Estos felinos, nervudos y con imponentes crenchas, aparecen sedentes y mayestáticos sosteniendo con sus garras delanteras unas tarjas con la jarra y las azucenas que son emblemas del Cabildo. Así expresan ser los vigilantes del templo, tarea figurada muy recurrente desde la época del Románico.

En todas las culturas y desde la más remota antigüedad, han venido a significar, entre otros muchos conceptos, la realeza y, como tal, figuraban en el trono de Salomón (1 Reyes, 10, 20). Con todo, su inclusión en el atrio de la Catedral malacitana debe entenderse, no solo en su función de guardianes de la casa y sitial de Dios, como queda dicho, si no como un guiño especial al misterio de la Encarnación del Señor bajo cuya advocación se encuentra este templo desde que le fuera impuesto por la voluntad de la reina Isabel de Castilla.

Según afirmaban los bestiarios antiguos, el león cuando se siente perseguido borra con su cola las huellas que va dejando. Este acto era interpretado por los tratadistas como una imagen de la mismísima Encarnación pues, razonaban, que Cristo tomó carne humana en el seno virginal de María de modo sigiloso, ocultando el rastro de su naturaleza divina para así confundir al diablo, siempre al acecho, igual que hace un cazador.

Alberto J. Palomo Cruz