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Jornada por los afectados de la pandemia (Catedral-Málaga)

Publicado: 26/07/2020: 13006

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Misa celebrada con motivo de la Jornada por los Afectados de la Pandemia en la Catedral de Málaga el 26 de julio de 2020.

JORNADA POR LOS AFECTADOS DE LA PANDEMIA

(Catedral-Málaga, 26 julio 2020)

 

Lecturas: 1Re 3,5.7-12; Sal 118,57.72.76-77.127-130; Rm 8,28-30; Mt 13,44-52.

 

1.- El rey Salomón, al subir al trono de Israel, pidió al Señor: «Concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal» (1Re 3,9). Esta oración agradó al Señor.

Entonces Dios, por no haberle pedido larga vida, riquezas o la victoria contra sus enemigos, sino inteligencia para gobernar, le dijo: «Te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti ni surgirá otro igual después de ti» (1Re 3,11-12).

Nosotros solemos buscar, más bien, bienes materiales, riquezas, fama, poder, dominio de la ciencia. Pero eso no ofrece la verdadera felicidad que el ser humano está llamado a vivir.

El evangelio nos ha presentado varias parábolas: la del tesoro escondido (cf. Mt 13,44); la del comerciante de perlas finas (cf. Mt 13,45-46); la de la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces (cf. Mt 13,47-48).

Todas ellas nos advierten del inmenso valor de reino de los cielos y de la vida eterna, comparado con las cosas materiales de este mundo.

No acabamos de creernos que «a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8,28). Toda experiencia vital puede servir para bien, incluso los acontecimientos que consideramos malos o dolorosos; porque estamos llamados a gozar de la gloria eterna (cf. Rm 8,30).

 

2.- La dura experiencia de la pandemia nos ha llevado a plantearnos si nuestra vida estaba centrada en lo verdaderamente importante. Cuando se pierde la salud y el trabajo se puede entrar en una profunda crisis de sentido de la vida.

La sensación en este tiempo de pandemia ha sido la de luchar contra un enemigo poderoso y muy pequeño a la vez, que nos ha hecho experimentar la debilidad, la fragilidad y la condición mortal del ser humano.

Antes de la pandemia nuestra sociedad se consideraba rica, potente e invencible. Las economías boyantes, los avances de la ciencia y de la técnica parecían imparables. El ser humano se erguía por encima de sus propias fuerzas. Y ha bastado un microbio insignificante para hacer caer al coloso humano, que se creía todopoderoso.

Nuestra condición humana, mal que nos pese, no es ilimitada en recursos ni omnipotente en medios. El ser humano es finito, limitado, débil, enfermizo y mortal. Somos criaturas respecto a Dios; y no podemos suplantarlo ni apartarlo de nuestra vida. Aun así, Dios nos ha llamado a compartir su reino de inmortalidad y su divinidad.

 

3.- En este domingo celebramos en España la Jornada por los afectados de la pandemia, propuesta por la Comisión Ejecutiva de la Conferencia episcopal.

El día 26 de junio tuvimos ocasión de rezar por el eterno descanso de todos los difuntos fallecidos con motivo de la pandemia; y pedimos también entonces al Señor el consuelo y la esperanza de sus familiares.

Hoy celebramos la Eucaristía por varios motivos fundamentales. En primer lugar, para dar gracias por todo el trabajo y sacrificio realizado por tantas personas en los días más duros de la pandemia y del confinamiento.

A todo el personal sanitario, que ha estado y está cerca de los enfermos, a las Fuerzas de Seguridad del Estado, a quienes han realizado el trabajo de suministros y las diversas tareas para que funcionaran los servicios más necesarios. A nuestros sacerdotes, que han estado ofreciendo los auxilios espirituales que el ser humano necesita, dada su condición de imagen y semejanza de Dios.

La actitud de servicio ha superado el miedo al contagio. Nuestra gratitud para todos ellos, que han sabido responder con responsabilidad y generosidad.

 

4.- Celebramos este domingo como la pascua semanal con la esperanza en la resurrección, ofreciendo esta Eucaristía por todos los difuntos; y rogamos de una manera especial por los mayores, que son quienes más han sufrido la enfermedad de la “Covid-19”. A veces relegamos a nuestros mayores porque nos estorban; algunos de ellos se quejan de que sus familiares más cercanos no van a visitarlos. Nos han dolido también algunas actitudes de discriminación por edad en la atención a los enfermos.

Al mismo tiempo pedimos luz al Señor para ver con los ojos de la fe, de la esperanza cristiana y del amor y para afrontar con fraternidad la crisis social y económica provocada por la pandemia. En su mensaje de Pascua con la bendición Urbi et Orbi (12 abril), el papa Francisco nos invitó a construir un tiempo nuevo, libre de indiferencia, egoísmo, división y olvido.

Los cristianos hacemos nuestras las palabras del Concilio Vaticano II asumiendo que las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren; las tristezas y angustias de los que sufren lo son también de los discípulos de Cristo (cf. Gaudium et spes, 1).

Nos solidarizamos con quienes sufren y mostramos nuestra cercanía a todos, ofreciendo nuestro servicio a pobres y necesitados; y nuestra leal colaboración con los poderes e instituciones públicas.

 

5.- Durante el confinamiento muchos fieles no han podido participar sacramentalmente de la Eucaristía; pero la Iglesia ha seguido celebrando la Pascua del Señor y ofreciendo el banquete eucarístico a los enfermos y a quienes lo necesitaban. Los sacerdotes hemos celebrado todos los días la Eucaristía en nombre de toda la Iglesia y por vosotros.

Hemos crecido en la conciencia de ser comunidad eclesial, aún sin poder reunirnos en el templo. Las familias han celebrado la fe y han rezado juntos.

También se ha desarrollado una gran creatividad pastoral, para hacer llegar a todos la Palabra de Dios y la Eucaristía por diversos medios. Por este motivo quiero agradecer de nuevo a los sacerdotes su dedicación generosa en el ministerio.

 

6.- Hemos de mirar hacia el futuro y afrontar los graves y grandes retos que nos esperan para reconstruir el tejido social roto. A todos se nos pide grandeza de espíritu y creatividad para resolver los problemas sociales, sanitarios, económicos, laborales y políticos que se nos echan encima.

Es muy importante la creación de puestos de trabajo y la potenciación de la acción empresarial. Es urgente la ayuda a quien la necesita; pero no es bueno mantener indefinidamente ayudas que favorezcan la inactividad y la no implicación en la construcción de la sociedad; todos estamos llamados a re-construirla y los cristianos debemos aportar desde la fe la luz del Evangelio.

Pedimos a la Virgen de la Victoria, nuestra Patrona, que nos acompañe en este nuevo camino que re-iniciamos tras el confinamiento. Amén.

Diócesis Málaga

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