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Visita pastoral a la Parroquia de Sta. María de la Victoria (Málaga)

Publicado: 11/03/2012: 4941

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de la visita pastoral a la Parroquia de Sta. María de la Victoria de Málaga el 11 de marzo de 2012.

VISITA PASTORAL

A LA PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE LA VICTORIA

(Málaga, 11 marzo 2012)

Lecturas: Ex 20, 1-17; Sal 18; 1 Co 1, 22-25; Jn 2, 13-25.

1.- En este tercer Domingo de Cuaresma, a través de la liturgia de la Iglesia, el Señor nos recuerda la alianza de amor que Él ha hecho con la humanidad y, por supuesto, con cada uno de nosotros.

En el texto del libro del Éxodo que se ha proclamado aparece la alianza del Sinaí. Dios, a través de Moisés, promulga para el pueblo de Israel, que ha salido de Egipto, una alianza, cuyo contenido queda grabado en las tablas de la Ley. Les da el Decálogo, las diez palabras que Dios enuncia a su Pueblo.

La alianza no la hace Dios de primeras sin una preparación previa. Hemos escuchado lo que Dios decía en el texto: «Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre» (Ex 20, 2). Primero Dios actúa; primero Dios muestra su amor al Pueblo y cuando ya ha realizado ese acto de amor, acto seguido se presenta para decir: “Yo quiero hacer una alianza contigo, una alianza de amor”. Si recordamos la historia de la Salvación en los distintos momentos en los que Dios quiere hacer alianza con el hombre, veremos que hay un primer momento en el que Dios se comunica con Noé. Dios salva a Noé de las aguas del diluvio y al final dice: “Yo hago un pacto contigo, no habrá más diluvios. Ahí tienes el arcoíris como signo de esta alianza” (cf. Gn 9, 9-15). Pero Dios previamente había sido bueno con el Pueblo, con la familia de Noé. Esta bondad de Dios se hace ver también en la generosa dádiva de su Creación.

2.- Hay también otro momento de la alianza y que hemos escuchado hoy. Me refiero a la alianza del Sinaí. Antes de fraguar dicha alianza con su pueblo, Dios previamente lo había sacado de Egipto, y dijo Dios a su pueblo: “Yo soy ese Dios que te ha sacado de Egipto y ahora quiero hacer contigo una alianza de amor” (cf. Ex 20, 2-3).

Esa alianza, tanto la de Noé como la del Sinaí, el Pueblo la rompe muchas veces y esa alianza de amor con su pueblo, transmitida a través de sus profetas, el Señor la vuelve a renovar una y otra vez. Un ejemplo de esto lo vemos en la profecía de Jeremías, que en el capítulo 31, describe así esa nueva alianza que Dios quiere hacer y dice: “Ya no la escribiré en tablas de piedras, la escribiré en tu corazón, la grabaré dentro de ti, en tu interior, de modo que no se borre jamás” (cf. Jr. 31, 33). Y el Pueblo vuelve a romper la alianza, el pacto de amor.

3.- Y esto sigue ocurriendo hasta que finamente viene el gran Profeta, el Hijo de Dios que hace una alianza nueva y eterna. Después, cuando consagremos el pan y el vino, diremos “ésta es la sangre de la alianza nueva y eterna.”

                Y, ¿cuál es el signo que hace Dios a través de su Hijo Jesucristo? En Noé fue el arca, símbolo de la Iglesia que salva; el diluvio, signo de las aguas bautismales; el arca y el arcoíris. En el Sinaí Dios se expresa en unas tablas de piedras. Con los profetas Dios entabla una alianza grabada en el corazón, donde se arranca el corazón de piedra y se pone un corazón de carne.

Y aquí es el mismo Hijo de Dios que concentra su alianza en sí mismo, su cuerpo y su sangre. Con su cuerpo y su sangre, con su muerte en la cruz, sella de forma definitiva la alianza. Su cuerpo entregado en la cruz y la sangre que derrama son los símbolos de la alianza definitiva, de modo que ya no hay más alianzas, sino que ésta es la última y definitiva palabra del Padre.

