Noticia

Diario de una adicta (XIX). Una realidad desconocida

Publicado: 15/07/2016: 2760

La droga tardó esta vez en llegar y los nervios se iban poniendo a flor de piel por la posibilidad de que se ampliara su retraso.

El conflicto se gestaba, pues el pensar en pasar el mono a pelo, me ponía los vellos de punta y la angustia era la que dirigía mi voluntad. Así, cualquier contratiempo dejaba el campo abonado para el conflicto.

Con esas perspectivas y antes que llegáramos a cero en nuestra economía, nos pusimos de acuerdo para ir a visitar un amigo común que era dueño de una sala de alterne. Le contamos nuestra situación y después de escucharnos nos ofreció trabajo para los dos.  Vimos el cielo abierto, aunque yo le hice una señal a Esteban para que no decidiera nada hasta poder hablar entre nosotros, y conocer el horario, las tareas y el sueldo, así que quedamos para el día siguiente.

Cuando le pedimos dos papelinas a cuenta, nos la entregó de inmediato sin ninguna objeción, pues en su negocio, también trapicheaba con drogas.

Cuando estéis menos apurados ya me pagaréis. Además no tendremos que ver más a menudo ¿no?-
Un trabajo al lado de un camello, representaba la seguridad de que no nos iba a faltar nuestra dosis. A mí me propuso un trabajo de camarera de mesa: sólo tenía que servir las bebidas durante unas horas a partir de las once de la noche, con lo que dejaba el día entero libre para mis estudios que, abandonado, no los olvidaba. A Esteban le hizo un contrato de vigilante, aunque su trabajo consistía en reponer las bebidas que se gastaban a diario, llevar el control de las horas de abrir y cerrar, y echar una mano en la barra. También, si se terciaba, tendría que hacer algunos encargos especiales, ya se sabe, en relación con la droga. Pensamos que era una lotería que nos había tocado: trabajar juntos y tener todo el día libre. Incluso una parte del dinero nos lo daría en negro y así esquivábamos a hacienda, y las dosis que necesitáramos las descontaría de los sueldos.

Empezamos a funcionar con ganas y optimismo. Claro que mis dosis ya me eran insuficientes en cantidad y calidad, y a veces los temblores y ansiedades me cogían con muchas horas de pie y sin haber comido. Aumentaba la dosis y disminuía el sueldo. La rutina, después de los primeros meses, anegó nuestras vidas, y trabajo-casa-droga, representaba la trayectoria fija de dos personas que empezaban a aburrirse de estar juntas. Las relaciones entre nosotros iniciaron un deterioro suave, lento pero progresivo, y el pasotismo contaminó la convivencia de tal manera que incluso el sexo dejó de funcionar, excepto en algunos momentos de euforia que coincidía siempre con los efectos de la droga y que desaparecían rápidamente.

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

Más noticias de: