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Ponencia: «La Biblia de la Conferencia Episcopal Española: historia de un proyecto eclesial y editorial»

Publicado: 07/02/2011: 3869

•   Ponencia de Juan Antonio Martínez Camino

La publicación de la Sagrada Escritura. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española en diciembre de 2010 constituye un acontecimiento histórico. Por muchos motivos. Pero es histórico ya por el simple hecho de que sea la primera vez que una traducción de la Biblia al español esté dotada de ese carácter de oficialidad. ¿Por qué y cómo se ha llegado a esta novedad? Es lo que quiero explicarles de un modo sintético en mi intervención.


         I. Antecedentes: las traducciones litúrgicas de los años sesenta

 

         Naturalmente existen no pocas traducciones completas de la Biblia a nuestro idioma. Algunas de ellas, aunque no muchas, son anteriores al Concilio Vaticano II. Después del Concilio se multiplicaron las versiones al español. Ninguna - ni de las anteriores ni de las posteriores al Concilio - había sido considerada nunca como oficial por la Jerarquía de la Iglesia. Ese carácter le correspondía en exclusiva para todo el orbe católico latino a la Vulgata.

 

         En cambio, la Conferencia Episcopal hace ya años que sí tiene como textos oficiales propios algunas traducciones parciales de la Sagrada Escritura al español: son los textos que comenzaron a ser utilizados en las celebraciones de la Misa desde 1964, cuando la reforma ordenada por el Concilio introdujo las lenguas vernáculas en la liturgia del rito latino. Esos textos constituyen el antecedente o, hablando con más propiedad, el germen de la Biblia oficial de la que hoy disponemos por primera vez.

 

 

         Hasta entonces, como es sabido, en la liturgia se proclamaba la Sagrada Escritura en la versión latina de la Vulgata. En el momento en que se abre la posibilidad de que el texto sagrado sea proclamado en español, se plantea la cuestión de decidir cuál será la traducción empleada con ese fin. Se podría haber tomado la decisión de asumir alguna de las traducciones ya existentes. Pero no fue así. Se prefirió hacer una nueva traducción expresamente pensada para esa finalidad. El trabajo se llevó a cabo en tiempos brevísimos. Se deseaba introducir cuanto antes el uso de la lengua vernácula. Tanto es así, que hubo un periodo de tiempo durante el cual se permitió provisionalmente que se usaran en la celebración de la Santa Misa las traducciones ya existentes de los textos bíblicos de la Misa, mientras el nuevo texto litúrgico era preparado con toda premura, pero también con todo cuidado. Concretamente, el uso de otras traducciones en la liturgia fue posible desde el 11 de enero de 19630hasta mediados de 1967, año en que se termina la nueva traducción de las lecturas de la misa del misal de San Pio V, según su última revisión por Juan XXIII.

 

         Los nuevos leccionarios, que - como digo - traían todavía las lecturas del misal tridentino, pero ya con la nueva traducción hecha especialmente para la liturgia, fueron apareciendo con rapidez:

 

         - El Leccionario dominical y festivo es publicado en 1964 por Editorial Litúrgica Española.

         - Dos años más tarde, en 1966, aparece el Salterio del breviario romano, publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos, la BAC. El ordo era también todavía el anterior al Concilio Vaticano II, pero la traducción era ya la nueva2.

         - Por fin, en 1967, aparece el Leccionario ferial, editado también por Editorial Litúrgica Española.

         - El mismo año de 1967 la BAC publica en un solo volumen, para el CELAM, todas las lecturas del misal, dominicales y feriales.

 

         O sea, que poco más de un año después de terminado el Concilio, se tenía ya a disposición una nueva traducción de todo el leccionario de las misas y los salmos utilizados en el breviario. Es la traducción que se asumirá también poco después en el orden reformado tanto de la misa como de la liturgia de las horas y la que se mantiene como base de la Versión oficial de la Conferencia Episcopal que acaba de publicarse. ¿Qué traducción era aquella?