4.- Esto que ha sucedido al Pueblo de Israel sucede al pueblo nuevo de la Iglesia, a los cristianos, a cada uno de nosotros. ¡Y Dios quiere hacer una alianza de amor contigo! Él conoce nuestra debilidad, es consciente de nuestra flaqueza, de nuestro pecado y de nuestra desobediencia a su palabra; Él lo sabe. Nos ha regalado previamente la vida; nos ha ofrecido la Creación, poniéndola a nuestro servicio. Nos ha regalado también el don de la fe, iluminándonos con la luz de la fe. En fin, nos ha regalado su amor, que encarna su Hijo a través de esa generosa entrega de sí mismo en el ara de la cruz. Y te dice hoy: “Yo quiero hacer alianza contigo, alianza de amor. Yo quiero darte palabras de vida”. Porque el Decálogo de la alianza sinaítica no consta de palabras duras, no son unas normas imposibles de cumplir; todo lo contrario, son palabras que transmiten vida.

Y, ¿qué es lo que hemos cantado en el Salmo responsorial? «Señor, Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Las palabras del Señor son de vida eterna, no son cualquier palabra, no son cualquier norma o ley. Las normas que se transmiten en el decálogo del Señor, si las obedecemos, son para nosotros vida. Esta es la alianza de amor que el Señor quiere también pactar hoy con cada uno de nosotros a luz de la nueva Pascua que se va avecinando.

Y el Señor en ese pacto de amor declara: «Yo soy tu Dios, no habrá para ti otros dioses delante de mí» (Ex 20, 3).

5.- Nosotros, cada vez que nos mostramos desobedientes a ese pacto entre Dios y el Pueblo de Israel, nos fabricamos otros dioses, nos hacemos esclavos de idolatrías materiales: del poder, del tener, del placer, que sólo sirven para apartarnos de Dios. Vamos en búsqueda de algo que creemos que nos dará la vida y no nos da la vida, ni nos da la verdadera alegría. La riqueza o el placer que buscamos todos, pensando que en estas cosas se encuentra la felicidad, al final resulta ser un camino errado.

Pero no solamente nos hacemos esclavos de idolatrías materiales, sino también de idolatrías espirituales. Un ejemplo de esto se da cuando se antepone a Dios el propio pensamiento, una manera de pensar subjetiva egoísta o una ideología política o económica; unas posturas inamovibles o unas ideas fijas. Cuando nos portamos así endiosamos “nuestro parecer”.

De eso hay mucho en esta sociedad, donde no existen normas; no hay una razón que venga de Dios; no hay datos objetivos. ¿Qué es lo que vale para la sociedad? Vale lo que cada uno piense. El subjetivismo se absolutiza. Las simples opiniones llegan a ser la norma. Un grupo de presión, que tiene poder, impone su opinión y la convierte en ley y lo que ese grupo quiere hacer, lo que piensa ese grupo se presenta como un derecho que hay que hacer ley; se la impone como ley para todos. Eso es una idolatría ya que se endiosan formas de pensar, opiniones, subjetivismos.

6.- Pero existe una razón objetiva ontológica que está por encima de toda otra razón subjetiva, que es el logos de Dios; es decir, la Palabra de Dios, el Verbo de Dios. Esa Palabra, igual que el Decálogo, las diez palabras de Dios, es palabra de Dios y está por encima de cualquier otra ley. Si el Decálogo dice: no matarás, no robarás, respetarás a tu padre y a tu madre, etc., esas palabras tienen más fuerza que cualquier ley hecha por los hombres, aunque haya leyes de los hombres que vayan en contra de esas palabras, de ese Decálogo.

