducirnos al Padre: Enviado a nuestros corazones, nos hace gritar “Abba” (cf. Rom 8, 14-16; Gal 4, 6). La vida de oración es obra del Espíritu Santo en el corazón del creyente. Él nos guía interiormente para que lleguemos a entrar en lo más profundo de la misma vida del Dios Trinitario que es amor» (Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 31). El Dios en quien el hombre hallará el descanso no es un ser impersonal, sino el Padre que se ha acercado a nosotros en el Hijo y en el Espíritu para que podamos compartir con Él la grandeza de su amor. Creciendo en la fe, la esperanza y el amor a Dios por medio de la oración, el cristiano se ejercita en la vivencia de su relación filial con Él. … y nos lleva hasta el hermano «Ahora bien, no podemos olvidar que, cuando es auténtica, la oración cristiana lleva consigo inseparablemente el amor a Dios y el amor al prójimo. La relación sincera con Dios se debe verificar en la vida. Es un culto vacío y una falsa piedad la que se desentiende de las necesidades de los demás. Por eso, toda forma de espiritualidad que conlleve un desprecio de nuestro mundo y su historia, en particular de aquellos que más sufren, no es conforme con la fe cristiana. La verdad de la oración cristiana y del amor a Dios al que ella conduce se muestra en el amor y la entrega a los hermanos. El precepto del amor a Dios y al prójimo anima también la misión evangelizadora de la Iglesia para que todos los hombres se salven, según la voluntad divina. Por eso la oración y la caridad son el alma de la misión, que nos urge a compartir la alegría del Evangelio, el tesoro del encuentro con Cristo» (Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 32). 3. La Iglesia, «una madre que nos enseña orar a sus hijos» La Iglesia es una madre que nos enseña a orar: «Cuando el cristiano ora, lo hace siempre como miembro del Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. De ella recibe inseparablemente la vida de la gracia y el lenguaje de la fe: Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y en la vida de la fe. Si la Iglesia es el lugar donde se recibe la fe, es también el ámbito privilegiado donde se aprende a orar: “por una transmisión viva (la sagrada Tradición), el Espíritu Santo, en la Iglesia creyente y orante, enseña a orar a los hijos de Dios”… El aprendizaje de la oración solo es posible en el ámbito de la iniciación cristiana, que debe comenzar en el seno de familia, donde, como dice el papa Francisco, la fe se mezcla con la leche materna» (Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 33). Para asimilar el lenguaje de la oración es necesaria la lectura asidua de la Escritura (la Palabra de Dios); la lectio divina nos adentra en un mejor conocimiento de la Palabra de Dios. Pero es, sobre todo, la Liturgia la que nos enseña como conviene: «De este modo, al unir la oración personal y la liturgia, evita caer en el peligro de un subjetivismo que reduce la oración a un simple sentimiento sin contenido objetivo. El centro de la vida litúrgica lo constituye el sacramento de la Eucaristía, fuente y culmen de toda la vida cristiana y, por ello, la oración más importante de la Iglesia. El encuentro sacramental con el amor de Dios en su Palabra y en el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se vive en la Santa Misa se prolonga en la adoración eucarística» (Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 34). Hay diversas formas de oración «Lo más importante en la plegaria es la presencia del corazón ante Aquel a quien hablamos en la oración. Si la naturaleza humana tiene un carácter inseparablemente corpóreo-espiritual, el ser humano tiene necesidad de expresar externamente sus sentimientos. - La oración vocal, tan plenamente humana, es un elemento indispensable de la vida cristiana. Es una oración de multitudes que aúna voluntades. La oración «se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquel a quien hablamos» (Sta. Teresa). La oración vocal no se puede oponer a la oración interior. Ambas se necesitan mutuamente, porque los seres humanos no podemos prescindir del lenguaje a la hora de pensar y de expresarnos. - Junto a la oración vocal, está la meditación. Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo, abriendo otro libro: el de la propia vida. Así el orante busca comprender las exigencias de la vida cristiana y responder a la voluntad de Dios. La meditación cristiana no consiste únicamente en analizar los movimientos del propio interior, ni termina en uno mismo, sino que nace de la confrontación de la propia vida con la voluntad de Dios. - En la contemplación, las palabras y los pensamientos dejan paso a la experiencia del amor de Dios: el orante centra su mirada de fe y su corazón en el Señor y crece en su amor. Por ello, la oración contemplativa es, propiamente hablando, la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía; es la expresión más sencilla del misterio de la oración y su culmen, porque en ella llegamos a la unión con Dios en Cristo (Cf. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 35). La oración también es combate y supone un esfuerzo para superar las dificultades que aparecen en el camino. Hay que progresar en la oración: ello exige una disciplina y programarla bien. Hoy, en el ritmo de la vida que nos lleva, lo que no se programa no se consigue. Incluso lo programado, a veces, cuesta lograrlo. Si en el programa de mi vida y en la distribución de mi tiempo no consta la oración, ¡no rezaré! María es modelo y ejemplo de oración para los cristianos «La Santísima Virgen María, Madre y modelo eminente de la Iglesia, es también para todos los cristianos ejemplo logrado de oración…. Ella, con su testimonio, ha sido para tantos maestros de oración el verdadero modelo de discípulo orante» (Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, 38). A ella dedicaremos la última meditación. Conclusión «La sed de Dios» que acompaña la existencia de todo ser humano se saciará finalmente cuando podamos contemplarlo cara a cara. Mientras tanto, la oración, expresión de este deseo de Dios «en medio de nuestra vida cotidiana», es necesaria para perseverar en el camino de la santidad, a la que todos estamos llamados por voluntad de Dios (1Tes 4, 3). Parecernos a Dios, nuestro Padre, ser santos como él: este es el verdadero objetivo de la oración.