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Dedicación del altar y Bendición de la Residencia "Madre Carmen" de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones (Málaga)

Publicado: 28/10/2012: 746

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la dedicación del altar y Bendición de la Residencia "Madre Carmen" de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones (Málaga) celebrada el 28 de octubre de 2012.

DEDICACIÓN DEL ALTAR

Y BENDICIÓN DE LA RESIDENCIA “MADRE CARMEN”

DE LAS HERMANAS FRANCISCANAS

DE LOS SAGRADOS CORAZONES

(Málaga, 28 octubre 2012)

Lecturas: Jr 31, 7-9; Sal 125; Hb 5, 1-6; Mc 10, 46-52.

1.- Alegría por la salvación recibida

«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». Ese es el canto del Salmo 125 que la liturgia de hoy nos ofrecía. ¿Por qué estamos alegres esta tarde? ¿Por qué nos invita la Iglesia a cantar al Señor con alegría?

El profeta Jeremías anima a dar gritos de alegría por la salvación recibida: «Esto dice el Señor: Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel!» (Jr 31, 7).

En el caso del profeta Jeremías da gracias por esa salvación que se manifiesta con un signo. El pueblo se había dispersado y el Señor los reúne de todas partes: «Los traeré del país del norte, los reuniré de los confines de la tierra» (Jr 31, 8).

Y otro signo de la salvación de Dios se muestra a través de unas frases, que para nosotros pueden parecer incomprensibles: «Entre ellos (los que reunirá de todas partes) habrá ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas» (Jr 31, 8). En el lenguaje de Israel está dando a entender que los ciegos y los cojos simbolizan un pasado de sufrimiento, de destierro, de pecado, de esclavitud, de alejamiento de Dios; cojos y ciegos, gente que no ve la luz, gente que no camina mirando al Señor. Hay que desentrañar esta terminología.

Nos suena también un poco extraño eso de que habrá también “preñadas y paridas”. Esto traducido al lenguaje de hoy significa los buenos frutos que se apuntan hacia el futuro de prosperidad. Una preñada, aplicada a distintas especies: a la mujer, al ser humano, y también a un animal es un símbolo de fecundidad y de futuro. Lleva en el seno un ser animal o racional, pero es un buen fruto. Esta expresión habla de un futuro de bondad y de generosidad por parte de Dios.

2.- Acción de gracias a Dios

Podríamos ahora aplicarlo a lo que estamos haciendo. Vuestra Congregación, queridas hermanas, ha hecho el esfuerzo, bendecidas por Dios, de hacer este nuevo edificio para adaptaros a tiempos nuevos y afrontar realidades, retos y problemas actuales. Donde había una pequeña escuela, hay una residencia de estudiantes. Hoy gozáis de otra realidad que es de futuro: en primer lugar, para atender a las necesidades de la Congregación y otras necesidades sociales de gente que necesita en su ancianidad o en su vejez ser atendida de forma cariñosa.

Hay un toque especial por parte de las personas consagradas dedicadas al cuidado de los enfermos o ancianos; como también existe una actitud vocacional especial en el trabajo de las personas consagradas dedicadas a la obra educativa. Y existe una diferencia cualitativa respecto a las personas que realizan el mismo trabajo por simples motivos materiales o laborales.

Esta tarde damos gracias al Señor, porque se hace realidad este proyecto, este sueño: «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (Salmo 125). Las cosas trasnochadas y viejas hay que adaptarlas a los nuevos tiempos, para dar respuesta a las necesidades que el Señor nos pone delante para que la respondamos.

Demos, pues, gracias al Señor por la alegría de la salvación recibida. Cada uno puede agradecer a Dios de manera individual o comunitaria, como Congregación o como Iglesia, lo que está significando esta realidad en su vida. Agradecimiento de la fe, de la vocación, del carisma, de la acogida de la familia religiosa, de su vida de entrega de consagración especial, y de lo que a partir de ahora puede darle y ofrecerle al Señor.

3.- El altar dedicado es como un torrente de agua viva

Esta tarde, además, vamos a dedicar este altar. Hemos escuchado en el libro de Jeremías una frase que dirige a los cojos y ciegos; a los que estaban en el desierto, a los que reunía de todos los lugares, países y confines de la tierra; a todos ellos les dice: «Los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos» (Jr 31, 9). Los cojos no tropezarán, los ciegos podrán llegar al lugar, al final todos podrán beber del manantial de agua viva.

El altar, que hoy dedicamos al Señor va a ser un “torrente de agua viva”, un manantial de gracias, de dones de Dios, para quienes se acerquen a participar del banquete eucarístico, para quienes vivan en esta casa.

Cristo, el sumo pontífice, el sumo sacerdote se ofrece en la cruz por la salvación del género humano y nos deja el memorial de su pasión. Él sigue ofreciéndose en la eucaristía y continúa intercediendo por la humanidad entera: «Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec» (Hb 5, 6). Cristo es sacerdote para siempre; Cristo es sacerdote para cada uno de nosotros.

Lo que ocurrió en el Calvario se actualiza en el altar. La sangre que derramó Cristo por nosotros, ese manantial de agua viva que redime, que limpia los pecados, que purifica, que enardece a los corazones, esa misma sangre derramada la beberemos después en el altar.

Por tanto, este altar va a ser manantial de agua viva. Quiero invitaros a todos a que acudáis a beber de esta agua. Es un agua especial. Es la sangre de Cristo. Es el cuerpo de Cristo entregado y su sangre derramada para salvar a la humanidad.