Podemos incluso, dando un paso más, incurrir en idolatrías hasta religiosas. Dichas idolatrías se producen cuando los propios símbolos de culto llegan a desplazar a quien representan. Es cuando nos quedamos en la imagen y no llegamos a la persona que representa esa imagen. Cuando pasa esto acabamos idolatrando un símbolo, una imagen, una figura. Existen también ciertas prácticas llamadas religiosas o de piedad que pueden ser en realidad fruto de nuestro parecer subjetivo y que no están en consonancia con lo que el Señor nos enseña o con lo que la Iglesia nos pide. Puedo darle más importancia a un ejercicio de piedad mío, algo que me enseñaron mis padres cuando era pequeño, y le doy más valor a esta práctica de piedad que, por ejemplo, a la Eucaristía, o a la liturgia de la Iglesia. Eso sería también una forma de idolatría.

7.- El Señor nos invita hoy a que le dejemos estar en nuestros corazones, a que lo pongamos como Señor y Dios nuestro. Nos pide que no tengamos a nadie más en nuestro corazón que no sea el Dios de Jesucristo, que no nos sometamos a otros dioses. Esa es la petición que nos hace para purificarnos en esta Cuaresma de cara a la Pascua.

Repetimos ahora en nuestros corazones lo que hemos cantado en el Salmo: «Señor, Tú tienes palabras de vida eterna». Yo quiero acoger tu palabra, yo quiero hacer un pacto de amor contigo, el que Tú me propongas porque tú antes me has amado y me invitas a participar de ese amor. Tú tienes palabras de vida eterna, los demás son palabras vanas que caducan.

San Pablo en la carta a los Corintios, siguiendo esta misma idea, ha hecho la presentación de quién es Jesús, el que ha hecho la alianza eterna. Dice: «Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría» (1 Co 1, 22), pero ese no es Jesucristo. Los judíos pidieron a Jesús milagros para creer en Él y fueron muchos los milagros que hizo Jesús. Los paganos buscan razones. “¿Quién es Cristo para nosotros?”, dice Pablo, para los que lo seguimos y lo aceptamos, para nosotros Cristo es «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1, 24). Cristo es el Salvador.

8.- En nuestra sociedad los judíos y los griegos o paganos de antaño están representados también por la diversidad de formas de pensar que pululan por ahí. Hay gente que dice: “yo no creo, eso es un cuento que se han inventado los cristianos, los curas… Eso es mentira”.

Otros pueden decir: “yo vivo mi filosofía, vuestra filosofía no me interesa para nada”. ¿Qué les decimos a estas personas? ¿Cómo les explicamos nuestra fe? ¿Cómo podemos dar razón de nuestra esperanza? Pablo habla al final de su experiencia y nos viene a decir: “Mira, tú pensarás lo que quieras, pero para mí Cristo es la vida, es Cristo quien me salva y que me da palabras de vida eterna, porque Él es la palabra de Dios.

Cristo me ayuda a salir del agujero en el que estoy, Cristo perdona mis pecados, Cristo me da esperanza, Cristo me proporciona fuerza para soportar lo mismo que tú”. Ante la enfermedad, el que no tiene fe se desespera; ante la ancianidad, el que no cree quiere que le maten para que no tener que sufrir. Estamos hablando de la mal llamada “muerte digna”. Una muerte, un asesinato nunca es digno. Hablemos con propiedad. Aunque la eutanasia signifique literalmente la “buena muerte”, matar a alguien, aunque sea dulcemente, es igual a privarle de la vida. El no creyente ante esas situaciones se desespera; desea y hasta pide para sí la muerte. En cambio, el creyente, frente a esa misma situación de enfermedad o de dolor, agradece a Dios la existencia, conserva y procura la vida como un gran don y regalo de Dios. Ahí está la gran diferencia. Esa es nuestra experiencia, ese es nuestro testimonio. Contemos nuestra experiencia. Cristo para mí es esto. Si tú lo descubres como tal, yo te daré mi testimonio.