 

         El Secretariado Nacional de Liturgia - como se llamaba el instrumento ejecutivo del que se había dotado la Comisión Episcopal de Liturgia, creada a su vez por la Conferencia de Metropolitanos en 1960 - fue el organismo que dio los pasos necesarios para poner en marcha la nueva traducción. En septiembre de 1963, inmediatamente después de la VIII Semana Nacional de Pastoral Litúrgica, que tuvo lugar en Tarragona en agosto de aquel año, el Director del Secretariado, José Miguel Sustaeta, le encarga al P. Luis Alonso Schökel la preparación del nuevo Leccionario litúrgico en español. Para ello, había que hacer un equipo, seleccionando entre la larga lista de profesores españoles de Escritura; y, como escribe el P. Schökel, la selección se hizo entre quienes “tradujeran ya con intención literaria, sin pasar por una etapa de traducción pedestre o bárbara”3.

 

         El equipo, de cuatro especialistas, quedó constituido como sigue: Ángel González Núñez y el propio Luis Alonso Schökel se encargaron del Antiguo Testamento: el primero de la prosa y el segundo, de los libros poéticos. El Nuevo Testamento quedó a cargo de José María Valverde y de José María González Ruiz: Valverde, los Evangelios y González Ruiz, las Epístolas. Juan Mateos se incorpora en Roma al equipo de revisión. El director del Secretariado Nacional de Liturgia convocó dos reuniones a las que asistieron Schökel y algún otro de los mencionados especialistas, por parte de los traductores, y otras personas, convocadas por el Secretariado. La primera reunión de trabajo tuvo lugar en Madrid en las Navidades de 1963; la segunda, en el Centro de estudios de la Iglesia Española de Montserrat de Roma, en junio de 1964.

 

         “Al final - escribe Schökel - llegamos al texto que nosotros considerábamos  como definitivo, al menos por cinco años, hasta la reforma definitiva de la liturgia.”4

 

         En efecto, la reforma postconciliar completa de la liturgia, iba a suponer una notable ampliación del caudal de textos bíblicos introducidos en los leccionarios y en los demás libros litúrgicos: un ciclo trienal dominical y festivo y una lectura continua ferial con ritmo bianual, además de los leccionarios de las misas comunes y de los rituales. Los traductores continuaron, pues, su trabajo y el Leccionario de la misa - mucho más abundante - comenzó  a publicarse efectivamente cinco años después de la aparición de aquel primer leccionario español de 1964:

 

         - En 1969 aparece el Leccionario dominical y festivo del año B.

         - En 1970, el Leccionario dominical y festivo del año C.

         - Y en 1971, el Leccionario dominical y festivo del año A.

 

         Por su parte, la Liturgia de las Horas apareció primero en tres volúmenes, en 1972, y más tarde, en la edición actual de cuatro volúmenes, entre 1979 y 81, recogiendo siempre la traducción de los salmos de 1966, hecha básicamente por el P. Luis Alonso Schökel.

 

         II. Maduración de la idea de una Biblia oficial        

 

         Apenas se concluyó la primera fase de la nueva traducción de textos bíblicos para la liturgia - la hecha todavía sobre los textos del antiguo ordo tridentino - y, por tanto, antes de que se terminara la traducción de todos los textos bíblicos para la liturgia, se planteó ya públicamente la cuestión de si no sería bueno proseguir la tarea hasta completar la traducción de toda la Biblia, en orden a ofrecer una traducción preferente u oficial de la misma. Muchos opinaban ya entonces que era necesario hacerlo. Entre ellos, el P. Schökel, que pensaba que habría que abordar esa tarea, aunque se inclinaba a posponer el trabajo “por ahora”, según escribía en los interesantes artículos publicados en Ecclesia en 1965, haciéndose eco del debate abierto5. ¿Cuál era su planteamiento?

 

         El P. Schökel parte de la constatación de que cada vez hay más traducciones españolas de la Biblia, un hecho que valora positivamente. Lo que él llama “la pluralidad de traducciones” es a la vez un hecho antiguo y nuevo, es decir, una realidad permanente que viene exigida por la naturaleza propia de la traducción. Si traducir la Biblia - como cualquier obra de importancia - es actualizar un texto venerable, complejo y hondo, esa labor nunca puede ser agotada por un solo intento. Tanto porque el tiempo pasa y la lengua a la que se traduce cambia, como porque el texto que se traduce ofrece siempre, en su riqueza, nuevas posibilidades de interpretación y comprensión. “No justificamos la pluralidad, porque la estamos produciendo, sino que contribuimos a la pluralidad, porque pensamos que está muy justificada.”6

