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Encuentro con los padres de los sacerdotes (Casa Diocesana-Málaga)

Publicado: 12/06/2010: 942

ENCUENTRO CON PADRES DE SACERDOTES

(Seminario-Málaga, 12 junio 2010)

Lecturas: 1 Re 19, 19-21; Lc 2, 41-51.

1. Celebramos este encuentro entre dos fiestas, muy queridas por la piedad popular. Una es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que se celebró ayer; y la otra es la del Inmaculado Corazón de María. Quisiera hacer la reflexión sobre estos dos motivos de amor.

En esta doble fiesta, de Jesús y de María, podemos entroncar perfectamente este encuentro de padres de sacerdotes con sus hijos, en un ambiente familiar y festivo.

A los sacerdotes les animo para que vivan a ejemplo del corazón de Cristo, que ama y se entrega totalmente; así lo pido al Señor.

A vosotros, padres, os pido que viváis también como ha vivido María, la Madre de Jesús, sabiendo acompañar a su Hijo.

2. El Corazón de Jesús está abierto por la lanza del soldado; está abierto por amor. De él se desprende todo lo que tiene dentro, hasta la poca sangre que le quedaba después de haber sido flagelado y crucificado. La sangre ya estaba derramada; Cristo ya lo había entregado todo.

El evangelista Juan, testigo ocular, dice: «Salió sangre y agua» (Jn 19, 34). Sangre, como signo de amor extremo; y agua, como signo del nacimiento de la Iglesia, como dicen los Santos Padres.

El agua simboliza el Bautismo y la sangre simboliza la Eucaristía.

Los sacramentos brotan del costado abierto de Jesús; también nace el sacerdocio. El corazón amantísimo de Jesús ha dado la vida por todos los pecadores; lo ha hecho por cada uno de nosotros.

Ahí se centra el ministerio sacerdotal de vuestros hijos, queridos padres; y de vosotros, queridos sacerdotes.

El corazón de Jesús es el que marca la pauta. Es el ejemplo de lo que debe ser la vida del sacerdote: una entrega total, en cuerpo y alma; sin tiempo ni horarios, por la salvación y cuidado de las almas, de aquellos  que han sido confiados a nuestro ministerio.

Y el Corazón Inmaculado de María ha estado desde el primer momento unido a Jesús. El corazón de la Madre de Jesús, como el vuestro, guarda muchas cosas en su intimidad (cf. Lc 2,19). Sabe de dolor, sabe de aguante, sabe de paciencia, de oración, de prudencia; sabe de tacto, de delicadeza. Todo eso, madres, lo sabéis; y los padres también.

3. Hemos escuchado en el evangelio el pasaje de Jesús perdido y hallado en el templo. La Virgen está preocupada, aunque tiene confianza en Jesús.  Cuando lo encuentra, después de tres días de búsqueda, le pregunta angustiada: “Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros?” (cf. Lc 2,48).  La respuesta del hijo, un chaval aún, le desconcierta porque dice: ¿Pero no sabéis cuál es mi tarea?; ¿no sabéis que yo me debo a lo que me pide el Padre?; ¿no sabéis que mi vida no es para mí, ni para vosotros, aunque sea vuestro hijo? (cf. Lc 2, 49).

Es probable que en más de una ocasión los padres os hayáis preocupado de vuestro hijo sacerdote y le hayáis preguntado también: ¡Hijo, que no te vemos! Hijo, ¿por dónde andas? ¡Hijo no hagas esto! o ¡No hagas lo otro!

Agradezco que estéis pendientes de vuestros hijos sacerdotes, porque es bueno que un corazón que les ama esté cercano. También es bueno porque, como dice el refrán, el ojo del amo guarda la viña. El ojo materno guarda al hijo; también lo hace el ojo paterno. Por tanto, os agradezco vuestra solicitud, vuestro cariño y cercanía; vuestra preocupación por vuestros hijos sacerdotes. El Señor os recompensará esa solicitud paternal que tenéis con ellos. Pero comprended también que, a veces, no acabáis de entender lo que hace vuestro hijo; o por qué vuestro hijo tiene que realizar una serie de actividades que no comprendéis.

