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Natividad

Publicado: 26/12/2013: 9419

Los Evangelios nos dan la oportunidad de echar a volar nuestra imaginación y soñar aquella escena: María, con su embarazo a término, salida de cuentas, cabalgaba en el pollino que José conducía cuidadosamente asiéndolo del cabestro. Era necesario cumplimentar el censo.

El viejo asno caminaba despacio, cansino, y a cada paso movía la cabeza a uno y otro lado. Ya traspasaban la puerta de Belén y el bullicio del gentío les sobresaltó. Ardían las murallas terrizas de la ciudad en el color púrpura del ocaso, y el rostro de María resplandecía quebradizo, algo pálido y sudoroso bajo una luna incipiente y tímida.

–Ha llegado el momento– dijo María. San José se agitó, se puso nervioso, como correspondía, y dejó al asno la iniciativa de la ruta apresurada.

María debió insistir: –¿Falta mucho, José? Ha llegado el momento. Pronto el burro se paró en la parte de atrás de una posada que sólo podía ofrecer, como todo refugio, un establo donde unas bestias despertaron del lánguido sueño cuando José y María entraron. Efectivamente llegó el momento y Jesús avistó este mundo en tan inhóspito escenario y rodeado de tan irracional compañía.

Pobreza y miseria de nuevo, que se glorifica en la pobreza de Dios en estas bulerías ya inmortalizadas.

Mare, en la puerta hay un Niño/ más hermoso que un lucero/ diciendo que tiene frío/ porque el pobre viene en cueros./ Anda y dile que entre/ y se calentará/ porque en esta tierra/ ya no hay caridad.

Cuando todo hubo sucedido, Bara, la vieja partera de Belén, se secó el sudor de la frente con la punta de la túnica, arrimó un viejo taburete de los que se empleaban en las labores del ordeño, miró fijamente a la criaturita que había ayudado a venir al mundo y, esbozando una dulce y sutil sonrisa, dijo con voz queda:

–Mi Niño, mi Niño.

José se acercó a ella, le tocó la frente en actitud de agradecimiento:

–Mujer, nada puedo ofrecerte. Sólo tengo a María, este viejo pollino y ahora el Niño.

Bara, José y María, los tres afortunados que fueron los primeros en ver al Niño, sonreían, se miraban entre sí y también miraban al Niño. No acertaron a ver que en el portón del cobertizo, Iosepho, Isacio y Iacobo, jóvenes pastores de la comarca, abriendo mucho los ojos, boquiabiertos y embobados, contemplaban la escena.

Sólo al cabo de un rato Isacio sacó de su zurrón una chifla de cuerno de cabra, Iacobo lanzó sólo una nota en su pífano de caña y los tres empezaron a cantar en arameo esta tonada, que traduzco y que bien pudiera oírse en nuestra tierra, imagino que por los cantes de Juan Breva:

Se cumplió la profecía, van camino de Belén, se cumplió la profecía, posada pidió José porque va a parir María y no sabe lo que hacer.

Autor: Ángel Rodríguez Cabezas, Caballero del Santo Sepul

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