 

         Por aquellas fechas, en 1964, la Biblia de Nácar-Colunga había batido todas las marcas españolas alcanzando los cien mil ejemplares vendidos. La Bover-Cantera, también de la BAC, aunque más reciente, había alcanzado varias ediciones. De la antigua traducción de Petisco y Torres Amat, también se habían vendido millares de ejemplares. Aquel mismo año de 1965 se anunciaba la traducción española de la Biblia de Jerusalén y otras. El P. Schökel lo constata con satisfacción, observando que “la demanda bíblica de los que hablan español puede sostener una apreciable pluralidad bíblica.”7

 

         Pero al mismo tiempo, se plantea la pregunta siguiente: “¿Veremos una Babel de Biblias? ¿No es la pluralidad fuente de división y confusión? Por una temporada las parroquias se distinguían por su diversa traducción; dentro de poco escucharemos una traducción en misa, y en casa leeremos otra traducción. Nos reuniremos en círculos bíblicos y no traeremos un texto común, etc.” Y se preguntaba también: “¿Desbancará la traducción litúrgica a las demás?”8

 

         La respuesta del sabio biblista a estas preguntas era sabia: él se suma a la opinión de quienes “juzgan conveniente o incluso necesaria una traducción completa preferente, con autoridad”9; y lo recalca todavía con otras palabras: parece “deseable una traducción completa de la Biblia con carácter oficial.”10¿Por qué?

 

         Naturalmente, no para destruir la pluralidad de traducciones, algo que, por los motivos ya apuntados, es tan imposible como indeseable. Schökel habla incluso de una “preferencia desde abajo”, es decir, de que una determinada traducción acabe siendo la más usada por el favor que los lectores le dispensen a un texto bien logrado, como era el caso de la Nácar-Colunga. Pero eso no excluye tampoco una “preferencia desde arriba” es decir, más basada en algún tipo de autoridad que en la preferencia del lector; sea esa una autoridad científica (caso de la biblia de Oxford) o una autoridad pastoral, el caso de las publicadas por un episcopado en conexión con el uso litúrgico.

 

         A favor de una “traducción preferente u oficial”, promovida y publicada por el episcopado, Schökel ve las siguientes razones. Son razones convergentes que, en su opinión, muestran la necesidad de tal traducción.11

 

         Primero: “parece al menos conveniente que el lenguaje bíblico de la catequesis sea para todos el mismo, y que sea precisamente el de la liturgia; de lo contrario, o perdemos el valor del lenguaje bíblico o comenzamos la división lingüística desde la infancia. Y otro tanto se puede decir de la catequesis de adultos, ampliada en cursos de religión o de teología, en conferencias y lecciones”. Todo ello, porque “muchos términos y muchas fórmulas bíblicas tienen una densidad teológica, y como tales deben ser propuestas.”

 

         Segundo: por causa de un ministerio de la palabra amplio y eficaz. “Cuando el sacerdote se habitúe a las nuevas traducciones (litúrgicas), se le irán quedando términos y expresiones que recurrirán en sus homilías. ¿Por qué no en el resto de su predicación?” Si la autoridad de la Vulgata ayudó a la renovación de la predicación en general, tan promovida por Trento, “¿no debe suceder lo mismo al renovarse (ahora) la predicación española?”

 

         Tercero: si la enseñanza de la teología pasa a hacerse cada vez más en las lenguas vernáculas, en lugar de en latín; si, además, la renovación intelectual y pastoral de la teología ha de llevar consigo un mayor acento bíblico de la misma, “¿no es necesario tener un texto bíblico oficial común, para la cita y el comentario? ¿No es conveniente formar un lenguaje teológico-bíblico estable y común?”.

                  

         A estas preguntas el gran biblista y teólogo que está en el origen de la versión oficial de la que hoy ya disponemos, responde que sí. Poco más se puede añadir. Son, en el fondo, las mismas razones que han llevado a los obispos de hoy a promover el proyecto, como se puede leer en la Instrucción Pastoral, La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia, en la que se explican las razones por las que se ha promovido la traducción completa de la Biblia en versión oficial.

