NoticiaColaboración Sobre nuestro corazón y el mensaje Publicado: 07/08/2012: 1048 No debería sorprendernos que la sociedad esté moralmente como está a pesar de la Iglesia. Nos extrañamos incluso de que los conflictos y disputas estén también en las mismas organizaciones eclesiales. Intuyo que los católicos tendríamos que preguntarnos por la calidad de nuestra fe; porque creemos más en los tejemanejes del mundo que en el mismo testimonio de Jesús («No os acongojéis por el cuidado de hallar qué comer para sustentar vuestra vida… mirad las aves del cielo, cómo no siembran, ni siegan… y vuestro Padre celestial las alimenta…»). Como hace el mundo, buscamos influencias para alcanzar ventajas materiales aun a costa de otros más merecedores, o estamos dispuestos a manipular “un poquito” si eso nos da algún privilegio, o eludimos un requerimiento incómodo poniendo una excusa falsa... Luego, nos fabricamos una justificación para tranquilizar nuestra conciencia, sin querer saber que vamos asfixiando nuestra alma. Y después, decimos que vamos a evangelizar. Evangelizar es transmitir a Cristo. Cristo es la Verdad. Y si hemos acogido la falsedad como hábito de vida, tratar de transmitir a Cristo, es quimera. No debería extrañarnos que los católicos no convenzamos. Ya lo dicen los obispos: no se puede transmitir lo que no se tiene. Si queremos transmitir la fe, tenemos que vivirla intensamente. Si no, no transmitiremos nada. Si quiero transmitir, primero tengo que convertirme –nacer de nuevo-, disponerme a vivir con, y en, la verdad; es decir, ser absolutamente sincero. Y sincero conmigo mismo. Decimos que somos pecadores pero no terminamos de creérnoslo. Si queremos evangelizar, tenemos que aprender antes a ver las profundidades de nuestro corazón: qué tengo de egoísmo, orgullo, falsedad… en cosas concretas. Porque hemos de saber nuestros fallos para poderlos erradicar y así dejar espacio a Dios. Ser conscientes de ellos nos hace conocernos y aceptarnos como realmente somos. Debemos aceptar que estamos tan necesitados de la compasión de Dios como lo están las personas ajenas a la Iglesia, aceptar que todo lo que somos y tenemos son dones divinos en lugar de creer que son logros nuestros. Asumir eso nos acercará a la verdad, nos podrá hacer más humildes, y es humildad lo que necesitamos para evangelizar cuando toque hacerlo. Primero, debo vivir intensamente mi fe para después transmitirla. Pero no antes, porque puedo repeler. Por mucho que el mensaje sea sublime, si el mensajero repele, muchos rechazarán el mensaje al rechazar al mensajero, y eso es grave responsabilidad. La conversión propia puede ser larga, aunque siempre es tiempo de empezar a dar pasos. Pero debemos darlos en la dirección correcta. Autor: José Carlos Ambrosio López