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El Mediterráneo, un cementerio para 22.000 personas

Publicado: 15/01/2015: 14421

En la vigilia celebrada este sábado, la Delegación de Migraciones y Gitanos ha leído un comunicado en el que denuncian las penurias sufridas por las personas provenientes de África y llaman a la actuación de gobiernos y particulares.

Con motivo de la 101 Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado queremos denunciar especialmente las penurias que padecen numerosas personas provenientes de África, que se han visto obligadas por causa del hambre, la miseria o las guerras a dejar sus lugares de origen para buscar unas condiciones de vida más humanas. Emprenden un arriesgado viaje durante el cual pasan hambre, sufren abusos físicos y sexuales, se ven despojadas de sus bienes y sometidas al control de las mafias.

En esta Jornada queremos tener un especial recuerdo para las personas que han muerto intentando cruzar el Mediterráneo. Desde al año 2000 al 2014 han muerto más de 22000 personas en esta travesía. El papa Francisco lo ha denunciado ante el Parlamento Europeo: “No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”.

La Unión Europea debe actuar sobre las causas que provocan la emigración y no solamente sobre los efectos. Es necesario que “promueva políticas correctas, valientes y concretas que ayuden a los países de origen en su desarrollo sociopolítico y a la superación de sus conflictos internos”. No intervenir es dejar a gran parte del continente africano en manos de empresas o estados que velan exclusivamente por sus intereses particulares y que aumentan y alimentan los conflictos que se desarrollan en él. Eliminar las causas que originan las migraciones supone “desarrollar mundialmente un orden económico-financiero más justo y equitativo”

Nos unimos a nuestros obispos en su petición a los responsables del gobierno de España de que tengan siempre en cuenta los derechos humanos. No se pueden adoptar medidas como las devoluciones sumarias que contradicen los tratados internacionales. Hay que verificar, al menos, si las personas pudieran ser acreedoras del asilo político, ser víctimas de la “trata” o necesitadas de asistencia sanitaria urgente.

La Iglesia sin fronteras, madre de todos, debe extender por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad. Hoy con mayor insistencia si cabe, porque está creciendo el rechazo a la inmigración en muchos países. La Iglesia está llamada a superar las fronteras y a favorecer “el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro” única capaz de construir un mundo más justo y fraterno”.  La “misión de la Iglesia, peregrina en la tierra y madre de todos, es por tanto amar a Jesucristo, adorarlo y amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados; entre éstos, están ciertamente los emigrantes y los refugiados”.

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