NoticiaCotolengo «El Cotolengo de Málaga nos cambió la vida» Publicado: 19/12/2023: 7978 Testimonio La Diócesis de Málaga tiene en la Casa del Sagrado Corazón una posada de puertas siempre abiertas para personas como Sara, acogida al venir de Marruecos para salvar la vida de su hijo y que hoy trabaja en la Casa. La protagonista de esta historia tiene por nombre Zhour Mellouk, aunque en Málaga la llaman Sara. Su quinto hijo, Othman, nació en Nador cuando ella tenía 38 años, pero su llegada vino acompañada de una noticia que no puede rememorar sin que se le salten las lágrimas. «Mi hijo nació con Síndrome de Down y un problema del corazón. Los médicos me dijeron que tenía que llevarlo a un especialista, pero allí no había cardiólogo infantil. Habría tenido que ir a Rabat y sólo una consulta médica ya tenía un coste de 500 euros. Me dijeron que necesitaba mucho dinero para sacarlo adelante, al menos 24.000 euros; que no merecía la pena intentarlo. El mundo se me vino encima», cuenta. Sara vivía con su marido y sus hijos en Nador. Trabajaban y vivían al día. La única salida que vio fue intentar que lo atendieran en Melilla y allí consiguió llegar con su hijo, superando todas las dificultades. Era el año 2008. Cuando llegó, su vida estaba al límite. «Estaba para morirse. La enfermera nada más verlo gritó pidiendo ayuda y me lo quitó de los brazos. Le pusieron oxígeno y suero. Era todo cables. De inmediato nos trasladaron a Málaga», relata. «Al principio iba y venía desde Marruecos para que lo atendieran, pero después de la primera operación en el Materno, llegó un momento en el que no me podía volver a mi país porque era inminente que lo operaran de nuevo. Tenía que buscar alojamiento en Málaga y una conocida del hospital me ayudó a entrar en la Casa del Sagrado Corazón. Desde el principio me acogieron con los brazos abiertos. La hermana María Isabel me dijo: “Aquí tienes tu casa”. Cuando entré en la habitación, encontré peluches para mi hijo, su cunita preparada, sus sabanitas… No puedes imaginar la alegría que sentí en ese momento. Cambió todo». Sara y Othman no sólo tuvieron un techo en el Cotolengo, ganaron una familia. Desde el primer día le apoyaron en todo lo necesario, como cuenta Sara: «Lo debo todo a la generosidad de los malagueños: la Casa, los médicos, los voluntarios y los donantes. Sin ellos todo esto no saldría adelante». El pequeño entró incapaz de sonreír o sostenerse sentado, a pesar de tener ya un año, y descubrieron también que era sordo, pero su vida empezó a cambiar gracias al tratamiento y al entorno que lo acogía. «Nunca me olvidaré de lo que han hecho por mí en esta Casa. Me ha cambiado la vida totalmente. Gracias al Cotolengo mi niño ha comido bien, ha vestido bien, ha tenido un techo, medicinas... Animados por el Obispo, en esta Casa han luchado por su vida igual que yo, como su familia. Lo han tratado como a un rey. Y la labor que empezaron con nosotros entonces, la han terminado después los que han ido tomando las responsabilidades en la Casa: Gabriel Leal, por entonces Vicario de la Acción Social y Caritativa de la Diócesis de Málaga; Patricio Fuentes, director de la Casa; Susana Lozano, subdirectora, y las hermanas Franciscanas Clarisas que llevan el Cotolengo». Una nueva vida Desde 2011, Sara es una trabajadora más en la Casa del Sagrado Corazón de Málaga, en la que se siente respetada por todos, también por sus compañeros y compañeras, con quienes trabaja muy a gusto. Ahora tiene su propia casa, donde vive junto a su marido y todos sus hijos. Othman salió del Cotolengo siendo otro. «Reía, bailaba…», cuenta su madre. Hoy en día es un joven que estudia, sigue su tratamiento y vive rodeado de cariño. Él y su madre siguen sintiendo al Cotolengo como algo propio. Ella se gana allí el pan cada día, y cada vez que puede, su pequeño le pide visitar el que fue su hogar durante años. «En esta Casa estoy como pez en el agua. Si salgo de aquí me muero», afirma Sara. Una trabajadora excepcional Patricio Fuentes dice de ella que «es una trabajadora excepcional. Ha vivido y sentido en su propia carne y en la de su familia la necesidad de tener que venir a la casa de Cotolengo porque no encontraba otra opción para salvar la vida de su hijo. Y también porque ella misma encarna muy bien el espíritu de la Casa: la acogida, la ternura, el trabajo y el compromiso con la mejor calidad de vida posible para las personas que tanto lo necesitan. Esto, unido a su propia experiencia, a su forma de ser, le llevan a encarnar la identidad y el espíritu de la casa». Patricio destaca también que la historia de Sara demuestra que es posible la convivencia fraterna entre religiones diferentes. «Ella profesa otra religión distinta a la nuestra, el islam, pero podemos convivir, trabajar y vivir en armonía perfectamente. Creo que es un símbolo precioso, no sólo ya para nuestra Casa, sino también para nuestra sociedad».