 

         Pero, si ya en 1965 resultaba tan clara la conveniencia y aun la necesidad de contar con una Biblia oficial, ¿por qué han tenido que pasar casi cincuenta años hasta que ese proyecto se ha hecho realidad? ¿Por qué se ha esperado tanto?

 

         El mismo P. Schökel adelantaba ya en aquellos tiempos las razones de la demora. Aunque pensaba que era bueno y necesario acometer la empresa, creía que los tiempos tenían que madurar para ello: “En este momento - escribía - no es posible una traducción completa de la Biblia que aspire a satisfacer todas las exigencias de una versión oficial y autoritativa” (29) Y añadía: “El máximo peligro de la empresa es la prisa. Sin mucha paciencia en todos los niveles interesados, más vale ni pensar en el proyecto. San Jerónimo, asesorado por maestros judíos, empleó más de veinte años en revisar una parte y traducir el resto de la Biblia. Martin Buber, que comenzó la empresa de joven, vio morir a su colaborador Rosenzweig hacia el final de Isaías, y no puso el punto final hasta cuarenta años más tarde. La traducción de Vaccari - hecha con algo de colaboración - ha durado unos treinta años. La norteamericana “New Confraternity” habrá devorado más de diez años de dos equipos diversos” (30).

 

         La New Confraternity Bible era el proyecto puesto en marcha en Norteamérica que aspiraba a convertirse en Biblia oficial. En Italia, la Conferencia Episcopal trabajaba en el proyecto que desembocaría en 1971 en la primera versión de la Biblia de la CEI. En Alemania también estaba en marcha un proyecto conjunto de la Iglesia Católica y la Federación de Iglesias Evangélicas que iba a culminar en 1979 en la llamada Einheitsübersetzung. ¿No se habría podido empezar también en España ya por entonces un proyecto semejante?

 

         Schökel insistía en que nos convenía esperar algo más, porque - según escribe en 1965 - “los alemanes tenían una buena tradición bíblica en lengua alemana, por obra de protestantes y católicos, y poseían un amplio equipo de profesores especializados. En grado inferior, también los católicos norteamericanos poseían una tradición. Quizás en España no nos encontremos en la misma situación y el Evangelio no amonesta - concluía - a calcular bien antes de ponernos a construir la torre” (30).

 

         Se podrá estar más o menos de acuerdo con estas apreciaciones. El caso es que se esperó y que la espera fue decisiva para la maduración del proyecto, de modo que pudiera llegar, sin prisa, a buen puerto.

 

         En 1993 la Pontificia Comisión Bíblica publicó el importante documento titulado La interpretación de la Biblia en la Iglesia. La Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe pensó que la temática abordada por ese documento constituía un buen objeto para el diálogo del Encuentro de obispos y teólogos que anualmente venía convocando, junto con la Comisión de Seminarios y Universidades. Y así lo propuso para el Encuentro que se celebró en la Sede de la Conferencia, en Madrid, en 1995, con una participación de biblistas más amplia de lo habitual en esas reuniones12. Allí se multiplicaron las voces de quienes creían que ya había llegado el momento de acometer el trabajo de una Biblia de referencia como las que existían ya en italiano, inglés y alemán y de la que se venía hablando en España desde hacía años.

 

         Las razones que se expusieron entonces en favor del proyecto no diferían mucho de las aducidas por el P. Schökel, y que ya conocemos. Sólo que ahora era casi unánime la apreciación de que ya contábamos con capacidades suficientes para acometer la empresa. Era posible la constitución de un buen equipo de especialistas competentes para la traducción y anotación de la Biblia. Su trabajo, además, podía contar con la experiencia de traducción al español de textos bíblicos acumulada en los últimos años: desde que se terminara la traducción de los textos bíblicos litúrgicos, habían aparecido varias traducciones completas de la Biblia al español. Y, por si fuera poco, también se contaba con un buen número de años de experiencia en el uso de las traducciones litúrgicas. Esta experiencia serviría tanto para continuar la traducción en el espíritu de aquel trabajo realizado treinta años atrás con tanto acierto, como para introducir las correcciones y mejoras que se sugerían desde diversas partes y que se acreditaran realmente como necesarias.

