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Encuentro de los responsables de las Comunidades Neo-Catecumenales (Hotel Los Abades-Loja)

Publicado: 11/10/2015: 176

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el encuentro de los responsables de las Comunidades Neo-Catecumenales (Hotel Los Abades-Loja) celebrado el 11 de octubre de 2015.

ENCUENTRO CON RESPONSABLES

DE LAS COMUNIDADES NEO-CATECUMENALES

(Hotel Los Abades-Loja, 11 octubre 2015)

 

Lecturas: Sb 7, 7-11; Sal 89; Hb 4, 12-13; Mc 10, 17-30.

(Domingo Ordinario XXVIII – B)

1. Como hemos podido ver, los “ecos”, que se han hecho después de la lectura de las lecturas bíblicas, confirman lo que ha dicho el Evangelio. San Marcos ha hecho referencia a lo difícil que es que los ricos se salven; pero esto aplicable a otros campos.

La idea más importante es que, desde el punto de vista humano, muchas cosas no son posibles; pero Dios lo puede todo. Un testimonio nos decía que Dios lo pone todo y nosotros ponemos poco. Las experiencias, que hemos escuchado, y otras, que cada uno de nosotros vivimos y conocemos, confirman y verifican que es la gracia de Dios la que nos lleva hacia adelante.

Nuestra fe y nuestro testimonio son imposibles sin la gracia de Dios. Nada sería posible sin la providencia divina: ni el testimonio cristiano, ni el trabajo, ni la familia. Los matrimonios sufren, como habéis reconocido, dificultades, crisis, baches. Y, ¿por qué se salvan? ¿Acaso porque ellos ponen la solución? Se salvan porque el Señor cura, perdona, ayuda, anima, sostiene.

2. Por eso estamos aquí. De todo esto queremos dar gracias hoy al Señor. Todos tenemos muchos motivos para dar gracias a Dios: por ser cristianos, por estar aquí, por la historia que cada uno ha vivido desde su nacimiento y desde su bautismo. Dios es el que nos sostiene, el que nos arropa, el que nos mima, nos cuida y el que hace posible todo lo que ocurre en nuestra vida.

Gracias a Dios nos enteramos de su intervención cuando ya han ocurrido las cosas. En el momento que suceden no solemos enterarnos. Más bien caemos en la cuenta después, como hace el pueblo de Israel, que aprecia las hazañas de Dios y da gracias cuando ya han pasado. Entonces recapacitan y dicen: ¡Claro, Dios estaba con nosotros! ¡Dios luchaba con nosotros! ¡Dios nos sostenía!

Ese es el motivo de acción de gracias en este domingo, en el que celebramos el misterio pascual del Señor.

Jesús afirma rotundamente que Dios puede hacer lo que parece imposible (cf. Mc 10, 27). Lo que el hombre no puede hacer con sus propias fuerzas, puede hacerlo con la gracia de Dios.

3. El término “sabiduría” viene de latín “sapere”, que significa sabor, degustar. La sabiduría de Dios se degusta, se paladea, se saborea. Sabor y sabiduría tienen la misma raíz. Y esa Sabiduría es muy distinta de los saberes humanos. Los llamados científicos, algunos de los cuales son en realidad “seudocientíficos”, quieren colar gato por liebre. Y muchas cosas tienen poco de ciencia, pero mucho de interés político y económico.

La Sabiduría de Dios es la que nos hace gozar de Él, conocerle, vivir su presencia, saborear lo que Él hace en nuestra vida.

El autor del libro de la Sabiduría explica en qué consista ésta. Poseerla es una gran riqueza, que aventaja a los cetros y a los tronos (cf. Sb 7, 8), a las piedras preciosas, al oro y a la plata: «Todo el oro a su lado es un puñado de arena y barro parece la plata en su presencia» (Sb 7, 9).

4. Una imagen muy sugestiva es la comparación de las riquezas con un puñado de arena: «todo el oro a su lado (el de la sabiduría) es un puñado de arena y barro parece la plata en su presencia» (Sb 7, 9).

¿Podéis hacer ese gesto de cerrar el puño? (Los participantes hacen el gesto). Imaginad ahora que tenéis en la mano todo el oro del mundo. Según el libro de la Sabiduría, todo eso es como un puñado de arena.

Ahora, abrid la mano y extended el brazo para significar que esparcís el oro como si fuera arena. (Los fieles hacen el gesto de esparcir el oro). Ya os habéis quedado sin nada; porque todo el oro del mundo no vale nada comparado con la Sabiduría, es decir, con Jesucristo. La Sabiduría es la Palabra de Dios. Y personificado la Sabiduría es Cristo.

Con lo cual, todo el oro del mundo es un puñado de arena. ¡Enhorabuena a todos, pues somos los más ricos de todo el mundo, aunque no tengamos nada o muy poco!

            Muchos coetáneos nuestros van detrás del poder, del honor y del dinero; y, obteniéndolos, no consiguen la felicidad que anhelaban; siguen necesitando más y más, porque no les sacia.

            Nosotros hemos encontrado la Sabiduría, que se expresa en la fe, en el amor y en la esperanza cristiana; que se personifica en Jesucristo; que se nos otorga como don del Espíritu Santo.

