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Envío misionero de una familia del Camino Neocatecumenal y colación de los Ministerios Laicales de Lector y Acólito (Parr. Ntra. Sra. de Fátima-Málaga)

Publicado: 01/10/2016: 3111

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el envío misionero de una familia del Camino Neocatecumenal y colación de los Ministerios Laicales de Lector y Acólito (Parr. Ntra. Sra. de Fátima-Málaga) celebrado el 1 de octubre de 2016.

ENVÍO MISIONERO DE UNA FAMILIA

DEL CAMINO CATECUMENAL

Y COLACIÓN DE LOS MINISTERIOS LAICALES

DE LECTOR Y ACÓLITO

(Parroquia de NªSª de Fátima-Málaga, 1 octubre 2016)

Lecturas: Hab 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94, 1-2.6-9; 2 Tm 1, 6-8.13-14; Lc 17, 5-10.

1.- El justo vivirá por su fe.

La Iglesia es muy rica porque el Espíritu Santo la lleva y le concede todo: los diversos ministerios, el servicio a la Iglesia... Y esta noche el Señor nos ha regalado una espléndida noche con el envío de una familia y con la colación de uno ministerios. Todo construye la Iglesia.

Hemos escuchado la lectura del libro del profeta Habacuc. Igual que el profeta, nosotros, muchas veces, pedimos a Dios que resuelva nuestros problemas: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?» (Hab 1, 2). Y nos quedamos con la impresión de que el Señor no nos hace caso.

Pero habrá que preguntarse por qué no nos hace caso: ¿qué le estamos pidiendo?, ¿qué le estamos rezando?

Nos cuesta además admitir la realidad cruda y dura de la vida: enfermedades, guerras, violencias, opresiones; en definitiva, la manipulación y el abuso del ser humano por otro ser humano.

Nos expresaba Esperanza sus miedos, miedos que tenemos todos. Nos cuesta sentirnos desprotegidos, débiles, ser blanco de insultos y de palabras hirientes.

El Señor responde al creyente en palabra de Habacuc y nos responde a nosotros esta noche: «Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá» (Hab 2, 4). Esto es un desahogo, esto es una esperanza. ¿Quién vivirá?, ¿quién se mantendrá en pie?, ¿quién continuará y prolongará su vida? El creyente que se fía de Dios y no le importa perder cosas, porque no pierde su vida, no pierde lo más importante: el amor que Dios le regala.

En este mundo crecen juntos el trigo y la cizaña (cf. Mt 13, 24-30). Hay que tener paciencia, hasta que Dios separe lo bueno de lo malo, como dice la parábola del juicio final (cf. Mt 25, 32-46). Los que hayan practicado misericordia se pondrán a su derecha en el reino de los cielos; los otros, a su izquierda. Ponerse en un sitio u otro, en la mentalidad bíblica, significa estar en el Reino o ser excluido del mismo.

Somos personas de fe y se nos invita, esta tarde, a vivir de la fe en el Señor. Hemos de confiar en el Señor y tener paciencia, para que Él actúe en nosotros. Hemos de fiarnos del Señor y poner nuestra confianza en Él.

Y una aclaración con respecto a la fe. La fe no me la han regalado mis padres, aunque seamos de una familia muy creyente. La fe no me la ha regalado la comunidad. La fe me la regala Dios en el bautismo; es un don de Dios; es una virtud teologal, un regalo, una iluminación, un cambiar a la persona, un enriquecimiento.

La Iglesia es la mediación. El único mediador es Jesucristo. Todo lo que viene de Dios es a través de Jesucristo y se realiza en el Espíritu. Y el Espíritu actúa en la Iglesia. Por lo tanto, en la Iglesia recibimos el don de la fe, de la esperanza y del amor, que son las tres virtudes teologales.

Es cierto que necesitamos a la Iglesia, que se expresa en distintas formas o agregaciones: diócesis, parroquias, comunidades, grupos, movimientos, y todos ellos nos ayudan a vivir la fe. Pero no perdamos de vista que la fe es un regalo de Dios mediatizado por la Iglesia.

Cuando se dice popularmente que una persona ha sido bautizada en la fe de sus padres no es cierto, porque uno se bautiza en la fe de la Iglesia; puede que ni sus padres sean creyentes ni practicantes.