 

         De este modo, un buen número de los biblistas y teólogos, así como también de los obispos participantes en aquel encuentro de 1995, se hacía eco del deseo de que se acometiera la elaboración de una Biblia oficial, una necesidad sentida desde tiempo atrás y suficientemente madura, como para que pareciera llegado por fin el momento de su realización.

 

 

         III. Realización: una labor sinfónica de especialistas y pastores de la Iglesia

 

         Después del Encuentro de Obispos y Teólogos de septiembre de 1995 y de  haber conferido sobre el asunto en dos ocasiones en su propio seno, la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, de acuerdo con la de Liturgia, presenta a la Secretaría General de la Conferencia Episcopal en mayo de 1996 un “Proyecto y propuesta de iter para la elaboración de una Biblia de la Conferencia Episcopal Española”.

 

         El proyecto es estudiado y aprobado por el Comité Ejecutivo en su reunión de junio. En ese mismo mes, la Comisión Permanente nombra ya el organismo que habría de poner en marcha el trabajo, llamado “Comisión Preparatoria”. Su composición era la siguiente: Los Presidentes y Secretarios de las Comisiones Episcopales de Doctrina de la Fe y de Liturgia (Blázquez y Tena;  Martínez Camino y Concepción González); dos biblistas (Muñoz León y Díaz Rodelas), un liturgista (López Vallejos) y un teólogo (Sánchez Caro).

 

         La Comisión Preparatoria tiene dos reuniones en el verano de 1996 en las que decide presentar algunas líneas operativas a la Permanente y, sobre todo, el nombramiento de un Comité Técnico, que se encargaría de poner en marcha el trabajo científico. En efecto, en septiembre la Comisión Permanente nombraba a los miembros de dicho Comité, que eran: Muñoz León, como Presidente; Díaz Rodelas, como Secretario y, como vocales: Félix García, Rafael Aguirre, Sánchez Caro y López Vallejo. Más adelante se nombraría a Santiago García Rodríguez encargado de la oficina de coordinación del Comité en Madrid.

 

         El paso siguiente fue la redacción de los Criterios que habrían de guiar todo el trabajo: elaborados por el Comité Técnico, bajo al supervisión de la Comisión Preparatoria (desde entonces llamada Coordinadora), y presentados a la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, fueron aprobados por ésta en febrero de 1997, acordando también encargar a la BAC la edición de la Biblia que se preparaba.

 

         El Comité Técnico, al tiempo que estudiaba los diversos problemas que planteaba la ardua tarea encomendada, contactó con especialistas en los distintos libros sagrados para crear un equipo de trabajo cualificado. Al mismo tiempo, se hizo el trabajo previo de recoger en soporte informático los textos bíblicos que aparecían en todos los libros litúrgicos agrupándolos en el orden común de los libros de la Sagrada Escritura. Estos trabajos y diversas tareas administrativas y legales requirieron su tiempo. De modo que los traductores empezaron su trabajo propio en 1998. Los que finalmente concluyeron sus trabajos - tras algunos cambios por fuerza mayor o por motivos técnicos, fueron los siguientes escrituristas: Rafael Aguirre Monasterio, Ángel Aparicio Rodríguez, Gonzalo Aranda Pérez, Antonio Artola Arbiza, Jesús María Asurmendi Ruiz, Nuria Calduch Benages, José Cervantes Gabarrón, Francisco Contreras Molina (+), Juan  Miguel Díaz Rodelas, Alfonso de la Fuente Adánez (+), Jorge Juan Fernández Sangrador, Félix García López, Jesús García Recio, Santiago García Rodríguez, Andrés Ibáñez Arana (+), Juan Antonio Mayoral López, Fernando Morell Baladrón, Víctor Morla Asensio, Domingo Muñoz León, Antonio Rodríguez Carmona, Horacio Simian-Yofre, Julio Trebolle Barrera, José Ángel Ubieta López, Jaime Vázquez Allegue.

 

         Hasta que el texto llamado “provisionalmente definitivo” fue entregado en la Secretaría General en 2007, transcurrieron nueve años de trabajo técnico de diversas modalidades y en diversas fases que aquí sintetizamos en dos: una primera, en la que los especialistas hicieron sus traducciones y anotaciones; y otra, segunda, de revisión, unificación y experimentación del conjunto de la obra. La fecha divisoria entre ambas fue 2004. Hay que reconocer con especial gratitud el amplio y delicado trabajo realizado en la segunda fase por el Presidente, el Secretario del Comité Técnico y el encargado de la oficina de coordinación de Madrid, sobre quienes recayó el peso principal de la mencionada labor de revisión y unificación.

