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El asiento del perrero

Publicado: 15/07/2021: 23042

Cualquiera que sea observador habrá reparado en la parte truncada de un fuste de columna estriada, de piedra, adosada a la entrada del coro, justamente en la esquina izquierda del mismo según se traspasa la reja que lo cierra.

Su aspecto, y el hecho de mostrar una acusada inclinación, despiertan la extrañeza de quien nada sabe de su uso. Esta columna era el asiento reservado al caniculario de la Catedral, uno de los tantos servidores con los que antaño contaba el Cabildo, para atender las necesidades de un edificio que llegó a ser, prácticamente, un pequeño microcosmos. Desde allí no solo descansaba, sino que tenía plena visibilidad para reparar en quien entrara a la iglesia por la puerta de las Cadenas, secularmente, la de mayor accesibilidad.

La tarea de este individuo, ataviado de ropón y vara, era como su nombre delata, estar en vigilancia continua para expulsar del templo a cualquier perro u alimaña, e incluso a cualquiera persona que perturbara de algún modo la sacralidad del edificio o la celebración del culto. Téngase en cuenta que, en siglos pasados, por la ciudad deambulaban toda clase de animales, siendo especialmente peligroso los canes porque entonces era usual que estuvieran afectados por la rabia, terrible dolencia para la que no había cura. Solo espíritus delicados como Cervantes, reconocerían por entonces las virtudes caninas, como bien expresara en su obra “El coloquio de los perros”. Bien sé que ha habido animales tan agradecidos que se han arrojado a las sepulturas de sus amos”.

Alberto J. Palomo Cruz

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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