DiócesisHomilías Confirmaciones en la parroquia de Ntra. Sra. del Rosario (Cortes de la Frontera) Publicado: 09/07/2016: 5561 Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en las confirmaciones celebradas en la parroquia de Ntra. Sra. del Rosario (Cortes de la Frontera) el 9 de julio de 2016. CONFIRMACIONES EN LA PARROQUIA DE Nª Sª DEL ROSARIO (Cortes de la Frontera, 9 julio 2016) Lecturas: Dt 30,10-14; Sal 68,14-34.36-37 / Sal 18,8-11; Col 1,15-20; Lc 10,25-37. (Domingo Ordinario XV-C) 1.- Hemos escuchado en la lectura del libro del Deuteronomio, que es el de la ley, que el Señor nos invita a dos cosas: a escuchar su voz y a cumplir sus mandatos (cf. Dt 30,10). Hay un deseo siempre manifestado en la Biblia: «Ojalá escuchéis hoy su voz» (Heb 3, 7). Y escuchar esta voz no es para no hacer caso, es para hacer caso de lo que nos dice el Señor. A veces, podemos pensar y decir que es complicado ser cristiano. ¿Es complicado o es fácil ser cristiano? (Responden los feligreses: complicado). ¿Es complicado o es fácil amar? ¿Dar la vida por el otro, es fácil o difícil? Pongo el ejemplo de las madres. A ver, las madres que hay aquí: vuestro amor a los hijos, ¿es fácil o difícil?, ¿es cómodo o no es cómodo?, ¿exige o no exige? Está claro que no es fácil amar. 2.- Por tanto, ser cristiano no es fácil. ¿Por qué? Porque exige amor. Creer es como amar. Si el niño escucha la voz de los padres y no la obedece es como si no los escuchara. Si nosotros escuchamos la voz del Señor y no le obedecemos es como si no lo escucháramos. Porque la voz del Señor es una invitación a una relación personal de amor. Desde este punto de vista ser cristiano no es fácil. Pues significa escuchar la voz de Dios, escuchar a Jesucristo y seguirle. Y seguirle nos complica la vida, ya que es más cómodo hacer la voluntad y el capricho propio que la voluntad de otro. 3.- ¿Qué decía y qué hacía Jesús durante su vida? ¿Jesús hacía lo que Él deseaba hacer? Él decía: mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre (cf. Jn 4, 34). Y se pasaba muchas noches orando. Y en la noche de Getsemaní, en el Huerto de los o este cáliz. No quiero morir en la cruz. Pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya (cf. Lc 22,42). El Señor nos anima a que hagamos como Él hizo respecto a su Padre. Eso es ser cristiano. Escuchamos la voz del Señor aquí, escuchando las lecturas proclamadas y rezando. ¿Cómo descubro qué quiere Dios de mí? Agudizando el oído y abriendo el corazón delante de Él, rezando ante su imagen, ante el Cristo, ante la Virgen, ante el sacramento. Hay mucho camino por delante, y por eso decimos que es difícil. 4.- La carta de San Pablo a los colosenses nos ha recordado la centralidad de Jesús: «Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas» (Col 1,15-16). Él es el único puente para ir a Dios, al Padre. Él es el único salvador del mundo, el único. No hay nadie que salve al hombre. Los médicos curan, pero no salvan. Los políticos pueden acertar más o menos en sus decisiones, pero no salvan. Los economistas también podrán acertar, pero tampoco salvan. Los maestros podrán enseñar, pero no salvan. ¿De qué tiene que salvarse uno? ¿Dónde ponéis vosotros la salvación? Cuando decimos que queremos salvarnos, ¿qué es lo que queremos? Levantad la mano los que no buscáis la felicidad. (Nadie levanta la mano). ¿Todos buscáis la felicidad? ¿Pero la felicidad auténtica? Hemos de distinguir entre felicidad y gusto. Hay cosas que me pueden gustar, pero que sin embargo no me dan la felicidad. ¿Un helado me da la felicidad? ¿Una comida me da la felicidad? Hay que distinguir la felicidad plena, la verdadera, ¿dónde la encuentro? En Jesús. ¿Por qué? Porque me salva de mi situación, de mi egoísmo, de mi pecado y de la muerte eterna. No hay otro salvador. Jesús es el único que me puede dar la felicidad, no el gusto. 5.- En nuestra sociedad se confunde mucho el saciar el gusto pensando que eso da la felicidad, pero eso no es cierto. El cristiano debe saber dónde encontrar la felicidad, dónde está, quién me puede dar la verdadera y definitiva felicidad. Y no es otro que quién más me ama. Una pregunta indiscreta. Mujeres casadas o novias con novios: ¿estáis bien con vuestros maridos o con vuestros novios? ¿Os sentís felices? ¿Por qué estáis felices con esa persona: porque encontráis un gusto o porque os ama? (Responden las feligresas: porque nos ama). Y al amaros saben daros lo que necesitáis. Vosotras hacéis lo mismo. Si vosotras amáis, buscáis la felicidad del otro. Sacamos una conclusión. ¿Quién me hace más feliz? Aquel que más me