9.- Jesús mismo, como hemos leído antes en el Evangelio, es la encarnación corporal de la última y definitiva alianza. Y esto es así porque Jesús entrega su cuerpo y entrega también su espíritu para sellar esa alianza nueva y eterna. Por tanto, el templo, lo sagrado de la humanidad, ya no está ni en Jerusalén, ni en Garicín, como escuchamos en ese diálogo que tuvo Jesús con la samaritana, sino que el templo de Dios está en Cristo. Cristo, su cuerpo, es el gran templo de la humanidad.

Volvamos al inicio de las lecturas: ¿cómo podemos adorar al Dios verdadero? Nos ha dicho Dios en el libro del Éxodo, «Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, no te hagas otros dioses» (Ex 20, 2). ¿Cuál es la respuesta? ¿Cómo podemos hoy adorar al Dios verdadero? Adorándolo en Jesucristo, en ese templo sagrado de Dios que es Cristo. Los templos que construimos nosotros están en función de su relación con Dios.

La sacralidad de este Santuario no la tiene el Santuario de por sí, ni tampoco la tiene por la imagen que pueda encontrarse en él. No; la santidad del Santuario le viene del Santo de los Santos, que es Dios. Y aquí lo que queremos hacer es unirnos a Dios, dar gracias a Dios, pedirle perdón a Dios, es decir, llevar a cabo la alianza de amor que Dios quiere pactar con nosotros.

10.- Con esta liturgia solemne de lo que oficialmente se llama “la Misa Estacional”, la “Statio”, porque está presidida por el que es cabeza de la diócesis, el obispo, sucesor de los apóstoles, en esta misa solemnísima que cierra como broche de oro la Visita Pastoral, queremos dar gracias a Dios por este encuentro que hemos podido tener en estos días.

Quiero dar gracias a Dios por vosotros como fieles cristianos que vivís la fe y que sois testigos de la fe en nuestra querida Málaga. Como fieles devotísimos de la Santísima Virgen, Santa María de la Victoria y como comunidad que celebra los misterios de la fe.

Como comunidad que comparte con los necesitados lo que tiene, como comunidad que vive en comunión gracias al Espíritu, os saludo y os doy las gracias. Gracias sobre todo a todas aquellas personas que ofrecéis vuestro tiempo, vuestra ilusión, vuestras energías, vuestra alegría al servicio de la comunidad parroquial y, por tanto, al servicio de la Iglesia: visitando a enfermos, preparando la liturgia lo mejor posible, enseñando a las nuevas generaciones la fe, trasmitiendo la experiencia de fe de esta hermosa alianza de amor de la que hablábamos con los niños y los jóvenes.

11.- La comunidad la formáis vosotros junto con el párroco D. Manuel, los sacerdotes D. Ignacio y el P. Enrique y el diácono Miguel. El diácono Julio también suele venir, pero está dedicado a una tarea que el Obispo le ha pedido a nivel diocesano. Los sacerdotes y diáconos, los ordenados in sacris están a vuestro servicio en el ministerio sacerdotal. A ellos quiero agradecerles su generosa entrega diaria. Os agradezco a todos y cada uno de vosotros.

En primer lugar, doy gracias a Dios por esta comunidad tan hermosa que formáis. Pido también al Señor que os haga profundizar en la fe; y que sea el Dios y Padre de Nuestro Jesucristo, el único Dios que tengamos en nuestro corazón, que no haya más dioses. Ayudaos unos a otros a vivir esta fe.

Y para finalizar esta reflexión, imploro a Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, para que siga acompañándonos. Y para vosotros, que tenéis la suerte de pertenecer a esta parroquia-Santuario, pido a la Madre de Dios y Madre nuestra que esté siempre y de una manera especial en todo vuestro caminar y en todas las actividades que realizáis como fieles cristianos y como comunidad parroquial. Que así sea.

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