Los elementos son: sangre eucarística, pan eucarístico y agua bautismal a la que hemos hecho referencia al inicio de la Eucaristía. Hemos rociado nuestras cabezas y también el altar con el agua bendecida, símbolo del bautismo; con ello significamos la consagración al Señor. Hemos sigo consagrados en el bautismo. Sólo los que son consagrados en el bautismo, sólo ellos pueden participar en el manantial de agua viva.

4.- La ceguera es curada con la Luz de Cristo

La escena evangélica de hoy se sitúa en un lugar hermoso, Jericó, un oasis en medio del desierto; allí se producen hermosos frutos.

Cuando viaja a Jericó tiene que recorrer kilómetros bajando la depresión del Jordán y se encuentra con una zona verde, preciosa, luminosa, donde hay vida. Jericó es una invitación a salir del desierto, a dejar la cojera, a quitarnos las vendas de la ceguera para contemplar y gozar de la belleza y de los bienes que Dios nos ofrece.

El pueblo de Israel en tiempos de Jesús comenzaba la última etapa de su peregrinación a Jerusalén desde Jericó. La calzada romana conducía a los peregrinos hasta Jerusalén en un camino de subida (cf. Sal 121).

“Subamos a Jerusalen” es el tema del evangelio de Lucas. Jesús subió el monte, subió hacia el Gólgota para entregar su vida. Los peregrinos desde Jericó suben hacia Jerusalen. Por eso hay otra parábola que decía: “Bajaba un hombre de Jerusalen a Jericó” (cf. Lc, 9, 30). A Jerusalen hay que subir con el Señor, de la mano suya para compartir la pasión y poder resucitar.

Al salir de Jericó comienza la subida. Jesús se encuentra con un ciego, sentado al borde del camino pidiendo limosna (cf. Mc 10, 46); está sentado, inmóvil como si estuviera cojo. Parece ser que era de una familia conocida por la gente, pues lo citan como Bartimeo, el hijo de Timeo.

El ciego quiere aprovechar aquella ocasión del paso de Jesús por su vida y empieza a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10, 47). El ciego no lo era ciego de nacimiento, sino que había quedado ciego después de haber tenido la experiencia de la visión. Nos encontramos ante un ciego que había visto y quedó ciego después; ahora anhela volver a ver, desea con toda su alma recobrar la vista. Por eso insiste tanto y, aunque lo increpen, él grita cada vez con más fuerza: «Hijo de David, ten compasión de mí» (Mc 10, 48).

Cuando Jesús le pregunta qué es lo que desea, el ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver otra vez» (Mc 10, 51). «Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado» (Mc 10, 52).

Nosotros podemos pedir lo mismo que el ciego: “Señor, que pueda ver de nuevo”. Quedé iluminado por tu Luz en el bautismo y me regalaste la fe, que es una manera de ver y de comprender el mundo, un don. Gocé de ser hijo tuyo, pero me extravié en el desierto; salí de Jericó y tropecé con las zarzas y los espinos; me perdí en la arena y perdí tu vista. Esto es lo que nos pasa a cada uno de nosotros. Al oír que pasa el Señor, quiero volver a encontrarle; quiero que él me devuelva la luz que perdí; que sane y cure mi ceguera; quiero renovar mi vida.

5.- Cambio de vida

El pasaje del ciego de Jericó es un texto fascinante, en el que se expresa la experiencia de ceguera y de despojo; pero contiene la enseñanza del camino espiritual, de un cambio interior, del paso de la oscuridad a la luz, de la ceguera al don de la vista; de la inmovilidad de estar sentado junto al camino, a la opción libre de ir detrás de Jesús, de ser discípulo de Jesús. El ciego de Jericó, curada su ceguera por Jesús, se incorpora en su cortejo y se hace discípulo. Jesús sana su ceguera y él le sigue como a su Señor y como a su Dios.

            La consecuencia de todo el proceso es ponerse en camino, ir detrás de Jesús, seguirlo de cerca. Así dice el texto evangélico: “Y lo seguía por el camino” (Mc 10, 52). Pero, ¿qué camino? ¿Cuál era el camino hacia el que se dirigía Jesús? De Jericó a Jerusalén, al Calvario, a la pasión, a la muerte, a la entrega de sí mismo.

¿Qué nos está diciendo el Señor a nosotros esta tarde? Creo que ha quedado claro, ¿verdad? A cada uno nos pide que salgamos de Jericó. A las afueras de Jericó Jesús pasa, nos devuelve la vida y él sigue su camino hacia Jerusalén; y a nosotros nos invita a acompañarle hacia Jerusalén. Porque el altar es memorial de lo que ocurrió en Jerusalén.

Estamos celebrando el Año de la Fe, que nos ayuda a una conversión del corazón. El Año de la Fe que es el año de la Luz, la luz de la Fe. Estamos dedicando este altar en el Año de la Fe, no lo olvidaréis ya jamás. Y más aún porque nos ha tocado providencialmente el evangelio del ciego de Jericó que nos anima a vivir la fe, porque la fe nos da la luz de Cristo.

Respecto a la Dedicación del altar, fijaos bien en los gestos que son muy ricos y hermosos. Participar de la dedicación y consagración de este altar implica esto que hemos dicho.

Pedimos a la Virgen María que nos ayude a vivir toda esta maravilla, que es un gran un gozo; que Ella nos ayude a acercarnos a Jesús, a quitarnos las vendas de la ceguera y a seguirle en su camino. Amén.

 

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