La fiesta dedicada a la Sagrada Familia nos recuerda uno de los misterios de la vida de Jesús, cuando siendo aún niño revela a José y María la importancia de poner en primer lugar las cosas que se refieren a su Padre Dios. 

A sus doce años, Jesús ya conoce y comparte el deseo de su Padre de darse a conocer a los hombres. Tras su visita al templo de Jerusalén, aprovecha para hablar de Él, con quienes le escuchan asombrados. Mientras, sus padres sufren la ausencia de Jesús durante los tres días más largos de su vida, pero su dolor se torna en gozo y alegría al encontrarlo de nuevo, iluminando con su palabra las mentes de los sacerdotes.

También hoy muchos padres descubren el rostro y la grandeza de Dios a través de sus hijos y los dones que Dios otorga a cada uno de ellos. A la misión paterna de custodiar a los hijos durante la niñez, sigue   de desprenderse de ellos cuando alcanzan la madurez suficiente para elegir su proyecto vital. Los planes y deseos de Dios para cada una de sus criaturas superan, con creces, los sueños y expectativas de los mejores padres para sus hijos.

No es de extrañar que algunos hijos, nacidos en familias cuyo modelo es la de Nazaret, decidan seguir los pasos de Jesús. 

Este pasaje del Evangelio nos invita a meditar, como hizo la Virgen María, y a pedir la madurez espiritual y la generosidad necesarias para saber comprender y respetar los planes de Dios, aunque resulten costosos o no los entendamos. La práctica habitual de la oración ayuda a anteponer los designios eternos de Dios a los propios planes y proyectos.