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Funeral del Rvdo. Francisco Ramos López (Cementerio-Málaga)

Publicado: 11/11/2015: 222

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Funeral del Rvdo. Francisco Ramos López (Cementerio-Málaga) celebrado el 11 de noviembre de 2015.

FUNERAL DEL RVDO. FRANCISCO RAMOS LÓPEZ

(Cementerio-Málaga, 11 noviembre 2015)

 

Lecturas: Sab 6, 1-11; Sal 81, 3-7; Lc 17, 11-19.

1.- El libro de la Sabiduría nos ofrece unos consejos, para que nos detengamos y reflexionemos sobre el final de nuestra vida. Y hace tiempo, las personas mayores nos ofrecían este proverbio: “acuérdate de los novísimos y no pecarás”. Acuérdate del final de tu vida, de lo que va a ocurrir después de tu muerte temporal y eso te ayudará a vivir como el Señor quiere. Después de nuestra muerte hay un juicio y después del juicio un premio o castigo, según la doctrina de la Iglesia.

El libro de la Sabiduría nos habla de este juicio. Y en él, Dios «examinará nuestras acciones y sondeará nuestras intenciones» (cf. Sab 6, 3). Dios que lo juzga todo y no juzga por apariencias ve y examina las obras que hacemos. Más aún, Dios también sondea nuestro corazón: las intenciones, los sentimientos, lo recóndito, lo que nadie conoce, lo que sólo conocemos nosotros; e incluso, aquello que se nos escapa a nosotros mismos. El juicio que hace el Señor es de ese calibre.

Por eso, la Iglesia nos enseña que no hemos de juzgar a nadie. El juicio es de Dios. Ante Dios, sí que nos sometemos a su Palabra, a su juicio, porque Él lo ve todo, lo conoce todo. Conoce hasta lo más profundo de nuestro ser.

2.- Hoy le pedimos al Señor su misericordia, que sea benigno con nuestro hermano Francisco. Que en su juicio sea benevolente, porque nosotros nos vemos con debilidad, con pecado y necesitamos el perdón del Señor.

No se salva nadie por las obras que realiza, se salva por la misericordia de Dios, porque Cristo redentor nos ha ofrecido ya la salvación eterna.

Esta Eucaristía, por nuestro hermano Francisco, es para que el Señor le conceda ese perdón que necesita y necesitamos todos. Para que sea benevolente con él.

Y para que sea también benevolente con nosotros. Ahora, mientras vivimos, podemos pedirle perdón por nuestros pecados en el sacramento de la confesión, que el Señor siempre nos ofrece. Esa es la diferencia con los juicios humanos. Dios perdona siempre; los hombres no, pero Dios sí.

            «Los que cumplen santamente las leyes divinas serán santificados, y los que se instruyen en ellas encontrarán en ellas su defensa» (Sab 6, 10). Nuestro hermano Francisco ha predicado la Palabra de Dios y la ha enseñado; ahora espera que el Señor le conceda el regalo de la salvación como siervo suyo, que ha cumplido su misión.

3.- En el evangelio de Lucas aparece un grupo de diez leprosos que, desde lejos, puesto que no podían acercarse a los transeúntes, gritan a Jesús que tenga piedad de ellos (cf. Lc 17, 11). Y Jesús los cura y envía, como prescribía la ley, a los sacerdotes, para que reconocieran que estaban curados de su enfermedad (cf. Lc 17, 14). Y

            Uno de ellos, samaritano, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y se postró a los pies de Jesús, dándole gracias. A nosotros también nos ha limpiado el Señor de la lepra de nuestros pecados.

            Jesús dijo al leproso curado: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado» (Lc 17, 19). Hemos sido salvados ya por el Señor; hemos sido curados y limpiados por él.

4.- Hoy también gritamos, como los leprosos a Jesús, que nos cure, que nos sane las heridas, que sane la lepra del pecado que desfigura su imagen en nosotros, que nos sane de nuestro egoísmo que emborrona la clara luz que nos regaló en el bautismo. Le pedimos al Señor, también como ellos, que nos limpie, que cicatrice nuestras heridas, que perdone nuestros pecados.

            Y se lo pedimos también para nuestro hermano Francisco. Que lo limpie, que lo deje resplandeciente para que pueda ver cara a cara el rostro de Dios. Esta es nuestra petición.

5.- Y agradecemos, además, el regalo de su persona y su ministerio por tanto bien como ha hecho en el ejercicio del mismo. Hemos escuchado el testimonio del Padre Francisco, salesiano, que desde pequeño conoció a nuestro hermano sacerdote. Del que tantos, como él, han recibido el beneficio del ejercicio de su ministerio: el perdón de los pecados, la Palabra de Dios, la explicación de la misma, la participación en el Cuerpo y la Sangre eucarística y tantas cosas. Todo esto es un motivo de acción de gracias y de alegría, pues el Señor, a través de su larga vida sacerdotal, de muchas décadas, se haya servido de nuestro hermano Francisco para hacer el bien.

Con estas intenciones seguimos la celebración dándole gracias a Dios por él, por la Iglesia, por la fraternidad entre las iglesias de varios continentes, de toda la Iglesia universal y pidiéndole al Señor que lo acoja en su seno. Que así sea.

 

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