NoticiaTestimonios José Ramírez, sacristán de Ntra. Sra. del Rosario: «Vivo para la parroquia» Publicado: 14/06/2013: 4265 José Ramírez Pérez nació el 13 de abril de 1927 y a sus ochenta y seis años, sigue ejerciendo de sacristán de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en La Cala del Moral Su mujer falleció hace algunos años, y aunque su familia sigue creciendo, con dos hijos y tres nietos, Pepe asegura que la iglesia es su segunda casa y la comunidad parroquial, su otra familia. «Me quieren y me lo demuestran cada día» asegura. A pesar de sus “muchos días cumplidos”, recuerda vivamente cómo conoció a Jesús de Nazaret. «Mi madre murió, desgraciadamente, cuando yo tenía veinticinco meses, y me crió la madrastra de mi padre. Era una mujer de Dios, muy practicante y de muy buen corazón. De pequeñillo me llevaba a la iglesia, pero sobre todo me enseñaba con su ejemplo, porque ella era una persona para todo el mundo». Pepe cuenta que la familia tenía ganado y una casa de campo donde siempre había sitio y comida para todo el mundo, «de allí no se iba nadie sin comer, porque eran años de mucha necesidad». Recordando su infancia, Pepe tiene claro que «fue ahí donde empezó lo mío». Debido a la guerra, su familia vino a menos, y él tuvo que ponerse a trabajar, primero como mecánico y luego como conductor de una familia. «Fue muy duro para mí. Ahí empezó mi lucha, pero con la ayuda de Dios pude sacarles adelante. Dios siempre está con nosotros, pero desde luego a mí no me ha abandonado. Siempre me ha dado fuerzas, salud, y mucho cariño de la gente. Perdí muchos amigos de la época en la que tenía medios económicos, pero no perdí la fe». Con 59 años Pepe Ramírez se prejubiló, lo que le llevó a entrar en una profunda depresión, pero también entonces fue en la parroquia donde encontró una nueva actividad con la que comprometerse. Empezó a vincularse a la parroquia del Rosario de La Cala del Moral tras su cambio de domicilio, y allí conoció a una de las personas que más le ha marcado en su vida: Antonio Estrada, el sacerdote, que ya ha fallecido. Ambos se trataron de usted durante todos los años que duró su amistad, por la que da las gracias a Dios cada día. De Antonio recuerda una anécdota que siempre le hace reír. «Fui un día a recoger las sillas con él para ponerlas en el patio de la parroquia, pero él, muy serio, me dijo: "Esto lo hago yo solo". Yo, que siempre he sido cohibido, y debido al respeto que le tenía, lo dejé, pero pensé que debía de pasarle algo, así que volví a acercarme y disimuladamente, le fui acercando las sillas poco a poco, para que él las colocara. Al cabo de los días me contó que las sillas, si no se ponían de una forma determinada, se caían. Y yo le dije que sí, que me había fijado, y que ya había aprendido cómo había que hacerlo. Se sorprendió y me invitó a hacerle una demostración, y así lo hice. ¡En bendita hora me puso Dios en manos de Antonio Estrada, porque he aprendido mucho de él!» En la parroquia del Rosario, Pepe realiza desde hace muchos años tareas de despacho, atiende el servicio del altar y un largo etcétera difícil de enumerar. Además, ha vivido su fe en el seno de dos cofradías del pueblo: la Hermandad del Carmen y la del Rosario. Entre las vivencias que recuerda de aquellos primero momentos está también el montaje de los belenes, junto a Emiliano, otro feligrés. Son momentos que nunca se borrarán de su mente, como el encargo que Antonio, ya enfermo, le hacía cada vez que lo visitaba junto al nuevo sacerdote, Rafael Rodríguez: «No me abandones la iglesia ». El recuerdo de esta encomienda le hace emocionarse y afirmar que no va a faltar a su palabra. «Yo quisiera estar aquí mientras viva», afirma. Toda una vida de entrega, una vida que, gracias a la oración y a la Eucaristía, sigue siendo una alabanza a Dios y un testimonio cristiano para todo el pueblo. Autor: Ana María Medina