Este evangelio tiene dos partes. El evangelista Lucas pretende, con este segundo prólogo a su obra, señalar el paso del “tiempo del Pueblo de Israel” al “tiempo de Jesús “. Y hacer a Juan Bautista bisagra que cierra una era y abre otra. Y este nuevo tiempo es algo que no sucedió en un rincón apartado de la Humanidad y sin ninguna relevancia para ella. Lo que viene en este momento tiene repercusión para todo el Imperio romano y para todo Israel, es decir para todo el universo conocido. Es la continuidad de la Historia de la Salvación, pero con una ruptura esencial: porque a vivir e incorporarse a esa salvación están llamados todos los seres humanos, sin distinción de razas, sexos, lenguas… Pero es una salvación a la que se llega por medio de la escucha de una voz que proclama la llegada de una persona.

No es conocimiento de la ley, sino seguimiento del que viene en el nombre del Señor. Para escuchar esa voz es preciso borrar todo lo que hay de “torcido” o “escabroso” en el interior de cada uno: convertirse, renunciando a todo ello y reconocerlo públicamente. Entrar en nuestro interior para limpiar de “egoísmos”, materialismos y de todos los ruidos que impiden escuchar esa llamada. Una invitación firme y clara para que la llegada del Salvador no se quede en las luces callejeras y de los escaparates, ni en los musgos y las estrellitas que adornan las entradas de las casas. Hacernos salvación para los que todavía no escuchan ni ven que ya ha llegado, que está ahí y nos llama.