Me parece mentira, después de ocho años que llevo a este lado del hilo, que siga existiendo la peor pregunta en el peor momento de nuestra vida: ¿Quiere usted donar? Si todos tuviéramos claro que una vez muertos, los órganos no nos sirven para nada, no se haría esa pregunta, donaríamos y estaríamos dando una oportunidad a alguien desconocido, pero que nos necesita para vivir.

Soy madre de donante, y no hay mayor regalo que saber que los órganos de mi pequeño sirvieron a tres niñas para poder celebrar su cumpleaños, y además, que la gran familia que formamos trasplantados, sanitarios y familiares de donantes, tenemos la oportunidad de compartir momentos únicos como me sucede con Loli Barroso, mujer con mayúsculas, que me emociona siempre, y especialmente cuando me llamó para darme las gracias al ver nacer a su nieta, porque por alguien que le donó, como yo, pudo nacer su hija y hoy es abuela. Temblé, lloré y sentí atravesarme el corazón al oír sus palabras, experimentando la fuerza del AMOR incondicional, del que da sin saber a quién, pero con el convencimiento de que merece la pena donar.

Nunca sabemos en qué lugar de la balanza estaremos, si siendo donantes o esperando un corazón. ¡DONA!