ama. Y, ¿quién es el más nos ama? Jesucristo, que ha dado la vida por nosotros y nos ha perdonado. Las demás personas nos aman, nuestros padres nos aman, los esposos y esposas nos aman, los hijos aman… El que más nos ama es Jesús, luego es el que más felicidad me puede dar. Como veis, ser cristianos está unido al amor. ¡Atención!, al verdadero amor, no lo que dice la televisión que es el amor. Esa palabra está adulterada, por desgracia. Se llama amor en muchas ocasiones a puros actos de egoísmo. Eso no es amor. Eso es estrujar al otro por placer para mí. El amor es otra cosa. El amor es darse al otro y hacerlo feliz. Es decir, no utilizar al otro para mi capricho, porque eso no es amor, eso se llama egoísmo puro. 6.- De los confirmandos levantad la mano los que sois cofrades. (Levantan la mano algunos confirmandos). Supongo que si pertenecéis a una cofradía es porque aceptáis a Cristo y a la Virgen en vuestra vida. Y Él debe ser el centro de nuestra vida. Y los no cofrades, por ser cristianos, lo mismo. Esta tarde vais a recibir una buena dosis de fuerza, de luz, de algo que va a transformar vuestra vida, que es el don del Espíritu Santo. Este don os capacitará para amar mejor de lo que habéis amado hasta hoy y os dará la fuerza para ser testigos del amor, que es Dios. Así que vais a salir transformados de esta celebración. Para ello hay que estar con el corazón y con el oído abierto para escuchar su voz. 7.- En el Evangelio aparece un jurista, un maestro de la ley que quiere entrampar a Jesús, le mete la zancadilla para que caiga. Le hace una pregunta para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10,25). Jesús, que es más listo que él, le devuelve la pregunta: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?» (Lc 10,26). Y el maestro de la ley respondió bien: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27). Y Jesús le dice: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida» (Lc 10,28). Es decir, vive así y será feliz. Aquí no se trata de saber cosas en teoría, aquí se trata de vivir. He visto aquí las obras de misericordia espirituales y corporales. Jesús nos dice: «Haz esto y tendrás la vida» (Lc 10,28). Haz esto y amarás. 8.- El maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Y respondió Jesús: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto» (Lc 10,30). Y sigue contando como pasaron por su lado un sacerdote y un levita sin hacerle caso. Hasta que pasó un samaritano, -quiénes tradicionalmente estaban enemistado con los judíos-, se acercó para curarle las heridas, lo vistió, le llevó a una posada y pagó al posadero (cf. Lc 10, 31-35). Tras contarle esta historia al maestro de la ley, Jesús le preguntó: «¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» (Lc 10,36). Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Entonces Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37). El samaritano había actuado de próximo. De los tres personajes, ¿quién se aproximó al que estaba malherido? El samaritano. ¿Quién es prójimo? El que se aproxima al otro para ofrecerle lo que necesita. El Señor nos dice a cada uno de nosotros: Haced esto y viviréis. Haced esto y seréis felices (cf. Lc 10,28). Que es justamente lo que hizo Jesús, dio su vida por cada uno de nosotros. Si damos la vida por Jesús y por cada uno de nuestros hermanos seremos felices, aunque nos cueste. 9.- Importante la centralidad de Cristo. Quiero repetir la frase para que no se nos olvide: ¿quién nos hace más felices? Aquel que más… (Responden los feligreses: nos ama). Esto es pasivo. Ahora en activo. ¿Cuándo puedo yo hacer más feliz al otro? Cuanto más lo ame. Y en el centro de todo está Jesucristo. El centro de la fe cristiana es Cristo. A Él hay que dirigirse, a Él hay que escuchar, a Él hay que obedecer, a Él hay que rezarle. Él ha de ser el centro de mi vida, independientemente de los cargos, de las personas, de quién sea mi maestro en clase o en la Universidad, de quiénes sean mis padres, de quién sea mi marido o mi esposa, de quién sea mi párroco, mi obispo o el papa de turno; independientemente de todo eso mi vida ha de estar vinculada estrechamente a Cristo y sólo a Cristo. Se puede prescindir de todo lo demás porque un huérfano sin padres también puede amar a Cristo, no le impide que sea huérfano. Un ignorante que no tenga ningún estudio y no haya tenido maestros también puede amar a Cristo. Uno que no sepa leer también puede amar a Cristo. Por tanto, os invito a centrar vuestra vida mirando a Cristo que es quien más nos ama. Que así sea. 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