Una situación que, en el mejor de los casos, encontrándose bajo unas coordenadas laborales legales hace depender de un hilo muchas historias personales. La precariedad laboral está al orden del día. Cuando no la economía sumergida. O las tareas en las que el trabajador prácticamente es tratado como esclavo: no cotiza a la Seguridad Social, cobra al final del mes menos de las horas trabajadas o directamente no cobra. 

Es lo que hay y si no lo quieres hay una montaña de curriculum esperando turno. ¿Cómo es posible que personas que trabajan 14 y 15 horas diarias estén dadas de alta solo cuatro? ¿Donde están los controles que regulan estos aspectos? Porque organismos de control existen. ¿Se escapa de las manos la situación? Hay una responsabilidad de las administraciones públicas que es innegociable. Quizá haya que recordar que hay negocios que incumplen las normativas. Negocios que estafan diariamente, sin ir muy lejos, eludiendo el pago del IVA. 

La situación es tan precaria, que tristemente el trabajador que se ve envuelto en esta vorágine, apenas tiene margen para denunciar. La resignación es el único alimento para sus vidas. De entrada porque si lo hace se va a la calle y deja de alimentar a su familia. Los logros conseguidos en materia laboral pareciera que con la crisis se están esfumando. 

Conozco a padres de familia que soportan la frase esto es lo que hay. Y lo más grave es que luego algunos explotadores llevan a gala la fe cristiana. Olvidando que una fe sin obras es hipocresía, que la justicia social es parte integrante de la fe y que la Doctrina Social de la Iglesia ilumina la conciencia aunque los diarios sigan vomitando corrupciones y crisis.