 

         Los tres años que van de junio de 2007 a junio de 2010 fueron necesarios para el proceso formal de aprobación de la Biblia por parte de los Pastores. Se pueden distinguir también aquí dos fases principales: la española y la romana; la primera, para la aprobación por la Conferencia Episcopal y la segunda, por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

 

         La fase española tuvo, a su vez, dos momentos. Uno más largo, de un año de duración, desde junio de 2007 hasta junio de 2008, periodo durante el que intervinieron en la revisión aproximadamente la mitad de los obispos españoles, unos cuarenta, además de los peritos de los secretariados de la Conferencia, y los de los prelados en sus diócesis. El segundo periodo, más breve e intenso, fueron los tres meses de septiembre, octubre y noviembre de 2008, cuando todos los obispos miembros de la Conferencia tuvieron a su disposición el llamado “texto revisado” que resultaría finalmente aprobado.

 

         En efecto, en junio de 2007 el texto “provisionalmente definitivo” fue enviado a los obispos miembros de la Comisión Permanente y de las Comisiones Episcopales para la Doctrina de la Fe y de Liturgia, así como a otros cuatro obispos nombrados expresamente para su estudio; también se ofreció intervenir en esta fase de revisión a todos los miembros de la Conferencia Episcopal que lo desearan: en total, los mencionados cuarenta. De estos prelados y de sus peritos, el Comité Técnico fue recibiendo, durante casi un año, observaciones de todo tipo. Tras la correspondiente evaluación, el Comité redactó un informe (a la manera de una expensio modorum) que fue sometido a la Comisión Permanente de junio de 2008. Este órgano intermedio de la Conferencia Episcopal, con algunas observaciones propias, dio su aprobación al Informe del Comité Técnico, que procedió durante aquel verano a la elaboración del “texto revisado”, al que quedó incorporado el fruto del trabajo de aquel año.

 

         El “texto revisado” es enviado en septiembre 2008 a todos los obispos para su estudio previo, en orden a su eventual aprobación definitiva por parte de la Comisión Permanente y por la Asamblea Plenaria a finales de noviembre.

 

         Durante esa Asamblea Plenaria del otoño se convocó una reunión especial de la Comisión Permanente, que tuvo lugar el día 25 de noviembre.  Prácticamente el único punto del orden del día de aquella sesión fue la aprobación de Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Según el Derecho, las ediciones de la Sagrada Escritura han de contar con la aprobación de la Conferencia Episcopal y es habitualmente ese órgano de la misma el que otorga dicha aprobación. Como es natural, esta no era una edición más de la Biblia. La Comisión Permanente llevaba años de seguimiento de la misma. No obstante se estudiaron los últimos informes presentados por las Comisiones Episcopales de Doctrina de la Fe y de Liturgia, así como las observaciones que los miembros de la Permanente desearon hacer. A la vista de todo, la Biblia recibió la aprobación preceptiva, en su calidad específica de Versión oficial de la Conferencia Episcopal.

 

         La Asamblea Plenaria del episcopado fue informada al día siguiente de que la Biblia en cuanto tal había sido aprobada por la Permanente. Al mismo tiempo se sometía a la Plenaria el texto bíblico solo - sin introducciones ni notas - para su aprobación como la traducción que habría de ser empleada en el futuro en los libros litúrgicos. Así tenía que ser, pues, según el Derecho, los libros litúrgicos han de recibir la aprobación cualificada de la Asamblea Plenaria antes de ser sometidos al reconocimiento de la Santa Sede. El texto obtuvo los dos tercios de los votos favorables de todos los miembros de pleno derecho de la Asamblea y con esa aprobación cualificada, quedaba listo para ser enviado a Roma.

