NoticiaColaboración ALFONSO CRESPO. Derecho al descanso Publicado: 08/07/2020: 16246 El mismo Jesús invitó a los discípulos a tener vacaciones: «Venid conmigo a un lugar retirado y tranquilo y descansad un poco…» (Mc 6,31). El Maestro no sólo reclama el esfuerzo de los discípulos, llevando la alegría del Evangelio a todos los rincones, sino que está pendiente de su necesidad de descanso. En las actuales circunstancias, después de meses de inactividad, ¿podemos reclamar vacaciones? Sí. Y con pleno derecho. Hasta el jubilado tiene derecho a descansar. Descansar supone no sólo el cese del trabajo obligatorio sino cambiar de hábitos y hacer cosas que por lo regular no hacemos. Después del confinamiento, el descanso es la apertura progresiva a la normalidad, con la debida prudencia y todas las seguridades recomendadas. Muchas veces, el cansancio no se expresa en el agotamiento físico que limita nuestras fuerzas y reclama el sofá. Ahora, quizás el cansancio se ha instalado en nuestra mente y nuestro ánimo y necesita un respiro que calme la memoria reciente: el miedo paralizante, la angustia por el porvenir, las lágrimas por las oportunidades perdidas, el llanto silencioso por los proyectos rotos... Todos tenemos la sensación de que nos han robado unos meses de vida. Y el descanso que reclamamos es la alegría del vivir cotidiano en la normalidad: volver al paseo del atardecer con los seres más queridos, citarnos para reencontrarnos y gozar, si es posible, de la contemplación amable de naturaleza, de la montaña o el mar. Descansar tiene mucho de saber gozar de la amistad, sin prisas y dialogando a corazón abierto. No podemos caer en la trampa de querer recuperar el tiempo perdido, con la ansiedad de vivir a tope. El descanso que necesita nuestro espíritu reclama el silencio, la calma, la serenidad, el disfrute de lo más sencillo: la discreción del amanecer o el estallido de la puesta de sol. El descanso reclama la soledad del encuentro consigo mismo pero también necesita de la buena compañía. Descansar requiere hacerlo junto a alguien. Una vez que físicamente hemos descansando, esta sensación se amplía si compartimos nuestro descanso con personas queridas: visitas a amigos, reuniones distendidas y alegres… Siempre cumpliendo las medidas sanitarias recomendadas. Me atrevo a darte cinco consejos para un buen descanso: 1º) Disfruta del tiempo, distribuyéndolo bien. Programa lo que quieres hacer y procura implicar a tus seres queridos en tus proyectos, con un sabio consenso. El tiempo bien distribuido provoca que el descanso temple los nervios y aminore las peleas domésticas. La siesta es terapéutica, elimina cansancios y vitaliza la voluntad. Pasea... sin prisas: vivir en Málaga es un privilegio: ¡cuántos kilómetros de pasero marítimo! Quien contemplar, disfruta más de la vida. Goza de tiempo de familia, de tiempo con los hijos, de tiempo de matrimonio... incluyendo la visita al que vive en más soledad, quizás los abuelos. 2º) Goza de la comida junto a los seres queridos. Decía un filósofo «no me preguntes qué voy a comer sino con quién, comer con vosotros es el auténtico banquete»: comer juntos, dialogando, con sobremesa, es una gozada. El mismo Jesús gozó de la comida con los amigos, se dejo invitar a casa de sus discípulos... Hay que gozar de la comida: sin prisas, mirándonos unos a otros cuando hablamos, evitando mirar todos en la misma dirección: la TV que nos atonta. Es bueno sorprendernos con la salida a algún chiringuito y gustar de un espeto. 3º) Abre un libro y abrirás aún más tu mente. Lee algo... no solo veas la tele o tu tablet... no te esclavices de las estupideces superficiales del whatsaap. Coge una revista, un buen libro. Todos podemos leer, aunque hayamos perdido el hábito... No nos limitemos a leer los prospectos de las medicinas... son muy largos y con letra ilegible... y además nos meten miedo... Te recomiendo que leas con serenidad una hermosa Carta del Papa Francisco, Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos). 4º) Viaja, si puedes. No se trata de ir al Caribe... a lo mejor hay que ir simplemente al pueblo... donde están mis raíces y mis recuerdos: se trata de salir de la rutina de cada día. Sin muchos gastos, pero viendo algo nuevo, con alguna sorpresa. Un viaje sencillo puede ser una excelente terapia para volver a entrar en la normalidad. Saber disfrutar desde la austeridad es un don de Dios. ¡No hay que gastar tanto para ser felices! Recuerda los momentos de más estrechez y goza ahora de lo que tienes. 5º) Concierta una cita con Dios. Dios «no cierra por vacaciones»: el vela nuestro descanso y alivia nuestros esfuerzos. Cada domingo, nos espera vestido de fiesta para invitarnos a la mesa... de la Eucaristía. El ofrecimiento del día, la oración sencilla, la visita al Santísimo, la Eucaristía en algún día de diario... y la lectura espiritual del Evangelio de cada día, nos ayuda a vivir «un verano como Dios manda». Y todo esto con “buen humor”. Dice el Papa, en la Carta que te he recomendado que leas, que el mal humor no es un signo de santidad: «Aparta de tu corazón la tristeza (Qo 11,10). Es tanto lo que recibimos del Señor, para que lo disfrutemos (1 Tm 6,17), que a veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar tan encerrado en sí mismo que uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios» (n. 126). Hagámoslo todo «con normalidad y siguiendo las normas sanitarias». Disfrutemos de las vacaciones... y procuremos no «darle las vacaciones a nadie». Santa María de la Visitación, Nuestra Señora del descanso... Ruega por nosotros. Amén.