El evangelio nos presenta a un hombre en búsqueda. Su pregunta al Maestro está llena de profundidad. La respuesta de Jesús le conduce a un itinerario conocido para él: el cumplimiento de los mandamientos. No obstante, es consciente de que debe haber algo más. Lo que le falta es emprender una nueva vida, la del seguimiento de Jesús, la adhesión a su persona, compartir su vida y su misión. Para ello, ha de abandonar la vida que hasta ahora le había configurado. Jesús se lo dice fijando en él su mirada y amándolo. Sin embargo, el personaje no es capaz de ir tras Él porque no es capaz de dejar sus bienes. El apego a éstos es más fuerte que sus búsquedas y respuestas. El asunto no es que las riquezas sean malas, en la tradición bíblica constituyen un signo de la bendición de Dios. El problema es que pongamos en ellas el centro de nuestra vida, de tal forma que nos impidan apostar por el verdadero valor: seguir a Jesús y vivir la nueva fraternidad del Reino, compartiendo con otros lo que somos y tenemos. Por ello el evangelio del domingo termina con una promesa para todos aquellos que son capaces de configurar su existencia desde el seguimiento de Jesús, poniendo en segundo plano otras realidades. Aquellos que
van por el camino de la vida “ligeros de equipaje” tendrán premio: ya aquí en esta vida y luego, en “la otra”. Y es que los seguidores de Jesús sólo pueden ser «una Iglesia pobre y para los pobres» (papa Francisco).