Para acercamos a Dios, quizás pensamos solo en el camino que nosotros hemos de recorrer, y podemos obviar el camino que Él hace hacia nosotros. Así, “(…) lo esperamos de ti Señor”. La inquebrantable esperanza que recorre la vida y la historia de los seres humanos y de toda la creación tiene su respuesta en Jesús, el Cristo, servidor de la humanidad. La fe se condensa en esa entrega y donación de Dios por un doble camino: por un lado, el del Señor, que tiene la iniciativa de venir primero a nuestro encuentro. Así, su amor encuentra en nosotros acogida y entrega. Y por otro lado, nuestro camino y respuesta hacia Él, que nos lleva a la fuente de la gracia. Dios cree en nuestra capacidad para el bien, por encima de nuestras debilidades.

El sacerdocio de Cristo es la entrega de sí mismo. Él es el rescate, el precio de sangre, es el rostro de la misericordia, que ha derrochado sobre nosotros el tesoro de su gracia, sabiduría y amor. Es la obra del Dios servidor, que nos descubre lo más sublime de la humanidad en la que hemos sido creados: el primer lugar nunca es tal si se alcanza pisoteando a los demás. Ese lugar sería en realidad el más alejado de nuestro verdadero ser: porque el último de los últimos, subiendo a la cruz por amor a nosotros, nos ha mostrado cuál es el lugar de Dios. Lo que consideramos últimos son sus primeros.