Noticia ALEJANDRO PÉREZ. El reencuentro tras el desconfiamiento Publicado: 16/05/2020: 13194 Al hilo de lo que vamos viviendo os ofrezco esta reflexión ante el altar por si a alguno le sirve... Si deseamos reencontrarnos con Dios, no habrá otro modo de hacerlo que en el altar y en el rostro de un mundo herido. Para salir del confinamiento, parece que iremos de fase en fase y esto me recuerda una película que vi hace mucho tiempo (uno ya tiene sus años), que se titulaba “Encuentros en la tercera fase”, tan inquietante como el momento actual. Pues bien, según vamos de fase en fase, se irá produciendo el reencuentro con las presencias confinadas que poco a poco se harán visibles, como quién sale de un letargo invernal. El momento álgido se producirá en el reencuentro comunitario y personal con la Presencia por excelencia. Para ello, progresivamente, vamos a recuperar y visibilizar nuestros signos, nuestros espacios, nuestros ritos, nuestros tiempos…, nuestros sentidos y ambién, el sentido común, si es que se perdió en algún momento. Una pregunta: ¿Deseamos encontrarnos con Dios como antes? Esperemos que no sea así, porque la experiencia de Dios en la soledad, en el confinamiento, en la dureza del paso de las horas, en la enfermedad, en la tempestad y la incertidumbre, ha debido cambiarnos de tal modo que, ahora, deseemos, con mayor y renovada hondura el reencuentro con Él. Esto no tiene vuelta de hoja. Para ello, necesitaremos recuperar nuestros cinco sentidos: pasar de la comunión espiritual, invisible, a gustar el pan eucarístico, no virtual, sino visible, nutritivo, medicinal, material, sustancial, real, sacramental, encarnado…, su Presencia; tocar con nuestras rodillas el suelo sagrado, o palpar y besar el altar; oler las flores de primavera que nos esperan, u oler el perfume del incienso, o el olor inconfundible de nuestra iglesia; oír las campanas, u oír rezar a los otros, oír, sobre todo, su Palabra; ver la cruz victoriosa y ver brillar, o contemplar, la luz del Cirio Pascual que disipa las tinieblas… Retornar, reencontrarse, conlleva centrarse en lo esencial. El centro lo ocupa el altar porque cada altar es el centro del universo. Volver al altar, al centro, a Dios. Hemos de prepararnos, antes de salir de nuestro mundo confinado, para este reencuentro tan deseado y esperado. Reencontrarse con la Presencia es un desafío, porque nunca hemos vuelto después de un viaje tan extraño. También la Iglesia hace años salió de un tiempo para entrar en otro y el entonces papa S. Pablo VI, cuando concluía el Concilio, dijo: “este Concilio, comprendido en su significado religioso, no ha pretendido otra cosa que ser una urgente y amistosa invitación a la humanidad de hoy a reencontrar, por el camino del amor, a aquel Dios del que alejarse es caer, al que volverse es revivir, en el que permanecer es estar seguro, al que retornar es renacer, en el que habitar es vivir” (Homilía en la IX Sesión del Concilio, 7 diciembre 1965). Esta invitación sigue vigente. Todos estamos invitados. Todos. ¿Todos? Veremos si todos, porque dicen estos días que lo peor está por llegar. Una frase difícil de pronunciar cuando lo mejor ya ha llegado y lo hemos celebrado: Cristo nuestra Pascua. Pobre Pascua si no fuese así; vana sería nuestra fe. Está claro, por tanto, que, para un cristiano, y no será probablemente en la tercera fase, lo mejor está por llegar: un cielo nuevo y una tierra nueva. Mientras tanto, si “lo peor”: la ruina, la pobreza, el contagio, la muerte…, “están por llegar”, la presencia del Resucitado, la fuerza de la Virgen María, que no dudó subir la montaña para servir a Isabel, y la inspiración del samaritano, nos alientan para esta nueva oportunidad de dar testimonio de lo que somos y en quién creemos, y de transformar lo peor en lo mejor: entonces, lo mejor, llegará. ¿Cómo y cuándo? Algunos se preguntan: ¿Cómo y cuándo llegará lo mejor? La visibilidad del altar conduce a la visibilidad de la caridad, que no es virtual, sino encarnada en la cotidianeidad que se aproxima. La fe visible en la caridad no es algo nuevo, de hecho, no se ha detenido estos días por muy confinados que hayamos estado, porque visibilizamos celebrando y amando, y ni se ha abandonado la celebración ni se ha cerrado la caridad. La Iglesia ha estado abierta en cada cristiano. Los cristianos, que no somos invisibles, volveremos a celebrar en los altares de nuestras iglesias particulares, pero de una forma nueva y renovada, y continuaremos sirviendo a la caridad para que todos, insistimos, todos, porque ésta es la misión, podamos reencontrarnos con Dios: Un Dios real, encarnado, con una Iglesia real, visible, y para un mundo real, sufriente, enfermo, ojalá de amor. Se han derramado lágrimas estos días de pandemia y, ahora, vienen otros llantos que exigen estar a la altura. En este extraño debate entre vencer la enfermedad y no hundir la economía, la caridad se abre paso a ambos lados, a menos que realmente estemos enfermos; en tal caso, también, la caridad será la única vacuna. Caridad visible para conducir a todos a Dios. Si deseamos reencontrarnos con Dios, no habrá otro modo de hacerlo que en el altar y en el rostro de un mundo herido. Dios es amor, caridad, y se le descubre, una y otra vez, en Jesucristo muerto y resucitado por amor. Este es el único modo, la única solución y la única lógica posible: el misterio pascual. ¿Cuándo? ¿Cuándo estaremos todos en la misma mesa? Mientras se acerca ese día, la Esposa llama al Esposo y nosotros esperamos su venida gloriosa; y mientras esperamos su venida gloriosa, cada día abrimos las puertas, extendemos el blanco mantel que huele a limpio y, alrededor de la única mesa y compartiendo el único pan, crecemos y hacemos visible la caridad. ¡Ánimo y un abrazo! Hasta mañana en el altar. Alejandro Pérez Verdugo es Delegado Diocesano de Liturgia