 

         Se preparó el texto definitivo y se imprimió, despojado de introducciones y notas, en un solo volumen que fue remitido a la Congregación para el Culto Divino en julio de 2009. La Congregación trabajó casi durante un año y fue enviando progresivamente sus informes sobre los diversos grupos de libros de la Biblia a medida que eran terminados. No fueron pocos los folios de observaciones, elaborados con sumo rigor. Tales observaciones fueron presentadas, sin excepción, con el carácter de sugerencias para la mejora del texto. El Comité Técnico y las Comisiones Episcopales implicadas estudiaron las observaciones romanas con detenimiento y comunicaron el resultado de sus estudios a la Congregación. En junio de 2010 se tuvo en Roma una reunión de trabajo para perfilar algunas pocas cuestiones pendientes. En la solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo, el 29 de junio de 2010, el Cardenal Prefecto, Antonio Cañizares Llovera, firma el Decreto de recognitio de la versión bíblica de la Conferencia Episcopal como el texto que será empleado en adelante en los libros litúrgicos en español de nuestra Conferencia.

 

         Así se ponía punto final a un tenaz y esmerado trabajo con el que se daba cumplimiento a un proyecto largamente acariciado: una Biblia oficial de la Conferencia Episcopal Española, cuyo texto sería el mismo que el proclamado en todos los actos litúrgicos.

 

         La Biblioteca de Autores Cristianos ha puesto su pericia y su particular experiencia en la edición de textos bíblicos al servicio de este gran proyecto. El resultado ha sido muy bien acogido: un texto digno y práctico al mismo tiempo; elegante y económico. En poco más de un mes se han distribuido casi treinta mil ejemplares.

 

 

         A modo de conclusiones

 

         1. La Biblia de la Conferencia Episcopal Española, publicada en diciembre de 2010, no es la obra de ningún autor particular o privado. Es el resultado de un hermoso trabajo sinfónico al que han hecho su aportación un considerable número de especialistas y de pastores de hoy y de ayer. También el Pueblo de Dios en su conjunto ha tomado parte en la elaboración de este texto, que se ha visto enriquecido por sugerencias procedentes de la experiencia del uso de los textos empleados en la liturgia durante unos treinta años.

 

         2. El germen del que ha crecido esta Biblia son las traducciones de los textos bíblicos al español que los obispos decidieron que se hicieran al comienzo de los años sesenta para ser proclamados en la liturgia de rito latino, cuando ésta se abrió al uso de las lenguas vernáculas, según la reforma ordenada por el Concilio Vaticano II. Aquellos textos, con algunas oportunas correcciones siguen presentes en esta versión oficial.

 

         3. Los textos que no formaban parte del acervo litúrgico, y que han sido traducidos para esta Biblia, son básicamente - como también lo eran los litúrgicos - obra de quienes los han vertido al español a partir de los idiomas originales. Pero, según los criterios empleados para toda la empresa, esos textos han sido también elaborados siguiendo el espíritu de las anteriores traducciones litúrgicas. Además, han podido beneficiarse de las no pocas traducciones de la Biblia al español que se han hecho en los últimos cuarenta años. Por otro lado, también se han visto enriquecidos en el múltiple proceso de revisión, tanto técnico como pastoral, al que han sido sometidos.

 

         4. Una Biblia tan especial como ésta, puede ser considerada como un fruto selecto de la renovación litúrgica y bíblica experimentada por la Iglesia en el último siglo, de la cual el Concilio Vaticano II fue al mismo tiempo efecto y causa. Por eso, bien se puede decir que la Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española constituye un hito relevante en la recepción del Concilio por la Iglesia en España.

 

         5. La Biblia de la Conferencia Episcopal no va en contra del pluralismo de traducciones. Por el contrario, se ha beneficiado de él y es de esperar que pueda contribuir a que posibles y deseables nuevas traducciones alcancen la calidad que las haga vehículo de un mejor conocimiento de la Palabra de Dios.

 

         6. Su carácter de Biblia oficial comporta que será la traducción utilizada en los libros litúrgicos, en los catecismos, en los textos de religión y, en general, en las acciones más específicas y públicas de la vida de la Iglesia. Pero también será de gran utilidad para ser leída y meditada en familia o individualmente, así como en tantas actividades de estudio y de reflexión en las que se emplea el texto sagrado.

