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Manuel González García, misionero social

Para D. Manuel González, la mejor obra social era "un buen cura"
Publicado: 11/10/2016: 14944

Colaboración. Luis Llerena Baizán. Profesor de Universidad en Huelva.

Cuando el año 2001 escribí el libro “D. Manuel González García a través de la prensa” pude constatar que el "Arcipreste de Huelva" y luego Obispo de Málaga y Palencia, fue un hombre de Dios, que hizo de su vida una auténtica epifanía de la misericordia divina a los onubenses, malagueños y palentinos, e hizo del servicio a los más menesterosos el medio para llegar al corazón del pueblo, que es donde palpita el corazón de Dios.

En esta apretada síntesis quiero resaltar la envergadura de su acción social por la que fue conocido en toda España con el sobrenombre de “misionero social”. Y así podemos ver cómo entre 1905 y 1915, Manuel González puso en Huelva los pilares de su santidad. Las palabras del Cardenal Spínola …vaya a Huelva, pruebe y si no le va bien, se viene, no encontraron eco en el corazón del joven Arcipreste, y sí, estas otras de Jesús-Eucaristía: En Huelva te necesito… Y de manera decidida puso las manos en la mancera y se entregó con generosidad sin límites a hundir la reja de su arado en el campo de la acción evangelizadora y social que le presentaba la tierra choquera.

Su programa lo esbozó el joven Arcipreste con estas palabras, dirigidas a sus más íntimos colaboradores: ¿Qué acciones hay que hacer? Siendo buenas, todas. ¿Y qué enseñanzas hay que dar? Siendo verdaderas, todas. Este es el programa, bien amplio, por cierto. ¡Y tan amplio...!, como lo atestiguan el Centro Obrero Católico, la Caja de Ahorros, el Secretariado Popular, las Escuelas del Sagrado Corazón de Jesús con sus Granjas Agrícolas, las Escuelas Nocturnas y Dominicales, el Patronato de Aprendices, la Obra de las Vocaciones, la Biblioteca Ambulante, el Orfeón y las Bandas de Música, la construcción de Casas para Obreros, los Talleres de Ropas, las Asociaciones para visitar a los presos y enfermos y para la Buena Prensa, etc.  Por todo esto, en más de una ocasión se le oyó decir: Me siento más bueno desde que estoy en Huelva.

En Málaga, además de seguir por el camino de la Acción Social Católica, intuyó la necesidad de formar buenos sacerdotes que demostrasen al mundo con sus vidas y sus obras que en la tierra -como escribe Manuel Siurot- no ha habido más que un sólo amigo de los pobres: Jesucristo; y una sola doctrina en la que se juntan en cielo y la tierra para obsequiar a los humildes: el Evangelio. Y convencido de esta aseveración de su “otro yo”, Manuel González apostilla que la mejor de todas las obras sociales es un buen cura.

Pero, si es verdad que le preocupaba la falta de formación religiosa, la preparación de los seminaristas y la soledad de los Sagrarios, también le dolían los problemas sociales que  tanto  laceraban  su corazón.  En  una circular de 1918, así lo expresaba: La sórdida miseria en la que viven sumidos cente¬nares de humildes labriegos, víctimas de pasiones bastardas… es un baldón social que no puede mirar indiferente ningún católico de acción, ni puede contemplar ningún obispo sin que sienta transido de pena su corazón.  Manuel González fue un auténtico cooperador de la Verdad, un apóstol que, a la par que anunciaba la Buena nueva a los pobres, denunciaba con valentía a los “ricos epulones”, insensibles a las lágrimas más tristes, que para él eran las causadas por la injusticia social. En esta misma línea, denunciaba ante las máximas autoridades malagueñas, en 1924, que Málaga apestaba en las casas de los pobres, donde dormían las personas hacinadas... Y apestaba en las escuelas miserables, donde enfermaban el maestro y los niños.

Palencia, en 1935, recibió a su Obispo como lo que siempre fue: un hombre modesto,  prototipo de una vida intachable, de carácter sumamente bondadoso, que cobijaba un corazón sencillo y paternal y, también, un alma grande, que animaba a un apóstol incansable. Después de cinco años de intensa actividad apostólica en Palencia, donde no faltaron sus atenciones a los padres de familia y a las Juventudes Católicas, las visitas a las escuelas, la inauguración de comedores escolares, su apoyo y estímulo a la Federación de Sindicatos Católicos, etc., Manuel González sólo tuvo tiempo para hacer suyos estos versos del poeta de Orihuela: Un amor me ha dejado con los brazos caídos / y no puedo tenderlos hacia más.

El 5 de enero de 1940, todos los rotativos españoles se hicieron eco del ocaso terreno del Obispo del Sagrario abandonado, pero verdaderamente lo que comenzaba ese día era el alba sobrenatural de un “misionero social” que pasó por la vida haciendo el bien. Y es que en los Santos -como escribe Benedicto XVI- es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. Esto  fue lo que hizo Manuel González y por eso es Santo.

 

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