Celebramos hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad. Celebramos el gran misterio de la fe, del mismo Dios que nos ha dado a conocer que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Misterio de amor, ante todo. Misterio no porque esté oculto, sino porque nunca llegaremos a poder abarcar humanamente con nuestra mente limitada toda la grandeza que ello supone para nosotros. Desde que Jesús nos habló de Dios como su Padre, nuestro Padre, y de sí mismo como Hijo de Dios, y del Espíritu Santo, ...cuando miramos a Dios, ya no vemos a un Dios solitario, sino a un Dios que es comunidad de vida y de amor.

En el evangelio que hoy se proclama en la Misa, Jesús mismo envía a los suyos a bautizar a todos los pueblos en el nombre de la Trinidad para que sean sus discípulos. «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,16-20). En su nombre nos bautizaron un día, y en su nombre y a su imagen estamos llamados a vivir. No somos discípulos solitarios, sino parte de una familia destinada a quererse, igual que la misma Trinidad es comunidad de personas. Ser discípulos significa vivir unidos íntimamente a las tres personas divinas. Os invito a que hoy demos gracias a Dios, porque se nos ha dado a conocer así: como el Dios cercano, tierno, metido en nuestra historia. No como un mito o una idea distante que no dice nada en nuestras vidas, sino todo lo contrario. Vivir en unión con él debe ser para todos un gozo que nos llena el corazón. Dios quiere que vivamos para él. ¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo! ¡Feliz domingo!