 

         7. Los obispos esperan que esta Biblia, convertida en texto de referencia capaz de favorecer la estabilidad y la unidad del lenguaje bíblico en las celebraciones, la oración, la predicación, la enseñanza, el estudio, al modo de una Vulgata española, ayude a los fieles a retener en la memoria la Palabra de Dios escrita, de cuyo conocimiento depende en buena medida el crecimiento en el amor a Jesucristo y la calidad del testimonio que la Iglesia ofrece de Él al mundo. Que así sea con la intercesión de Aquella que concibió y dio a luz al Verbo encarnado



            0              1Del 11 de enero de 1963 es el Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, firmado por el Cardenal Larraona, por el que se concede a las diócesis de España, a instancias del Cardenal Primado Plá Deniel y de otros prelados que, según el juicio del Ordinario, después de la proclamación de la epístola y del evangelio en lengua latina, pueda ser hecha también una proclamación de los mismos pasajes en lengua vernácula. - Por acuerdo del Episcopado de 12 de noviembre de 1964, la lectura de la epístola y del evangelio pudo hacerse directamente en lengua vernácula desde el 1º de enero de 1965. Al mismo tiempo se precisaba que “hasta que se publique el leccionario oficial completo podrán utilizarse para esas lecturas los misales para los fieles de Ribera, Rambla, Nácar-Colunga, Castillo-Sanz, Goldáraz, Pons,  Serra, Gubianas, Molina, Lefebre, VilariZo, Sánchez Ruiz, Antoñana, Pérez de Urbel y monasterio de Montserrat.”

            2El mismo año de 1966, Ediciones Guadarrama, en su colección “Los libros sagrados”, publica Salmos. Texto oficial litúrgico. Introducciones y notas de Luis Alonso Schökel, SJ.

            3L. Alonso Schökel/ J. M. González Ruiz /J. Mateos, La elaboración del Leccionario litúrgico para las celebraciones en lengua castellana, en: Ecclesia 24 (nº 1225, 2 de enero de 1965) 26-30, 26.

            4L. c., 30.

            5Cf. Luis Alonso Schökel, ¿Cuántas traducciones de la Biblia?, en: Ecclesia 25 (nº 1232, 20 de febrero de 1965) 21-23; y Una traducción preferente de la Biblia, en: Ecclesia 25 (nº 1237, 27 de marzo de 1965) 27-30.

            6¿Cuántas traducciones...?, 23.

            7Ibid.

            8Ibid.

            9Una traducción preferente..., 27.

            10L. c., 29.

            11Las citas que se hacen a continuación son todas de Una traducción preferente..., 27.

            12El XVIII Encuentro de Obispos y Teólogos tuvo lugar los días 22 y 23 de septiembre de 1995. Tras la presentación, a cargo de Mons. D. Ricardo Blázquez, entonces obispo de Palencia y Presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, el Prof. D. Domingo Muñoz León hizo la introducción al diálogo de la mañana del primer día desde la Perspectiva exegética; el diálogo de la tarde fue introducido por el Prof. D. José Manuel Sánchez Caro desde una Perspectiva teológico-hermenéutica. El segundo día Mons. D. Pere Tena abordó la Perspectiva litúrgico-pastoral. Participaron diecinueve obispos; además de los ya nombrados eran: Elías Yanes, entonces Presidente de la Conferencia; José Sánchez, Secretario General; el cardenal Carles, Martínez Acebes, Úbeda, Gea, Setién, Bellido, Gómez González, Diéguez, García Aracil, Algora, Ceballos, Gutiérrez Martín, Asurmendi, Salinas, López Fernández y López Martín. Diecisiete teólogos y exegetas enviados por la Facultades: Aguirre Monasterio, Aranda, Artola, Balaguer, Bernabé Ubieta, Borobio, Busquets, Busto Sáiz, Castanyer, Castro Sánchez, Contreras Molina, IbáZez Gómez, Marcén, Peinado Muñoz, Pérez Herrero, Pérez Gordo y Francisco Varo. Más diez miembros de la Comisión Teológica Asesora: Carrasco Rouco, Díaz Rodelas, Fernández Benito, García Suárez, García Extremeño, Múgica Urdangarain, Lera, Pedro Rodríguez, Rodríguez Carmona y Ramón Trevijano. Como invitados por las Comisiones asistían González de Cardedal y Fernández Sangrador. Los Secretarios de las Comisiones eran Martínez Camino, Martín Abad y Concepción González.

Autor: diocesismalaga.es

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