4. Entended que el Señor les ha dado una misión que les sobrepasa a todos; y es difícil comprenderlo. Pero escuchad con el corazón y no con la cabeza. La cabeza puede deciros que vuestro hijo está demasiado distanciado de vosotros, o que a vuestro hijo lo veis poco, o que a vuestro hijo se le pide que vaya a realizar una misión que no comprendéis.

Queridos padres, la misión que llevan a cabo vuestros hijos se la pide el Señor y la Iglesia; no es un capricho ni del obispo ni de vuestro hijo. Es una misión que nos toca asumir a los sacerdotes, porque nos hemos entregado al Señor y estamos al servicio de la Iglesia.

Así que, por una parte, estad cercanos a vuestros hijos y preocupaos por ellos, manteniendo la solicitud paterno-materna; pero hacedlo con mucho respeto, porque la misión se la confía el Señor a vuestros hijos.

Recuerdo a mi padre, que siempre estuvo cercano a mi persona y a mi ministerio; pero nunca puso ningún “pero” a las tareas que me encomendó la Iglesia. Incluso cuando tuve que vivir a dos mil kilómetros de distancia de ellos, lo aceptaron con gran sencillez y cariño increíble.  Estuve doce años lejos de ellos. Si os llega a ocurrir esto, os pido que lo entendáis.

5. Deseo agradeceros en nombre de la Iglesia y en nombre de nuestra diócesis malacitana muchas cosas, entre otras el haber rezado por vuestros hijos y el haberles educado en la fe. El haberles animado a una respuesta a la vocación sacerdotal, creando un ambiente propicio en vuestras familias, para que naciera y creciera su vocación. Agradezco vuestros cuidados de antaño y los de ahora; quizás ahora más en la sombra, como hizo la Virgen María durante la vida pública de Jesús.

Vuestros hijos son ahora adultos, mayores; y toman sus propias decisiones; dejaron de ser los niños que convivían con vosotros en casa. Ahora ayudadles desde la sombrea, respetando el ritmo de crecimiento, el ritmo de trabajo, el ritmo de dedicación a su ministerio; respetándolos, y acompañándoles en cada momento.

Los lleváis en el corazón y desearíais estar más cerca físicamente de ellos; a veces no se puede, pero podéis hacerlo con la cercanía espiritual y la oración. Desde esta perspectiva no hay distancia; aunque estemos lejos físicamente, puede haber una sintonía espiritual entre los padres y sus hijos sacerdotes. Hay una oración común; hay un Dios único común; un amigo común; hay una mujer, la Virgen María, cercana a todos.

Seguidles de cerca a vuestros hijos, con solicitud paternal y maternal; pero con delicadeza, para que ellos puedan ejercer el ministerio que la Iglesia y el Señor les han confiado.

6. Vamos a tener ahora un momento de adoración eucarística. Estamos terminando el Año Sacerdotal, que el Papa clausuró ayer, pero nosotros lo haremos el próximo sábado. Vamos a conferir el Orden sagrado, gracias a Dios, a cuatro nuevos sacerdotes. Desde ahora os invito a venir el próximo sábado a la Catedral, para la ordenación sacerdotal.

Los sacerdotes formamos en cada diócesis una familia llamada presbiterio; los presbíteros con su obispo formamos una fraternidad. A esta familia presbiteral deseo que os unáis, en sentido amplio, los padres, familiares y amigos de los sacerdotes. Algunos hemos podido disfrutar del cariño y de la cercanía de hermanas, tías o familiares diversos. Un servidor agradece a Dios el haber convivido con mi hermana mayor, que ha sido para mí como una madre, al ser el menor de los hermanos. La fiesta de hoy no era sólo para los padres, sino también para hermanos o personas, que están conviviendo y cuidando a los sacerdotes.

Vamos ahora a exponer el Santísimo Sacramento, para hacer juntos un momento de adoración eucarística. Después rezaremos las letanías del Sagrado Corazón de Jesús y las del Inmaculado Corazón de María. Amén.

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