Nos cuesta acostumbrarnos a nuestras contradicciones, que sacrifican a tantos inocentes, y a tantas ilusiones. También en el caso de Jesucristo. Aquel día se sucedieron dos gritos absolutamente contradictorios, en medio de una  muchedumbre sin criterio y con demasiados intereses. Aquel día se sucedieron dos gritos que sacrificaron al que primero habían señalado; y con él, sacrificaron
muchas ilusiones que había despertado no mucho tiempo atrás.

Pero a esos dos gritos contradictorios, sucede otra voz que reabre cuanto se había cerrado: “Dios mío, Dios mío…….” Sí: Dios cuenta con nuestras contradicciones y sigue escribiendo la Historia de la Salvación, a pesar de ellas. Nos empeñamos en borrar todo horizonte de esperanza y Dios mismo
vuelve a dibujar un nuevo horizonte de esperanza que nos cuestiona, que nos interpela, que nos pone enfrente la debilidad en la que vivimos. Somos criaturas suyas, obra de sus manos, y en nuestro ser más íntimo, somos capaces de dejar fluir la huella que Dios mismo ha dejado en nosotros. Incluso en el momento más oscuro una luz puede hablar palabras de verdad, un ser abierto puede dibujar gestos de verdad: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.

Venimos de un tiempo de purificación, tiempo de gracia. Abrámonos a la gracia de Dios y celebremos, no el Hosanna, no el Crucifícalo, sino el Aleluya final
que da sentido y razón a nuestra existencia. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”