El Señor no invita a acoger a la Sabiduría, a aceptar a Jesucristo en nuestras vidas, a ser discípulos del único y gran Maestro de la humanidad.

5. En el evangelio se nos narra el diálogo entre Jesús y el joven rico, que desea saber lo que debe hacer para heredar la vida eterna (cf. Mc 10, 17). Algunos consideran que no era tan joven, pues dice que había cumplido los mandamientos desde su juventud.

            En el diálogo con Jesús esta persona manifiesta tener mucho interés en ser mejor y obtener lo que para él tiene valor: la vida eterna. Se acerca al Maestro, a Cristo, a Jesús de Nazaret, a la Palabra encarnada, y le pregunta: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? (cf. Mc 10, 17). Sabía lo que quería. Por tanto, la pregunta es: ¿qué tengo que hacer?

En esta celebración nos encontramos con Jesús, a quien le hacemos la misma pregunta que el joven rico: “¿Qué tengo que hacer”? Se lo preguntamos todos en voz alta a Jesús. (Los presentes hacen en voz alta la pregunta: “¿Qué tengo que hacer?”).

Y el Señor, ¿qué nos responde? ¿Qué condición nos pone? Él nos responde que cumplamos los mandamientos (cf. Mc 10, 19). Creo que este hombre rico debía ser mucho mejor que nosotros, porque dice que cumplía los mandamientos. Desde luego un servidor no cumplo mandamientos como desearía; y me tengo que confesar por ello; cosa que hago de manera periódica.

El joven rico debía ser “bueno”, porque ya guardaba los mandamientos desde había tiempo (cf. Mc 10, 20). El joven rico le responde que eso ya lo hacía desde hacía tiempo; era un cumplidor de la ley. Si hay alguien aquí que es igual de cumplidor que este hombre que levante la mano y le aplaudimos. No somos cumplidores de la ley, ni siquiera como este rico.

6. El rico vuelve a preguntar a Jesús y nosotros con él: ¿Qué tengo que hacer? (Los presentes hacen en voz alta de nuevo la pregunta: ¿Qué tengo que hacer?).

Y esta vez, ¿qué responde Jesús al rico? Jesús le mira con amor y le invita a algo mucho más grande: «Anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo» (Mc 10, 21). Ese véndelo no era para hacer negocio; era venderlo para regalarlo; se trata de regalar los bienes a los pobres. No tengas bienes, eso no da la felicidad. Y si los tienes, como si no los tuvieras; ponlos al servicio de la comunidad, de la humanidad, de la Iglesia y de tus hermanos más necesitados. No te aferres a ellos, porque no te va a dar la felicidad que buscas. Esta es la primera condición: regalar a los pobres nuestros bienes, desprenderse de los bienes materiales, el único tesoro es nuestra relación con el Señor.

Y la segunda condición que pone Jesús es: «luego, ven y sígueme» (Mc 10, 21b). No basta con dar nuestros bienes, si no nos identificamos con el Señor no seremos felices.

El joven, abatido por estas dos exigencias, «se marchó entristecido» (Mc 10, 22).

7. El tema del discipulado es precioso. Antes de ayer, en la apertura de curso de los Centros Teológicos en el Seminario, la lección inaugural la dio una doctora en teología bíblica y nos habló precisamente del tema del discipulado, en griego “macetés”. En sentido profano el maestro hace discípulos que le siguen a él; y cuando el discípulo se convierte en maestro, a su vez, hace discípulos que le siguen a él.

En el discipulado de Jesús es totalmente distinto. Aquí el único Maestro es Él; los demás todos somos discípulos. Los que nos enseñaron a ser discípulos no nos han dicho: “seguidme a mí”. Nos han dicho: “seguidle a Él”. Y esa es la tarea de cada uno de nosotros. Hemos aprendido a ser discípulos del Señor, porque Él lo da todo, Él da sentido a nuestra vida, Él llena todos nuestros anhelos, el satisface todos los programas y deseos. Él lo da todo en este mundo y además la vida eterna. El Señor nos dice hoy a cada uno de nosotros: ¡Sígueme!

8. Cuando ayudemos a otros a ser discípulos, hemos de procurar hacerlos discípulos del único Maestro, que es Cristo. Nuestra tarea es la de ayudar y acompañar al otro a ponerlo delante del Maestro y Señor de la Vida. Tenemos que llevar al otro que se ponga delante del Señor, para que hable con Él, para que decida lo que Él pide a cada uno.

A esto es a lo que el Señor nos anima hoy; a ser sus discípulos y a que Él sea el único valor, la única persona que realmente nos hace caminar y nos lleva de veras.

Vamos a seguir en esta celebración. Jesucristo nos dará su cuerpo y su sangre; y nos confirmará y nos llenará de sus dones y de su gracia, haciéndonos cada vez mejores discípulos.

Alguno de vosotros ha hablado antes de libertad. Somos más libres cuando nuestra voluntad la ponemos a los pies del Señor. Y somos más esclavos de nosotros mismos cuando deseamos hacer la propia voluntad. Eso lo hemos experimentado todos. Seremos más libres en la medida en que seamos mejores discípulos o mejores siervos con Él.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos ayude a renunciar a los bienes que atan nuestro corazón; y que nos anime a seguir a Jesucristo. Amén.

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