NoticiaClero MI CURA, por Francisco García Villalobos Francisco García Villalobos Publicado: 07/07/2020: 23079 Éramos muy jóvenes, estudiantes en un colegio religioso. Incluso aquellos cuyos padres eran trabajadores, pecábamos de egocéntricos y autosuficientes. Le nombraron capellán y cuando se presentó en clase, nadie hubiera dicho que era “el cura”. Llevaba una frondosa barba, usaba una vespino (que le robaron al poco tiempo), y se volcaba en ayudar a los marginados de aquel barrio peligroso, vecino al colegio pero hasta entonces tan alejado de nuestros pensamientos e inquietudes. Y allí fue donde precisamente nos llevó, al corazón de aquellas chabolas. Nos enfrentó cara a cara con la miseria económica y moral, de la que nuestros bienintencionados padres siempre habían procurado mantenernos apartados. Y así nos redimió de nosotros mismos. Nunca hubo confesiones más sinceras y sentidas que las suyas. Nunca ejercicios espirituales más eficaces que los que nos dirigió. Nunca eucaristías más conmovedoras que las que celebrábamos en el salón de actos del colegio (paradójicamente, no teníamos capilla, aunque sí un fantástico polideportivo). Gracias a él, pasamos de com-padecernos a “padecer con” (¡pasión de Cristo, confórtanos!). En efecto, después sería un lema, pero ya lo vivimos entonces: “los pobres nos salvarán”. Gracias a ese cura, aquellos jóvenes formamos un grupo sólido de trabajo y oración (o viceversa), le llamábamos el “Grupo de Apoyo”. Dos vocaciones sacerdotales surgieron de aquel grupo; una de ellas permanece, como misionero en Argentina. Porque en aquel cura, muchos años antes que llegara el papa Francisco, ya notábamos el olor a oveja de los auténticos buenos pastores. Hoy, con más de 70 años, la barba ya blanca, se juega la vida cada día en una parroquia de Caracas, desvelándose por los pobres en el sueño/pesadilla bolivariana. Hubo después, naturalmente, más curas; grandes, santos sacerdotes; pero aquél fue el que primero nos robó el corazón para Jesucristo.