NoticiaColaboración Economía en tiempos de pandemia Julio Diéguez Soto Publicado: 15/06/2020: 14842 JULIO DIÉGUEZ. DOCTOR EN CIENCIAS ECONÓMICAS Y EMPRESARIALES La pandemia está sometiendo al mundo a una dura prueba y la humanidad debe estar unida para afrontarla y vencerla. Pero, ¿Cómo será nuestro mundo después del Covid-19? ¿Cuál será el papel de los creyentes? Espero que los organismos internacionales, así como los líderes y gobiernos más influyentes del mundo, sean conscientes de que por encima de rivalidades y egoísmos particulares, el futuro de la humanidad pasa por la solidaridad, la cooperación y la convivencia pacífica entre todos los pueblos, lo que Jesucristo llama el Reino de Dios. Los ciudadanos de a pie, especialmente los que nos consideramos creyentes, tenemos una responsabilidad ante esta situación y estamos llamados a contribuir en la construcción de un mundo mejor desde el lugar en el que vivimos. Quiero pensar que hemos aprendido que la inversión sostenible en áreas tales como la ciencia, la sanidad o la educación, es innegociable, local y globalmente, y así lo manifestaremos sin desfallecer. Asimismo, si somos ciudadanos comprometidos requeriremos a las autoridades civiles que desarrollen una “nueva economía más atenta a los principios éticos....orientada al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y fraternidad” (“Laudato si”, Papa Francisco). La crisis del Covid-19 también ha acelerado el cambio de rol de la empresa en la sociedad y ha puesto de manifiesto de nuevo la importancia de la responsabilidad social corporativa (RSC). Las empresas irán más allá del mero cumplimiento de sus obligaciones jurídicas, invirtiendo más en las personas, en el entorno y en las relaciones con las partes interesadas (clientes, proveedores, medio ambiente y/o sociedad en general). Actuar bajo los principios de la RSC conlleva beneficios tanto para las empresas como para la sociedad en sí, y hace a las empresas ser protagonistas de la construcción de un modelo económico y de sociedad diferente, más humano y resiliente, orientado al bien común. Por ello, espero que la actividad empresarial será fiel a “una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos” (“Laudato si”, Papa Francisco). El mundo después del Covid-19 tendrá también consumidores más formados y sabedores de cómo pueden colaborar a cambiar tanto lo que les rodea como su propio bienestar. Para el consumidor responsable no sólo será importante conocer qué riqueza genera una empresa para la sociedad sino también, y principalmente, el modo en que lo hace, porque no todo vale para incrementar la cuenta de resultados o las arcas del Estado a través de los impuestos. Tampoco el consumo desenfrenado, el “enganche” a los productos “low cost” o la lógica del “usar y tirar”, colaboran a dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá, ni tiene en cuenta la crisis del medio ambiente y el sufrimiento de los excluidos. Por ello, espero que los consumidores, y especialmente los creyentes, llamados a vivir la pobreza evangélica, actuemos con sobriedad, cambiemos nuestros estilos de vida, y dejemos de adquirir aquellos productos/servicios no fabricados/prestados de forma ética. De esta forma, nos volveremos efectivos para modificar el comportamiento de las empresas irresponsables socialmente. Jesús resucitado se sigue revelando, nos acompaña en el camino, como hizo con los discípulos de Emaús, y nos invita a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es civilización de la esperanza, que se construye cotidianamente, ininterrumpidamente, y supone el esfuerzo comprometido de todos (Plan para resucitar, Papa Francisco).