2.- Dar testimonio de Jesucristo.

San Pablo anima a su discípulo y amigo Timoteo a reavivar el don recibido en la imposición de manos (cf. 2 Tm 1, 6). En sentido amplio, se puede aplicar a todo cristiano que ha recibido, en el bautismo, el don de la fe y, en la confirmación, se le impuso las manos donándole el Espíritu Santo.

Esta tarde san Pablo nos dice que reavivemos el don que hemos recibido (cf. 2 Tm 1, 6). Reavivadlo, que no se apague, que esté vivo, que sea fecundo, que dé frutos, que no languidezca, que no se pudra.

Dios nos ha dado un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza (cf. 2 Tm 1, 7). La fuerza no es nuestra, sino de Dios. Fiándonos de Dios y dejándonos ser instrumentos suyos, Él puede hacer maravillas a través de nosotros. La fuerza no es nuestra, somos simples instrumentos en manos del Espíritu. No debemos tener miedo, como nos animaba el papa Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado.

El apóstol Pablo nos exhorta hoy: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8). ¿Cuántas veces nos avergonzamos de ser cristianos porque nos pueden señalar o nos insultan o nos excluyen o se burlan de nosotros? Es una tentación avergonzarse del Evangelio.

Pedimos al Señor esta tarde que nos dé su fuerza, la fuerza del Espíritu, para ser testigos valientes del Evangelio. No es fácil, ni en el ambiente donde estáis, ni en el ambiente de misión en el extranjero, en Francia, o aquí, en España.

3.- Recompensa: Anunciar el Evangelio.

Queridos Jesús y Esperanza: el Señor os llama a ser testigos suyos y de su Evangelio en el sur de Francia. Mucho se ha hablado de la laica Francia; pero también es cierto que hay allí muchos bautismos de adultos. Está habiendo un florecimiento en toda Francia de adultos no bautizados que están acercándose a Dios a través de los testigos, mediante la mediación de los testigos. El Señor os ha llamado a que, a través de vuestro testimonio, otros muchos, incluso algún musulmán, se acerque a conocer al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo y a profesar la fe cristiana.

Si recibís ataques, recordad las palabras de Jesús: «Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Lc 6, 22-23).

A ti, Agustín, el Señor te confiere en esta tarde los ministerios laicales de Lector y Acólito. Es un servicio que te pide la Iglesia, sin recompensarte, sin contrapartidas. No es un honor, no es un poder, es un servicio humilde.

Todos vosotros recibiréis la recompensa de ser anunciadores del Evangelio. Recordad lo que decía san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio» (1 Co 9, 16-18). Esa es nuestra paga, el mismo anuncio del Evangelio, que nos permite el Señor. Esa es nuestra paga, no esperemos más.

4.- Siervos inútiles.

En el texto del Evangelio de hoy, el Señor nos hace ver que somos siervos inútiles. Nosotros creemos que hacemos muchas cosas y estamos contentos por las cosas que hacemos. Eso humanamente está bien, pero Jesús nos hace ser más humildes y dice: «Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Este texto me interpela mucho personalmente.

Levantad la mano los que habéis hecho todo lo que se os ha mandado. Cuando llegue ese día, deberemos decir incluso: “somos siervos inútiles”.

Pues imaginad si no hacemos ni siquiera lo que Jesús nos manda; entonces, ¿qué somos? Siervos inútiles”, más que inútiles. Así es como lo siento y lo vivo yo.

Pedimos a la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nª. Sª. de Fátima, titular de la parroquia, que nos conceda a todos su maternal intercesión y os acompañe en ese peregrinar de anunciadores del Evangelio, de testigos, en otras tierras. Ese servicio, que hoy la Iglesia te confía, Agustín, y a cada uno de nosotros, la tarea que el Señor, desde el bautismo, nos ha confiado, no nos la ha confiado desde que pertenecemos a una Comunidad Neocatecumenal, o desde que somos sacerdotes, o desde que os casáis; eso son especificaciones y concreciones. Tenemos la misma missio desde el bautismo: la misión bautismal, que es importantísima, básica, la más fundamental de todas.

Pues que la Virgen nos ayuda a ser buenos testigos del Evangelio y a cumplir lo que nos manden, sin esperar recompensas humanas. Que así sea.

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